La triple negación de las mujeres lesbianas

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A nadie se le oculta que si existe una relación erótica (en el sentido amplio y profundo del término, en el que confluyen amor y deseo) silenciada y negada a lo largo del tiempo y aún hoy en buena parte del planeta, es la de mujeres lesbianas. Históricamente negadas, borradas, han pasado desapercibidas y aún hoy se conceptualiza como una relación menor, no amorosa ni sexualmente plena. Esta negación sistemática, a mi juicio, se ha producido de tres modos, que aún confluyen en la actualidad:

El primer modo de negar a las mujeres lesbianas ha sido el más predecible y persistente, que aún permanece vigente incluso en las sociedades formalmente igualitarias: el del machismo tradicional que contempla la heterosexualidad como único modelo erótico-afectivo válido para las mujeres. El machismo tradicional, en su ceguera, ha seguido dos estrategias con las mujeres lesbianas: bien ignorarlas, por considerar imposible el amor y la sexualidad entre mujeres, bien persiguiéndolas, por considerarlo una enfermedad, una demostración de una sexualidad desequilibrada e inmadura que debía reconducirse, mediante terapia de reconversión, a una relación heterosexual con fines reproductivos.

El patriarcado, en tanto que sistema de dominación que el conjunto de hombres ha ejercido sobre las mujeres, ha considerado el lesbianismo una enfermedad, una desviación del desarrollo sexual maduro, una práctica excéntrica psicológicamente corregible o, simplemente, una sexualidad incompleta, una amistad entre mujeres carente de toda pulsión amorosa y sexual, entendiendo que es el deseo y el placer masculino la única fuente de legitimación de una sexualidad completa y verdadera. En este sentido, se sigue entendiendo por “relación sexual  completa” aquella en la que tiene lugar un coito, de manera que la ausencia de este impone un simulacro de sexualidad, un “juego”, una “imitación”, un “ensayo”, una “fase” pero, en cualquier caso, una sexualidad que no es, que carece de entidad propia y que se entiende como copia deficiente e incompleta, insuperable por la ausencia de un varón.

El segundo modo de negar a las mujeres lesbianas, más reciente pero significativamente virulento, es el del transactivismo que demanda a las lesbianas que no rechacen relaciones sexuales con hombres autoidentificados mujeres en tanto que rechazarlos por dicho motivo supone una manifestación clara de transfobia y de ser excluyente con las “mujeres trans”. Supone una terapia de conversión encubierta en cuanto que se exige la reorientación del deseo sexual al otro sexo, tan sólo porque el otro sexo adopte la estereotipia estética de la feminidad patriarcal. Es decir, se sostiene que el deseo lo marca el género y no el sexo, de modo que se borra a las lesbianas, sus deseos, sus experiencias y su existencia como mujeres que sólo desean y aman a otras mujeres, hurtándoles su propia identidad y su propia determinación. Ya no somos las mujeres cuyo deseo y amor se orienta exclusivamente a otras mujeres, sino hacia cualquier persona, hombre o mujer, que adopte la feminidad de modo estético. De este modo, lesbiana ya no significa nada; se vuelve un concepto equívoco y vacío sin realidad concreta a la que referir, pues si mujer es cualquiera que se denomine mujer, como efecto dominó, lesbiana será cualquier persona que se denomine lesbiana.

El tercer modo de negar a las mujeres lesbianas procede, paradójicamente, del lesbianismo político. Con su “toda mujer puede ser lesbiana” se resuelve el ser lesbiana como un modo de estar en el mundo que se asume a voluntad y con independencia de cuál sea la orientación sexual y el deseo y el amor erótico profundo que haya sentido una mujer a lo largo de su vida y en su presente. No haber deseado ni amado nunca a una mujer, siendo mujer, se torna, de hecho, como irrelevante a lo hora de conceptualizar qué es ser lesbiana en tanto que ser lesbiana (estar lesbiana, dirán las políticas) se descubre como categoría política a la que se puede llegar por ejercicio y convicción intelectual, como muestra de rechazo a la “heterosexualidad obligatoria” que impone el patriarcado, con independencia de que exista o haya existido siquiera alguna vez una inclinación amorosa y erótica de esa mujer por otra. En este sentido, se apela a un continuum lésbico según el cual todo acto afectivo o de complicidad entre mujeres se puede y se debe considerar un modo de “estar lesbiana”. En consecuencia, algunas de sus precursoras declaran que ser lesbiana consiste en dar apoyo y afecto a otras mujeres, al margen de que exista una pulsión erótica (que aúne amor, deseo y atracción) e incluso descartando que dicha pulsión pueda ser siquiera un componente relevante a tener en cuenta a la hora de definir la existencia lesbiana:

“La base del lesbianismo es el continuum lésbico, es decir el proceso transformador, incluso pueden haber mujeres haciendo un continuum lésbico muy bonito y transformador sin tener relaciones sexuales con otras, porque es la forma en como yo me relaciono con otras, como desde el respeto, reconocimiento, aceptación de la diversidad yo crezco y hago crecer a las otras, ese es el continuum lésbico, no necesariamente porque me acuesto con otra mujer; para mí eso no es ser lesbiana, eso es tener relaciones sexuales con mujeres, que no pasa más allá.” (https://revistalabrujula.com/2019/12/09/la-apuesta-es-el-continuum-lesbico-finaliza-tercera-edicion-de-la-escuela-lesbofeminista-de-las-dignas/). En este sentido, por ejemplo, dos amigas heterosexuales que se profesen lealtad, respeto, apoyo, complicidad y soporte emocional a pesar de que no exista atracción ni amor ni ningún tipo de pulsión sexual entre ellas participarían del continuum lésbico sin ser lesbianas.

Me pregunto si no hay un solapamiento evidente entre la concepción machista de las mujeres lesbianas según la cual las relaciones amorosas entre ellas no pasan de una complicidad amistosa en cuanto que, en ausencia de varón, no existe pulsión ni relación sexual plena y este empeño del lesbianismo político en tomar por muestra de “lesbianidad” cualquier gesto cómplice y solidario entre mujeres, aunque lo motive de hecho exclusivamente una amistad o, aún menos, cierta solidaridad entre iguales, sin que existan lazos afectivos (mucho menos eróticos profundos). Por supuesto, ni que decir tiene que para las propias lesbianas tampoco resulta “lésbica”, amorosa o erótica cualquier relación establecida con mujeres.

El desprecio a la sexualidad lesbiana, sugiriendo que tener relaciones sexuales con mujeres “no pasa más allá” sí me parece, sin embargo, una concepción muy patriarcal del sexo en tanto que acto mecánico e intrascendente, no lo suficientemente puro y profundo como una conexión afectiva no física. Precisamente, si algo caracteriza, a mi juicio, al amor físico entre mujeres es que no resulta intrascendente nunca y en necesitar explorar no sólo una pulsión física sino una conexión emocional y erótica profunda. El supuesto continuum lésbico, con ese aparente desinterés por el deseo y la sexualidad de las mujeres lesbianas, no se distinguiría tanto de la concepción patriarcal de la sexualidad lesbiana en cuanto a que no es plena ni profunda y que más bien implica una carencia que suplen lazos de afecto, amistad y complicidad, sin que puedan llegar a explorarse en plenitud a nivel pasional. Ello no obsta para considerar que el amor, por supuesto, se expresa de muchas maneras. En ningún modo pretendo afirmar que la sexualidad sea el único aspecto válido de una relación lesbiana ni el único necesario. No se trata, en absoluto, de tomar el sexo como medida única de una relación amorosa. Pero tampoco de considerar que una mujer sea lesbiana a pesar de no haberse enamorado nunca de otra mujer, a pesar de no haber deseado nunca a otra mujer o a pesar de no desear ni plantearse siquiera como deseable el encuentro amoroso erótico, físico y emocional, con otra mujer.

Si bien resulta innegable que el patriarcado promociona la heterosexualidad y que la sexualidad presente en ella (más bien, la sexualidad masculina) exige una revisión profunda, me parece excesivo considerar que la heterosexualidad es siempre, para todas las mujeres y sin excepción posible, una imposición o una orientación sexual que asuman sin deseo y de modo acrítico. No sólo han sido las feministas lesbianas sino también las feministas heterosexuales las que han diseccionado con extraordinaria lucidez las relaciones de poder existentes no sólo en instituciones como el matrimonio, la pornografía y la prostitución sino en otros modelos relacionales afectivos formalmente igualitarios como las relaciones de pareja actuales.

Además, reconociendo que no tengo exactamente claro el origen de la orientación sexual, lo que sí parece que se puede afirmar de manera rotunda al respecto es que el sentimiento sexual-amoroso por un sexo u otro (en el caso de las personas homosexuales y heterosexuales) se siente de manera clara, estable, indubitable y profunda, sin que pueda intelectualizarse ni disponerse a voluntad. En este sentido, sostengo que el lesbianismo político, al afirmar que la sexualidad y la existencia lesbiana dependen de un ejercicio de concienciación permanente que exige además un compromiso esforzado, hurta a las relaciones entre mujeres lesbianas del amor y del deseo que espontáneamente las caracteriza y presenta el ser lesbiana como un “estar” en el que mantenerse a base de disciplina, racionalización y esfuerzo como si de demostrar coherencia política se tratase y no, simplemente, de dejarse sentir y vivir lo que espontáneamente se es y se siente. Pocas cosas, en fin, más sexistas e injustas con las lesbianas que suponer que serlo no es rotundamente deseable para quien lo es sino un ejercicio disciplinado de compromiso y adhesión en lucha constante con el verdadero deseo. ¿Puede haber algo más misógino que pensar que ser lesbiana exige poco menos que esfuerzo y disciplina?

He visto cómo, incluso, se llega a afirmar que el “estar lesbiana” no tiene nada que ver con el deseo, el amor y la sexualidad, pues tales dimensiones se encuentran necesaria e indefectiblemente secuestradas por el sistema patriarcal, sugiriendo que ni siquiera cuando una mujer lesbiana habla de su deseo y de su amor por otra mujer lesbiana puede salirse de la ideología patriarcal que vertebra esos términos. Para acabar negando cualquier posibilidad de disfrute sexual y amoroso, incluso entre mujeres lesbianas que no esté imbuido de patriarcado, no hacía falta semejante aparataje teórico, tan artificial como alejado de la realidad de las mujeres lesbianas.

Ser lesbiana no es una actividad intelectual. Ser lesbiana no es un compromiso ético-político (ser feminista sí lo es). Ser lesbiana no es un “estar” al que se llegue leyendo. Ser lesbiana no es llamar acto lesbiano a cualquier acto solidario, amistoso o cariñoso entre mujeres. Ser lesbiana no es un esforzarse y un comprometerse en desear lo que a priori y de manera espontánea no se desea. No se me ocurre nada más repulsivo que pretender que te deseen o desear haciendo un esfuerzo en base a una convicción teórica y no por la espontaneidad del deseo y el amor mismo.

En síntesis: a la negación de la plenitud amorosa-sexual del machismo tradicional opongo que el amor y la sexualidad entre mujeres lesbianas es pleno en sí mismo, no es copia de otro amor ni otra sexualidad ni echa en falta al otro sexo.

A la negación de que le deseo y el amor de las mujeres lesbianas se oriente al sexo (y sí al género), opongo que un hombre autoidentificado mujer exigiendo relaciones sexuales a una mujer lesbiana es un varón acosador y violento que utiliza el comodín de la transfobia para ejercer dominio sexual sobre las mujeres por el hecho de serlo.

A la negación de que ser lesbiana dependa de un profundo sentido del deseo y del amor y que, en realidad, sea un superficial ejercicio político e intelectual, opongo que la banalización del deseo y del amor entre mujeres, de su plenitud y su fuerza por su carácter natural, real, espontáneo e indubitable, nos caricaturiza y niega nuestra realidad y nuestro modo de desarrollar nuestros deseos y sentimientos. No somos las “elegidas” de una supuesta revelación intelectual, ni en función de ella, ordenamos autómata y disciplinadamente nuestros sentimientos, comportamientos y relaciones amorosas. Somos, y no estamos, lesbianas. Y no estamos al servicio de hipótesis intelectuales ni permitimos que nuestra determinación afectiva y sexual se torne una maraña teórica a la que se llegue estudiando.

Tres vértices zarandeándonos a un lado o al otro, aparentemente en direcciones opuestas pero que nos conducen, a las mujeres lesbianas, al mismo punto: a una caricatura, a la percepción de que nuestros deseos son superficiales, modificables, maleables. A que el amor y el erotismo no puede tener otra expresión que la patriarcal. No es eso ser lesbiana. Las lesbianas no somos una caricatura: ni al servicio del patriarcado tradicional para reforzar el ego sexual masculino, ni al servicio del patriarcado transactivista para que lo que seamos lo vuelvan a redefinir hombres con el comodín del género en tanto que objeto de la orientación del deseo, ni al servicio de una entelequia teórica que no tiene en cuenta la experiencia, los deseos, la forma de vivir el amor y de expresar los sentimientos que tenemos las lesbianas, ni, en consecuencia, a las lesbianas mismas.

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