Una vida gota a gota

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Pedro Gonzalo traza algunos recuerdos de la vida de su padre, Manuel Gonzalo Matéu, cuadro político y sindical andaluz que marcó con su lucha y ejemplo la vida militante de varias generaciones de comunistas que lo conocieron.

Manuel Gonzalo Matéu (Guarromán,18/06/1929 – Dos Hermanas, 1/02/2014) fue un sindicalista, líder vecinal y militante comunista. De familia humilde, su padre fue panadero y fue el mayor de cinco hermanos. Debido a la inestabilidad política de la época, Manuel vivió tres regímenes políticos distintos antes de cumplir los 10 años, la monarquía de Alfonso XIII, la II República y la dictadura franquista.

Educado en la escuela pública de la II República e hijo de un concejal del Partido Comunista, su infancia se vio truncada con el golpe de estado fascista de 1936. Su padre Pedro fue represaliado, y condenado a muerte, aunque se le conmutó la pena para ser encarcelado y desterrado de su pueblo. Manuel se ve obligado a abandonar la escuela y empieza a trabajar desde muy temprana edad guardando cerdos para ayudar a sostener a su familia. Luego trabajó en el campo, en las minas de plomo de Linares y Cabezarrubias del Puerto (Ciudad Real).

Manuel tenía un recuerdo imborrable y muy emotivo del día en que se produjo la liberación de su padre Pedro de la prisión central de Burgos. Una vez en libertad, Pedro regresó a Guarromán, pero no pudo disfrutar de sus seres queridos porque estaba condenado al destierro. Salió para Sevilla el día 9 de diciembre de 1946. Manuel trabajaba en el exterior de la mina “Los Quinientos”, en Linares, y no pudo abrazar a su padre en Guarromán, pero se enteró que el día 9 de diciembre salía en tren para Sevilla y como la mina donde trabajaba estaba cerca de la vía férrea por donde debía pasar el tren, pidió permiso al encargado para acercarse allí. Su padre, avisado de esta circunstancia, se colocó cerca de una de las puertas y, dada la poca velocidad del tren, se asomó y así pudieron verse. Su padre le lanzó unos cigarrillos y se dieron besos al aire mientras se veían unos instantes. Manuel cuenta cómo se le hizo un nudo en la garganta, se le saltaron las lágrimas y lloró ante la impotencia de no poder abrazar a su padre, camino del destierro, después de largos años de ausencia. Debido a los años de prisión, su padre contrajo una enfermedad estando en Sevilla y los médicos le aconsejan cambiar de residencia. Solicitó el levantamiento del destierro y en enero de 1949 se lo concedieron y volvió a Guarromán con toda su familia. Allí mejoró de su enfermedad.

Desde 1950 a 1952 Manuel hizo la mili en Cádiz. Al terminar, regresó a las minas de Linares, Guarromán y más tarde, se trasladó a las de Cabezarrubias del Puerto, en la provincia de Ciudad Real. Manuel se casó en 1955, a los 26 años, con Mariana Palomares Prados. Tres años más tarde entró a trabajar en la industria química de Puertollano y allí ingresó en una célula clandestina del PCE. Tuvo tres hijos, Isabel, Pedro y Joaquín.

En 1959 sus padres y sus hermanos menores, Antonio, José y Carmen se trasladaron a Sevilla, al barrio de Bellavista, donde vivían unos primos de su padre. Aunque el clima de Sevilla no era bueno para la enfermedad de su padre, pesó más la posibilidad de que sus hijos encontraran trabajo. Su padre falleció en Sevilla el 30 de enero de 1960. Al mes siguiente, Manuel junto a su mujer e hijos se trasladaron a Bellavista junto al resto de su familia.

Vendió su casa de Puertollano y compró un solar en la calle Alvar Negro (hoy la calle lleva su nombre, Manuel Gonzalo Matéu) y poco a poco, con ayuda de familiares y amigos fue construyendo su vivienda. En la construcción de su casa, Manuel cuenta que, tras la feria de abril de aquel año, alquiló un camión y lo cargó de los ladrillos del derrumbe de las casetas de feria que se construían efímeramente. Después le quitaban el yeso que tenían y los reutilizaban.

En esa época, en Bellavista, no existía red de alcantarillado ni red de agua potable, ni calles asfaltadas, ni acerados, por lo que había que construir un pozo ciego para las aguas fecales y otro pozo para buscar agua subterránea.

Después de varios trabajos temporales, entró a trabajar en la S.A.C.A. (empresa dedicada a la construcción de maquinaria agrícola) donde ya estaba su hermano menor, José. Luego, más tarde, entraría también su hermano Pedro. Su hermano José le informó de la existencia de una célula del PCE en la fábrica, y que él era militante. Así que Manuel se incorpora de inmediato. La célula la componían cinco camaradas. Daban 5 pesetas al mes de cuota. Al igual que ocurría cuando estuvo en la célula de Puertollano, la distribución del periódico del Partido, “Mundo Obrero” se hacía clandestinamente entre los compañeros de la fábrica, colocándolos en determinados sitios, como las taquillas de los vestuarios de aquellos compañeros que veían que tenían inquietudes sociales. Dentro del periódico solían poner una nota indicando que después de leerlo, no lo tiraran, sino que lo pasasen a otra taquilla y que procurasen no ser vistos por nadie.

En la empresa S.A.C.A el PCE estaba organizado en varias células. En 1962 el PCE acordó que, a la hora del bocadillo, en vez de estar cada uno por su lado, que se reuniesen en una zona de explanada para comentar, debatir y exponer los temas que cada uno considerase de interés, y así se reforzaba la unión entre los trabajadores. Allí se comentaban los bajos salarios, las horas extras, las primas de producción, la ropa de trabajo, el sistema de cronometraje (a destajo), etc. Al principio iba poca gente, los militantes del PCE y algunos más, pero poco a poco fue aumentando la afluencia de trabajadores hasta que llegó un momento en que eran multitudinarias. Un día se animó a hablar a los trabajadores allí concentrados, a pesar del riesgo que suponía. Manuel recuerda que le temblaban las piernas, nunca antes se había visto hablando delante de más de un centenar de trabajadores sobre temas reivindicativos y salariales. Una vez terminada la asamblea, oyó algunos comentarios como este “¡Vaya el cateto este lo bien que habla!”

En 1963 se celebraron elecciones sindicales para elegir los enlaces y vocales para el jurado de empresa (sindicato vertical). Los comunistas, organizados en las incipientes comisiones obreras, presentaron una candidatura que obtuvo un éxito rotundo. La mayoría de los enlaces y vocales eran comunistas.

Pero resulta que la política internacional se cruzó en el devenir de la empresa SACA. Una empresa norteamericana (International Harvester) tenía la patente de algunas de las maquinarias que se fabricaban en SACA, y a su vez, el gobierno franquista, a través del INI, tenía un alto porcentaje de participación en la empresa. Las máquinas se exportaban a diversos países, entre ellos a Cuba. Cuando EE. UU declaró el embargo comercial contra la isla, (todavía hoy continúa este criminal bloqueo) el régimen inició una política de desmantelamiento de la empresa. En enero de 1966 la empresa presentó un expediente de crisis. A partir de ahí, se inició la lucha de los trabajadores y trabajadoras para evitar el cierre. El jurado de empresa se movilizó y consiguieron una reunión con el mismísimo ministro de Industria de Franco, Gregorio López Bravo.  Manuel recordaba aquella reunión, en la que el ministro no se dignó a saludar a los trabajadores, solo dijo “¿qué tal? “y se sentó en un extremo de la mesa colocando los pies encima de la misma y sin ofrecer asiento a los trabajadores del jurado de empresa. En un momento de la tensa reunión les espetó: “SACA está condenada a desaparecer”, y Manuel le lanzó esta pregunta al ministro franquista: “Señor ministro: ¿cómo es posible que SACA tenga tanto trabajo, tantos pedidos, con exportaciones a Cuba, Colombia, México, etc. además de a empresas españolas como Pegaso, la Bazán de Cádiz, y otras muchas, y no sea rentable con los salarios de miseria que ganamos? El ministro, el gobernador civil y otros miembros del régimen presentes se descompusieron. Y el ministro le respondió: “Por las razones que sea, SACA está en quiebra total”.

Más adelante solicitaron otra entrevista con el ministro franquista de Trabajo, Jesús Romeo Gorría. Este se limitó a decirles “que de ningún modo sus derechos serían pisoteados y que contásemos con su apoyo y el del ministerio”. Acabada la reunión, y en ausencia del ministro, el gobernador civil de Sevilla se acercó a Manuel y, en presencia del delegado provincial de los sindicatos verticales, le dijo amenazadoramente: “Por encima de su tozudez y su rebeldía, se llevará a cabo el expediente, y tenga mucho cuidado”. Ese mismo día se reunieron con el ministro secretario general del movimiento, el franquista José Solís Ruiz, quien con todo el cinismo del mundo les dijo: “Si tuviera alguna duda de que nuestros derechos iban a ser atropellados, hubiera mandado a freír espárragos a los americanos “. Manuel le contestó al ministro: “¿Usted se cree que nosotros nos vamos a creer lo que acaba de decirnos? ¿Cómo puede decirnos esto, acaso piensa que nosotros ignoramos que los norteamericanos vienen con la idea de cerrar la factoría?”

La siguiente reunión fue el día 1 de marzo de 1967, con el vicepresidente del gobierno, Agustín Muñoz Grandes. Ya llevaban un año en el desempleo. Le pidieron que el gobierno obligara a la reapertura de la empresa. Pero no hizo nada. Se sucedieron encierros, asambleas, manifestaciones… una lucha tenaz contra el cierre de una empresa que dejaba en la calle a más de 800 familias. El 16 de marzo de 1967 se llevó a cabo un acto de solidaridad de los trabajadores del metal sevillano de cinco minutos de tenso silencio, donde participaron más de diez mil trabajadores. Todo un ejemplo de conciencia de clase y de unidad de los trabajadores en aquellos difíciles momentos. A finales de agosto de 1967, ante el cariz de los acontecimientos, diez miembros del jurado de empresa se trasladan a La Coruña, donde se encontraba el mismísimo dictador y donde se iba a celebrar un Consejo de Ministros, con la intención de reunirse con el ministro José Solís Ruiz. No consiguieron ver al ministro, pero el delegado de los sindicatos verticales de La Coruña les informó de que el Consejo de Ministros había acordado prorrogar por seis meses más el período de cobertura del desempleo. Era la primera vez en la historia del régimen franquista que los trabajadores de una empresa iban a estar cobrando 24 meses seguidos el desempleo. Pero la sorpresa se la llevaron unos días después cuando les informan que se rescindían definitivamente todos los contratos de trabajo y se les comunicaban las indemnizaciones correspondientes a cada uno. Aquello fue un mazazo. Muchos lo aceptaron, pero algunos, como Manuel y otros diecisiete compañeros y compañeras más, siguieron batallando en los tribunales de justicia franquistas, hasta que, en abril de 1973, el Tribunal Supremo dictó sentencia rechazando el recurso y confirmando la rescisión de los contratos.

Toda esa intensa actividad sindical sumada a su actividad clandestina como militante comunista no iba a pasar desapercibida ante la policía franquista. Fue detenido varias veces y, en 1969, fue condenado por “propaganda ilegal” a un año de cárcel, diez mil pesetas de multa y desposeído de su cargo sindical. La primera vez que lo detuvieron fue con propaganda pidiendo la abstención ante la farsa de elecciones a las Cortes franquistas por el tercio sindical y familiar. Recuerdo que yo tenía nueve años cuando estaba jugando a la pelota con mis amigos en la calle donde vivía, y de pronto apareció mi padre acompañado de dos señores bien trajeados y con cara de pocos amigos. Después supe que era la policía política franquista que venía a hacer un registro en mi casa. Mi padre se acercó a mí para besarme y me dijo al oído: “Pedro llégate a la casa de la abuela y dile que estoy aquí” Yo no era consciente de lo que me quería decir y me negué, le dije que cuando terminara el partido que estaba jugando con mis amigos, entonces me llegaría. Él insistió, pero no le hice caso. Luego, con el paso del tiempo, me enteré de que la policía había jugado al gato y al ratón con mi familia, demostrando la crueldad y la maldad de los esbirros del régimen totalitario. Resulta que antes de proceder al registro de mi casa, habían avisado a mi familia para que se pasaran por la comisaría de policía para que pudieran ver a mi padre. Mi familia se trasladó allí en espera de poder verlo. Mientras, la policía aprovechó para hacer el registro en la casa de Bellavista. Cuando todo terminó le dijeron a la familia que, al final, no habían autorizado la visita y que se volvieran a sus casas. Mazazo para la familia, pero cuando llegaron a casa, los vecinos les dijeron que mi padre había estado allí con la policía y que habían registrado todo. Segundo mazazo a la familia.

A partir de entonces, Manuel empezó a figurar en las listas negras que circulaban y no era admitido en ninguna empresa. Inició una tenaz lucha para conseguir un puesto de trabajo, solicitando entrevistas con todos los gerifaltes del régimen, delegado provincial del sindicato vertical, el delegado provincial del ministerio de Trabajo, el gobernador civil de Sevilla, el cardenal arzobispo de Sevilla, etc. Tal era la determinación de Manuel que decidió dar un paso más arriesgado. Junto a su mujer y sus tres hijos se plantó en las oficinas del gobernador civil de Sevilla, José Utrera Molina, pidiendo una entrevista con él. Le explicó a la policía que vigilaba el recinto cuál era el motivo de su presencia allí junto a su familia. Al rato, la policía le dijo que el gobernador ya lo sabía, que ya le contestaría y que se marchase de allí. Mi padre así lo hizo, aunque le dijo al policía que, si no recibía una respuesta, volvería en otra ocasión. Y así fue, pasado un tiempo sin respuesta, mi padre junto a mi madre y los tres hermanos nos plantamos de nuevo en las puertas del gobierno civil, esta vez con la intención de no irnos de allí sin ver al gobernador, y así se lo dijo a la policía que vigilaba el acceso. Pasado un rato, salieron unos señores y nos indicaron que pasásemos a unas dependencias donde nos iban a atender. Allí nos atendió un señor (seguramente algún secretario del gobernador) y mis padres le comentaron la precaria situación que estaban atravesando, sin poder trabajar porque estaba señalado por el régimen y les cerraban las puertas allí donde iba a pedir trabajo. Al día siguiente de esta entrevista, se fue a visitar al cardenal de Sevilla, Bueno Monreal, con las mismas intenciones de que intercediera para que pudiera encontrar trabajo. A los pocos días de aquellas entrevistas, recibió información para que se presentase en dos empresas sevillanas: Abonos Sevilla y la Uralita. Él optó por ir primero a Abonos Sevilla, porque conocía la industria química de su época en Puertollano, y allí entró a trabajar hasta su jubilación.

Bueno, se podría seguir escribiendo cientos de páginas más sobre la vida de Manuel, un infatigable luchador por los derechos de los trabajadores y trabajadoras, un comunista que antepuso la defensa de los derechos sindicales y políticos de la clase obrera por encima de todo, jugándose el puesto de trabajo y el bienestar de los suyos. Contribuyó, sin duda alguna, a combatir las injusticias y construir una nueva sociedad.

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