Instrucciones para un frente amplio

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Este artículo puede herir la sensibilidad de los seguidores de Unidas Podemos. No, decir esto no es un truco para atraer lectores. Entre los partidarios de UP y del Gobierno en general cuento con muchos amigos y antiguos camaradas. La mayoría son personas razonables que aceptarán o no lo que aquí se dice, pero también por desgracia hay quienes han sucumbido a esa otra pandemia, la de anteponer la visceralidad a la razón. Cualquier crítica, sobre todo si se dirige a los actores políticos (Yolanda, Pablo, Ione, Alberto, etc), no es bienvenida en esta especie de proselitismo incondicional que rebasa el partidismo aceptable.

Lo que sí es un reclamo es el título. Obvio que nadie puede tener la receta mágica para crear de la nada la unidad popular. Sería muy pretencioso. Para aleccionar sobre experiencias de frentes populares están los ejemplos históricos de Pepe Díaz, Dimitrov o Allende y los escritos de los expertos. Pienso por ejemplo en uno de los maravillosos cuadernos de educación popular de Marta Harnecker dedicado a las alianzas políticas.

Sin embargo, nuestros actores principales de la izquierda parlamentaria sí parecen tener la fórmula, porque se postulan, una vez más, a ser las guías de ese frente. Sin proponer otra alternativa a las clases populares a las que quieren representar, como si no pudiera plantearse otra opción y como si fuese una responsabilidad ineludible que les toca. No es la primera vez que ocurre, hemos pasado por otras experiencias similares recientemente, todas llovidas desde arriba, como el llamado Pacto de los Botellines, el sorprendente giro argumental hacia el cogobierno con el PSOE o la retirada a la batalla definitiva de Madrid. Los autores explican cosas como que no es cuestión de egos o de siglas, sino de tal o cual cuestión. Podemos pues analizar esas cuestiones y ese nuevo proyecto anunciado en la prensa, para extraer algunas conclusiones:

Transformar el paradigma

En las declaraciones de los responsables en la prensa se repiten ciertas características de lo que se espera de este frente: que es una unidad de tipo estratégico, de izquierdas y sobre todo que será transformadora, que cambiará el paradigma. Pese a que moleste a mis amigos en UP, hay que decir con claridad que ninguno de estos propósitos parece cierto. O por decirlo de manera más amable, tiene pocas posibilidades de cumplir esos propósitos. ¿Cómo puede intuirse esto? Veamos.

Aunque se afirme que existen diversos marxismos y que textos clásicos como el Manifiesto pueden interpretarse de diferentes maneras, hay aspectos en los fundamentos más simples del análisis materialista que son incuestionables. No están sujetos a la interpretación personal. Uno de ellos es que para transformar una sociedad es necesario acometer cambios en su estructura económica, abordar la disputa de los medios de producción, modificar la forma en que se producen los bienes que genera esa sociedad y que la sostienen (no sólo la forma en que esos recursos se distribuyen o se consumen).

Si esta premisa no se da, por mucho que se logre cambiar el aspecto simbólico, por muchos espacios de debate que se abran en los medios, difícilmente habrá una transformación social. Se podrá obtener alguna mejora, mediante pequeños avances ideológicos, que sí pueden ser beneficiosos para los trabajadores aunque sean sólo reformas, pero que serán temporales y estarán al albur de la llegada de un nuevo ciclo electoral de la derecha o de la imposición de recortes desde Bruselas. Por muy bien intencionados que sean, los planes fundados en buenas intenciones, diálogo, empatía, esperanza, no llegarán a ser transformadores. Recuerden lo ocurrido con las eléctricas.

Tampoco podemos afirmar que será de izquierdas. Si lo es será dentro del imaginario de la ideología dominante que considera rivales opuestos a PSOE y PP, pese a que en los aspectos fundamentales de la economía son totalmente similares. Para ser un frente de izquierdas necesitaría un componente de clase, una claridad en la exposición antagónica capital-trabajo, del que carece el discurso de sus actores protagonistas, más preocupados en cumplir las directrices de ecosostenibilidad y resiliencia que se les marca que en desvelar las diferencias de clase. Recuerden los miles de millones de euros que se llevarán las empresas del IBEX de los fondos europeos para la recuperación.

No, no habrá cambio de ningún paradigma de este modo, ni tampoco debería considerarse una estrategia, sino una táctica, bastante cuestionable además, en todo caso un pasito dentro de la larga marcha hacia el horizonte del socialismo. A no ser que (aunque les duela a los militantes) los actores principales hayan decidido por su cuenta que no hay más, que la meta final es la adaptación del sistema a unas cuantas mejoras sociales. Dicho de forma clara, que no se puede, que se perdió la tilde, que el capitalismo es tan poderoso que no hay alternativa posible.

La UE y la OTAN no son el enemigo

Nada une más a los que son diferentes que enfrentarse a un peligroso enemigo común. En este caso se nos plantea el peligro del gobierno de la derecha, del avance del fascismo, dentro del juego parlamentario, en el que los impresentables portavoces de los partidos conservadores disputan con nuestros actores, llevándose los peleles fachas sonoros batacazos que son luego muy celebrados en videos en las redes sociales. De la desidia política que vivimos hace años hemos pasado al consumo como espectáculo de los debates en el Congreso, aunque la bravura de las discusiones políticas no tenga un reflejo en la realidad. Recordemos el estrecho margen de mejora en los salarios, en el derecho a la vivienda. Recordemos la reforma laboral, la ley mordaza, las pensiones.

Un análisis más profundo (que realizan Yolanda Díaz y también Iglesias en su nueva versión de comentarista) indica al neoliberalismo como el enemigo, Al neoliberalismo como la versión más descarnada del capitalismo, que puede mejorarse hacia un capitalismo más amable. Siguiendo esta lógica, ven en la derrota del trumpismo y en la adaptación keynesiana del gobierno de Biden un esperanzador avance social. Pero todo ello se observa desde dentro de las instituciones, en el riguroso cumplimiento de los planes de recuperación. El enemigo no es la Unión Europea, a cuyas manos nos hemos encomendado, pues los fondos que ahora sirven para la recuperación -en su mayor parte recuperación de las grandes empresas- quedan supeditados al cumplimiento de una deuda que estará fiscalizada por Alemania o los países frugales mediante el mecanismo de freno de mano y los recortes que sean necesarios. El enemigo no es la UE, es más, se nos pide que confiemos en que por primera vez en la historia la salida de la crisis tendrá una deuda conjunta, conjunta no sólo de todos los países sino de todos los bolsillos, que no pagaremos sólo los trabajadores.

El enemigo no es tampoco la OTAN, al contrario. Las grandes empresas que sostienen nuestra bolsa, el IBEX, mantienen excelentes relaciones con las empresas del entorno de EEUU. Tanto es así que nuestro Ejecutivo manifiesta sus respetos a los propietarios de los oscuros conglomerados de intereses financieros que son los fondos de inversión como BlackRock, para quienes nuestras empresas -las eléctricas entre ellas, lógicamente- son apetecibles fuentes de inversión. Más aún, ni en los peores momentos de la pandemia se planteó la opción de otras vacunas que no fuesen las de empresas que cotizaron en EEUU con obscenos beneficios, pese a demostrarse que retrasaban sus envíos y que se firmaban en contratos opacos. Recuerden nuestro alineamiento con el bloqueo de la investigación en Cuba, cuyos científicos han obtenido de manera brillante su propia vacuna pese al bloqueo. Recuerden nuestra posición con respecto al pueblo saharaui.

Las primarias las hacen los medios

La normalización de la apuesta por los protagonistas antes que por el proyecto parece ya un mal endémico. Los medios ansían por anunciar a los nuevos líderes, presentan sus cábalas sobre los que subirán al barco o se habrán caído. Si hasta hace poco un partido no era democrático sin primarias, ahora las primarias las hacen directamente los medios. Sus resultados se anuncian en Twitter y se ratifican en disciplinadas consultas digitales.

¿Por qué no se ha aprovechado el malestar de los sectores más desfavorecidos, que la pandemia ha agudizado, para situar el eje en crear conciencia popular en torno a cuestiones básicas como las vacunas, la factura de la luz, o la vivienda, o el paro?

Es cierto que los partidos que forman Unidas Podemos (en especial el PCE) difunden y apoyan los movimientos obreros que aún persisten. Pero ¿cómo pretenden crear conciencia en la calle si a la vez en el Congreso firman reformas y apaños con las instituciones que sostienen al poder establecido? Apaños que, por si fuera poco, están costeados mediante el traspaso de fondos públicos del Estado a las empresas. ¡Y que además nos venden como lo nunca visto!

Pero entonces qué hacer

«No es hacer la revolución, son medidas mejorables -escribía Pablo Iglesias hace unos días en Twitter enumerando los logros de UP en el Gobierno-, pero nadie ha conseguido más. En política eres lo que consigues». Desde luego nadie piensa que sea una lucha sencilla. Ni que los logros obtenidos (más allá de los cuales «nadie ha conseguido» nada) no puedan mejorar la vida de algunos ciudadanos. Probablemente. La cuestión es qué hacer para que esto no sea un final del trayecto ideológico, que no parezca que ya no se puede seguir más allá del «hacer cosas para la gente», una resignación desclasada que parece advertirnos: sálvese el que pueda, y así al menos se salvará alguno.

Este debate no es nada nuevo, aunque nuestros actores crean que lo han inventado o que antes de ellos nadie lo hizo. No es ninguna cosa moderna, de hecho es tan viejo como la historia del propio comunismo. Eduard Bernstein, partidario del socialismo reformista y contemporáneo de Rosa Luxemburgo, afirmaba: «para mí el fin, sea cual sea, no es nada; el movimiento lo es todo». Nadie puede conseguir más, parece decirnos Bernstein en un eco que atraviesa más de un siglo, El capitalismo se adaptará sin remedio y superará la crisis. A ello Luxemburgo contestó brillantemente en Reforma o Revolución: «La corriente oportunista no es otra cosa que una oculta tendencia a asegurar en el partido la supremacía de los advenedizos pequeñoburgueses, la cuestión de reforma o revolución, de movimiento u objetivo final es la conservación del carácter pequeñoburgués o proletario en el movimiento obrero».

Porque, efectivamente, también las reformas son necesarias, y también las reformas pueden dar lugar a movimientos transformadores. La lucha cotidiana por las mejoras, por conseguir instituciones democráticas -afirma Rosa en la obra citada- son el camino por el que los trabajadores han de llevar su lucha de clases. Pero para que una reforma llegue a ser transformadora debe trascender su mera función práctica, debe colaborar a crear la plataforma mediante la cual se tome el impulso a las siguientes reformas, más ambiciosas. Si no trasciende esa función, sólo sirve para estabilizar y sostener al sistema al que supuestamente combate.

Un frente amplio no es sólo un acuerdo de buenas intenciones para lograr votos. En la diversidad de participantes, que será muy heterogénea, no habrá sólo unidad, debería haber también disputa. Habrá quien considere la relajación del capitalismo como fin de trayecto y quienes vean que se puede continuar. El objetivo es ganar, ser ideológicamente predominantes, aunque eso suponga abandonar el espacio de confort del buen talante y el diálogo y las maneras entrañables. La participación en ese frente de los comunistas, si los hay, tiene que hacerse para mostrar la vanguardia, para alumbrar el camino. Muy peregrina sería la interpretación del comunismo que concluya que un frente amplio se hace para que predominen los que no quieren ir más allá de disputar migajas al sistema.

1 COMENTARIO

  1. Sr. Usted lo que contempla es que esta plataforma quiebre antes de salir, pues está muy equivocado ya que ha llegado el momento de que las izquierdas tanto moderada con comunista se unan de una vez por todas para luchar por los intereses de los españoles no ricos y hagan retroceder el fascismo fomentado por PP CS y Vox nos jugamos la libertad, educación, sanidad de nuestros hijos nietos y familias, hoy en día lo que queremos es un ESTADO DEL BIENESTAR que llegue a cuanta más personas mejor para ponernos en Europa, así que no hablamos en chiquitito, sino dirigiendo nuestra plataforma a todo el país y creo esta vez a los agoreros como usted no los vamos a escuchar.

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