Hombres a la sombra de sus mujeres (o terapia de choque)

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Sin ancestras, no hay Historia

Nos han contado la historia a medias. Durante años nos han tenido aletargadas con una educación errónea, haciéndonos creer que la historia, la literatura o el arte eran “cosa” de hombres. En el colegio, instituto e incluso universidad, nunca nos hablaron de mujeres, a no ser que fueran reinas, santas o putas, da igual el orden de los adjetivos, porque no altera el producto: Isabel la Católica ocupa un lugar importante en los manuales de historia como una mujer malísima que tenía al pobre Fernando como un pobre calzonazos; Juana de Arco, esa jovencita virgen salvadora de la patria francesa y que hoy es la patrona del país galo tiene también un lugar privilegiado en la Historia; la profesión de María Magdalena es mundialmente conocida…

Menos mal que algunos docentes iluminados nos hablaron de María Pita o de Mariana Pineda, por poner un ejemplo. Pero nada más. No porque no quisieran sino porque no tenían los útiles necesarios para ello. Es un hecho: las mujeres sufrimos el olvido y el silencio en la escritura de la historia. En el caso de que estemos representadas, no aparecemos como actrices esenciales sino que, tal el jarrón que se encuentra encima de la mesa, hemos sido simples decorados al lado de grandes hombres. Y esto se ha ido impregnando en nuestra psique (algo así como esa ‘violencia simbólica’ de la que hablaba Bourdieu) hasta tal punto que hemos llegado a normalizar algunas prácticas de dudosa igualdad sin darnos cuenta (objetivo principal de la ‘violencia simbólica’).

Noveno aniversario de la fundación del Lyceum Club, donde sí hicieron sombra a los hombres ilustres. Fuente: Ahora, 06/11/1935

Terapia de choque

«No sé si conocen al marido de María Teresa León, se llamaba Rafael Alberti. Aparece en los aledaños de la famosa Generación del 27, como muchos otros, ya que él fue “la cola del cometa”, como se hacía llamar el autor. Gracias a su mujer, él pudo entrar en los círculos literarios y artísticos de la maravillosa Edad de Plata (1900- 1936). Todavía no se ha estudiado su obra poética, y hay algunas obras que han quedado inéditas, pero la calidad de sus escritos publicados demuestra que fue uno de los grandes. Pero siempre quedó oculto tras la gran personalidad de María Teresa.

Lo mismo le sucedió al marido de Concha Méndez, Manuel Altolaguirre. ¿Cómo podía Manolo brillar al lado de una poeta tan excepcional como Concha? Tanto Concha como María Teresa fueron las grandes artífices de aquella maravillosa generación, en la que los hombres no podían acceder. Altolaguirre se puso a disposición de Méndez, él mismo invirtió sus ahorros en la imprenta que creó Concha, la más importante del momento y que facilitó las publicaciones de todas aquellas extraordinarias mujeres, dejando, eso sí, algunos apéndices en los que los hombres pudieron participar.

María Teresa León, en primera línea, como secretaria de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, el día que recibieron el camión para el Altavoz del Frente. Podemos apreciar a su marido, detrás de ella y de pie, una imagen de lo que sucedía a los hombres. Fuente: Crónica, 01/11/1936

Zenobia Camprubí también participó activamente en el mundo intelectual de aquel Madrid lleno de grandes autoras, pintoras, filósofas… De hecho, fue la persona que más influenció en las jóvenes poetas de la Generación del 27 por su prosa, su artesanía y su actividad comprometida con los niños. Siempre había chicos que llamaban a la puerta de Zenobia y su marido, Juan Ramón Jiménez, abría solícito la puerta y disfrutaba de las tertulias de «los chicos de Zenobia», como él los llamaba. Desde luego, debemos romper una lanza por Juan Ramón, ya que Zenobia era una persona muy inestable, deprimida constantemente, y ahí estaba siempre Juan Ramón, apoyando y animando constantemente a su mujer.

¿Y el teatro?

De la misma generación que Zenobia era Carmen Baroja: creadora excepcional y directora de escena. En su casa se produjeron las mejores representaciones del momento, con el grupo teatral El Mirlo Blanco, creado por ella y su cuñada Carmen Monné, donde se daba la oportunidad a autores que no eran aceptados en el circuito comercial. El desconocido pero brillante autor Ramón María del Valle Inclán era un ferviente colaborador en casa de las Baroja-Monné. Los hermanos de Carmen nunca se sintieron realizados en un mundo en el que no podían elegir su destino. Así lo cuenta Pío Baroja en sus memorias: desde pequeño le tenías trazada su vida, mientras que su hermana podía estudiar y realizarse. Algunas veces Pío pudo publicar algunos de sus escritos gracias a su hermana, pero aquello no llegó a más. Es desolador leer sus memorias y sentir esa frustración que le siguió toda su vida.

Precisamente, el mundo teatral era principalmente femenino. Cuando los hombres podían acceder, lo hacían como actores y si alguno tenía la suerte de publicar, lo hacía en pequeñas ediciones y de pocas tiradas. Por ello hoy en día tenemos tantos problemas para encontrar obras de los dramaturgos del momento. Un caso escandaloso es el de Gregorio Martínez Sierra, marido de la célebre dramaturga María Lejárraga. Ésta tuvo un gran éxito, pues todas sus obras se representaban con buenas críticas. Incluso escribió algunas “Cartas a los hombres”, mostrando una empatía excepcional hacia el sexo oprimido. Pero cuando Lejárraga falleció, Gregorio, por fin, destapó la verdad: él era quien escribía todas las obras de su mujer. Ella se encargaba de negociar las representaciones, pero el pacto de silencio fue respetado hasta el final. Algo extraño cuando pensamos en las acciones por la igualdad que Gregorio realizó durante sus años como diputado…»

Un mundo al revés… o no

¿Se imaginan que nos hubieran contado la historia de este modo? Anular la personalidad artística de una mujer es lo que se ha venido realizando desde tiempos inmemoriales, y el resultado es este: que hasta a mí me ha parecido extraño este artículo, que me he reído escribiéndolo porque me parecía que estaba haciendo, como escribió Goytisolo, “un mundo al revés”. Y luego me he dado cuenta que a nosotras mismas nos cuesta contar la historia de otro modo porque nos formatearon para que así lo hiciéramos. Nuestras pioneras no se merecen ser tratadas de este modo, como tampoco se lo merecerían los hombres. En un mundo ideal, se nos hubiera contado la historia completa, sin olvidar a la otra mitad del ser humano, porque sin ancestras, no hay Historia.

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