¿Soy cisgénero?

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La Real Academia Española (RAE) ha incorporado en su actualización 23.5 del Diccionario de la lengua española (DLE) 3.836 modificaciones entre nuevas palabras, acepciones y enmiendas. En esto ha seguido la estela que en 2015 marcó el Oxford English Dictionary y otros en lengua inglesa. Entre estas adiciones están las que hacen referencia “a la sexualidad y el género, como poliamor, transgénero, cisgénero o pansexualidad”.

En estas incorporaciones y sus correspondientes acepciones destacan las de “cisgénero” y “transgénero”. Otras tienen su puntito, como la de pansexualidad, que define como “Atracción sexual hacia cualquier individuo u objeto”, que cualquiera hubiera esperado que estuviese entre las acepciones referidas a las de salud mental.

Históricamente un término como “trans” venía a indicar lo que estaba “más allá de”, como el Trastévere indicaba -e indica- el barrio de la antigua Roma más allá del Tiber. Por el contrario “cis”, como la Italia cisalpina, lo que era más cercano a Roma. Y si esa nomenclatura tenía sentido para referirse a espacios físicos, en lo referente a las personas es un sinsentido mayúsculo, porque qué es ser “cis” como individuo, de qué se está cerca siendo “cis”. ¿De la realidad biológica del sexo binario?

La RAE, al incluir “cisgénero”, que define como “Dicho de una persona: Que se siente identificada con su sexo anatómico”, está aceptando que el “cis” es quien se corresponde con lo que es como individuo, por lo que no correspondería definir lo que ya existe con otros términos: persona, sujeto, hombre o mujer, y menos dar por buena la absurda suplantación de sexo por género, que en las definiciones de uno y otro término tiene muy clara la propia RAE.

La errónea utilización que hace la RAE del término “cis” sacado del contexto en que el psiquiatra y sexólogo Volkmar Sigush lo usó en 1991, que definió “zissexuell” -con zeta y añadiendo sexuell- por oposición a lo que había sido siempre en clínica los “intersexuellen”, que algunos investigadores empezaban a llamar “transsexuellen”, les hace cómplices de la confusión interesada que el movimiento queer avala entre sexo y género.

Era innecesario hablar de “cis”  y menos de “cisgénero”, ya que supone una doble ocultación: la de “cis” por persona y “gender” por “sex”. Porque “cis”, por defecto, lo es el 99,99 % de la humanidad, pues los “trans”, antes intersexuales, son 1 caso de cada 2.000 nacimientos en los que se da una anomalía en su desarrollo sexual (ADS).

Y si una parte mínima de la población nace con una patología no defines a quienes no tienen esa patología como los “no anómalos”, sino que denominas la alteración en tanto entiendas su origen, manifestación, consecuencias, tratamientos, etc., sin que tengas que contraponer un nombre especifico a quien no la padezca, pues llegaríamos al absurdo de que para la población no afectada por una enfermedad rara -porque eso es lo que es una intersexualidad-, tendríamos tantas denominaciones como las más de 6.000 enfermedades raras que se conocen.

Así, que llamar a alguien “cis” es no decir nada en concreto. Aunque tenga mucha literatura en el campo de las posmo ciencias sociales, pero ninguna utilidad fuera de ellas. Se usó en un contexto académico y sacarlo de ahí sólo ha servido para presentarlo como lo opuesto a “trans”. Se ha construido el imaginario de que existe un continuo desde “cis” a “trans”, que encaja con la idea del espectro sexual como negación del binarismo en la definición de la realidad biológica mujer-hombre.

Estas formas artificiales de denominar a lo que siempre ha sido hombre o mujer es una de esas maneras rebuscadas de esconder la realidad que llevan a que la palabra mujer se elimine del vocabulario, y con ello de la sociedad, con denominaciones tan alambicadas como “persona menstruante”, “persona gestante”, etc. ¿Se imaginan que se acuñase el término “mantruante” para referirse a los hombres que dicen que menstruan? Pues estamos muy cerca.

“Cis” o “cisgénero” no son una definición neutral que la REA recoge por su arraigo en el vocabulario popular como cachopo o rebujito, sino que hace referencia a una imposibilidad clínica, con la intención de colarnos que el género es lo que nos identifica con nuestro “sexo anatómico», de modo que el transgénero sería el individuo que cambiando su género cambia su sexo biológico; y ese cambio biológico es posible aceptando que si adoptas las formas estereotipadas de la feminidad ya eres realmente una mujer.

La RAE se ha sumado a esa inducción que a través de las RRSS, donde especialmente los adolescentes y en un altísima proporción niñas, consultan sus dudas y buscan referentes que les expliquen qué les está pasando. Y si la RAE acepta que “cisgénero” es una categoría de persona opuesta a “transgénero”, entonces es “cierto” que se puede cambiar de sexo porque los roles de género que te han impuesto no te satisfacen.

Esto a la industria que ha hecho del generismo un negocio le viene de perlas en tanto que una institución como la RAE, con sus 308 años de historia y conservadurismo, acepta que existe el “cis” y lo añade al género como tapadera del sexo. La industria farmacéutica, las clínicas de cirugía estética, de afirmación del género, la moda ad hoc, la publicidad de todo tipo recibe un espaldarazo con la aceptación de los “cisgénero” y los “transgénero” como realidades más allá del mundo de la clínica y la psicopatología. Han creado un nuevo nicho de mercado.

Y a cada nuevo nicho de mercado hay que darle el mejor de los arropamientos posible: presencia en las entregas de premios, artículos y reportajes en TV y prensa, personajes en las series de mayor audiencia… No se escatiman medios ni inversiones; hasta una ley orgánica a la medida de sus delirios, que ya se habían ido colando en las correspondientes leyes autonómicas LGTBI, sin que nos diésemos cuenta, pero faltaba ese caché que sólo puede dar una institución como la RAE.

Ésta, que se toma con parsimonia incorporar nuevos términos al diccionario, aquí ha superado todas las expectativas de los “trans” y sus valedores al aceptar el término “cis”, asociarlo a género y darle una validez social que no tiene en el habla habitual, ya que si salimos del reducido mundillo que ha hecho de lo “trans” un adorno en las fiestas y presentaciones de alfombra roja, la gente con la que día a día nos cruzamos, el término “cisgénero” les es tan incomprensible como la factura de la luz.

Aquí se ha producido un fenómeno que en las ciencias sociales se conoce como “cámara de eco”, donde si un grupo acuña una idea y la repite con la suficiente vehemencia y de forma continua en el tiempo llega a crear la sensación de que “todo el mundo” comparte esa idea, y es cierta porque esa “inmensa mayoría” la tiene como divisa de su discurso en cuanto tiene ocasión.

De esta manera una red de activistas en las RRSS del colectivo TQ+ -omito intencionadamente a LGB, aunque también algunos han colaborado en este despropósito- pueden crear, con la colaboración de periodistas y políticos -adalides de la diversidad-, la idea de que sus derechos están pisoteados, y es el mundo “cis” privilegiado el que participa en ese machaque de unos derechos, a los que la RAE con la inclusión del término les hace una cierta justicia poética.

Quiero creer que de haber sido ya Bermúdez de Castro académico, esta barrabasada de “cisgénero” habría encontrado una oposición solvente y más teniendo en cuenta sus antecedentes como paleoantropólogo y doctor en biología por la vieja escuela, esa en la que no te tragabas magufadas queer como la que han admitido en el DLE, un término que sólo pertenece al argot de los posmodernos, y de esos, en la RAE no había, hasta ahora.

PS: Por cierto, estimada RAE, ¿para cuándo la incorporación de magufo en el Diccionario de la lengua española?

1 COMENTARIO

  1. La próxima vez que te pregunten si eres zurdo, no digas que eres diestro, pues la mayoría de la humanidad lo es, entonces la palabra distro quizás no debería existir.

    Simplemente di que no padeces de la anomalía de ser zurdo.

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