Lo vemos cada día: di lo que quieras, que me opongo. No propongo, solo me opongo. Con ello consigo relevancia mediática y agenda política. Además de presentarme como víctima. Porque lo tuyo es un atropello, digas lo que digas, hagas lo que hagas. Es madrileñofobia. O hispanofobia. O blanquifobia. O heterofobia… Taurinos y cazadores oprimidos por el “totalitarismo animalista”, hombres atemorizados por las leyes de igualdad o católicos marginados por el laicismo.
Este es el modelo que la ultraderechista presidenta de la Comunidad de Madrid ha adoptado imitando las políticas del fascismo patrio. A esto no quiere que la gane nadie. Y su partido, el partido popular, que ve el éxito mediático de una presidenta irrelevante que abochorna con sus ocurrencias incluso a sus hinchas, se ha propuesto avanzar en la misma dirección, buscando adelantarse incluso a la extrema derecha en su deriva de agitación, crispación y polarización.
Su eje se basa en declaraciones estrambóticas que sonrojan y generan vergüenza ajena o provocaciones antidemocráticas que recurren a los lugares comunes y habituales de la extrema derecha, asumidas ahora también por la derecha extrema: gobierno criminal para cualquier gobierno que no sea el suyo, filoterrorista a quien se oponga a su ideología extremista, comunista o antifascista como si esto fuera una acusación, o castrochavista pretendiendo ser un insulto.
Han adquirido ya una categoría propia las declaraciones de quien todo su currículum y experiencia está asentada en ser la community manager del perro pekas de la anterior presidenta de la comunidad de Madrid, es decir quien hablaba en twitter como si fuera el perro: «ayusadas». Desde ‘Madrid es España dentro de España’, hasta ‘la gente es libre porque vive en Madrid’. El problema es que estas bochornosas y estrafalarias declaraciones son difundidas por los medios de comunicación y se convierten en tema de análisis y tertulias. Generan agenda política y mediática.
Pero lo más preocupante son las amenazas y provocaciones de la extrema derecha que están crispando y polarizando cualquier posible convivencia democrática. Generando un efecto secundario muy peligroso y preocupante: los medios solo hablan de polarización, pero sin aludir a quien genera el problema, como si dos partes enfrentadas fueran responsables de la situación. De esta forma está consiguiendo que los medios y analistas asuman la “teoría de la equiparación o equidistancia” aplicando a dos partes la responsabilidad de la violencia desarrollada por la ultraderecha.
De hecho, vemos cómo desde este enfoque se está situando a todo movimiento progresista que cuestione el capitalismo, como si fuera el otro extremo de la ecuación del denominado populismo, acusándole de “extrema izquierda radical” o antifascista. Como si el antifascismo fuera algo negativo. Esto proviene de la anomalía española cuya democracia no se fundó sobre el antifascismo, como el resto de los países europeos tras la derrota del nazismo, sino que heredó el franquismo sociológico y en cuyas instituciones se instaló los poderes de la dictadura sin ruptura democrática real. Por eso no es de extrañar que los medios tilden con el epíteto vacío de ‘populistas’ (sin saber muy bien qué significa) tanto a las opciones fascistas (totalitarias y antidemocráticas) como a las opciones comunitarias anticapitalistas y antifascistas (de defensa del bien común). De esta forma el centro del tablero político queda redefinido por el conservadurismo y el neoliberalismo que se convierten automáticamente en opciones de centro, “moderadas”, “responsables” y “de gobierno”.
Además, está generando un segundo efecto cada vez más acusado. La denominada “lepenización de los espíritus”. La ultraderecha ha conseguido radicalizar y polarizar el marco del debate público, de la agenda política y mediática hasta el punto de que buena parte de sus postulados están siendo asumidos no solo por los grupos políticos conservadores de la derecha extrema y por los grupos políticos liberales y liberaldemócratas, sino también incluso por algunos grupos progresistas y socialdemócratas, especialmente como estamos viendo las políticas migratorias, claramente discriminatorias y punitivas, y las políticas represivas en materia de derechos y libertades.
La carencia de una cultura antifascista y la falta de una ruptura con el franquismo han posibilitado no solo los pactos en ayuntamientos y comunidades autónomas, sino el hecho de que se viera como ‘natural’ que se alcanzaran acuerdos con la ultraderecha. El hecho de que el partido ultraderechista esté dirigido por varios antiguos miembros del Partido Popular, el trato benévolo recibido en muchos medios de comunicación y la relativización de sus postulados y propuestas xenófobas, antifeministas y antidemocráticas por parte de los líderes de los partidos conservadores también han servido para blanquear a la ultraderecha como una formación legítima, integrándola incluso en el denominado “bloque constitucionalista”. En estos tiempos, cuando el viejo orden social se está derrumbando y uno nuevo está luchando por definirse y surgir, emergen los monstruos, como analizaba Gramsci. Este neofascismo cuenta con la capacidad de destruir la democracia en nombre de la democracia. Además, la experiencia histórica en Europa nos muestra que una vez que están dentro de las instituciones cuentan con recursos mediáticos, políticos, económicos e institucionales que hacen muy difícil que acaben desapareciendo. Ha llegado el momento de utilizar la democracia para ilegalizar el neofascismo, como se está demandando ya en Italia: «Fascismo nunca más».