Educación Sexual VII: Noviazgo y sexo

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Lo que supuso de apertura La Liga para la Reforma Sexual y los trabajos de Morata, Hildegart Rodríguez, Huerta, Noja o Marañón en la España de principios del siglo XX fue barrido tras la victoria de los golpistas en 1939. Ya no se estudiaba, pero el sexo seguía estando ahí y su manifestación, aun reprimida, se escapaba por los poros de la censura.

Para la Iglesia, una de las principales beneficiarias de la guerra civil, el estudio de la sexualidad, la libertad sexual y de las costumbres eran consecuencia de la laicidad, el mayor delito de la II República, que explicaba la decadencia política y moral de España, y volver a la buena senda era volver al espíritu tridentino.

El ambiente moral era ultraconservador y por ende represivo en lo referente a la sexualidad. La finalidad del sexo era la reproducción. En ese campo el médico era la autoridad científica y el cura el que aplicaba el criterio moral, confundiendo lo uno con lo otro sin ningún rubor.

La represión política eliminaba físicamente a los enemigos de la patria. La censura política controlaba los medios de difusión: prensa, cine y libros; y sobre todo vigilaba el espacio público y los lugares de encuentro: verbenas, calle y escuela.

La sexualidad infantil no existía, la de la mujer era controlada y la del hombre consentida con sus más y sus menos, y siempre que no causase escándalo público. La mujer debía ser casta hasta el matrimonio por el alto destino que la esperaba: la maternidad. El hombre también debía ser casto, pero con atenuantes.

La mujer debía ser recatada y el hombre viril. Los papeles estaban bien definidos para ambos sexos. Mujer débil, hombre protector. Mujer centro del hogar, hombre dueño del espacio público. Y ambos eran complementarios: La idea de la media naranja era la que marcaba la búsqueda de ese complemento personal.

El sexo era peligroso si no se atenía a su fin natural: procrear. Y procrear sólo se hacía en el matrimonio bendecido por la Iglesia. Ahí, en el matrimonio, el “uso” del mismo estaba permitido, y si sentías placer, miel sobre hojuelas, pero tampoco era imprescindible.

En el colmo del desparrame sexual, en el matrimonio, la sexualidad no era del todo pecado por su fin de dar hijos a la patria y Dios, por lo que negarse al “débito conyugal” era causa de llamada al orden por el confesor, salvo que fueses la esposa de Millán-Astray.

En el noviazgo no había sexualidad para la mujer, más allá de un beso en la mejilla, salvo que fuese “una fresca” o algo peor: Una chica fácil. Y de ahí a que se la considerase una puta no había que correr mucho. Sí había sexo y sexualidad si eras hombre: La prostitución, y para los jóvenes de las familias bien las chicas de servicio. Que no era para alardear -o sí- pero se comprendía.

El noviazgo era una situación compleja de deseos reprimidos -a veces-, donde el “porque vas a ser la madre de mis hijos y tengo que respetarte”; “vas a ser el padre mis hijos y no quiero que creas que soy una cualquiera”, en un una constante tensión sexual malamente resuelta, que en no pocas veces acaba en boda de urgencia e hijo sietemesino. Eran las bodas de penalti.

“El noviazgo no ha sido, o no es, una fórmula para economizar sexualidad, sino la única o de las pocas oportunidades `legales` para atenuar la represión” (Ferrandiz y Verdú, 1975). Y para atenuarla se “autorizaba” cierta intimidad, más amplia según se acercaba la boda y se entendía que alguna que otra “libertad” podría hasta tolerarse. Pero ojo, sin pasar a mayores.

La intimidad permitida iba del beso en la mejilla, la mano “cuando se dan con limpieza, brevemente y en circunstancias especiales, como un encuentro, una despedida, un día grande, una fecha determinada, el día del santo” (Figar, 1947). En otros momentos, no.

El verdadero amor, empezaba para este autor, por una amistad sincera, que paso a paso llegase a ser un amor profundo en toda su dimensión espiritual como antesala del matrimonio, y no una manera de satisfacer las necesidades del instinto animal, falto de la grandeza sacramental.

Pero el sexo y sus picores estaban ahí. Los novios según avanzaban en su relación se podían permitir algunas libertades, y siempre con mil cuidados. Pues si las muestras de afecto se daban “furtivamente” y te pillaban el escándalo estaba asegurado (Figar, 1947).

Los lugares furtivos eran los parques, descampados, cines (la fila de los mancos)… donde siempre había que estar atentos a los guardias/acomodadores, porque ir a un Meublè eran palabras mayores de intimidad (La Colmena, Cela, 1950), y no estaba al alcance de cualquiera.

En esos “lugares furtivos” los novios en una fase avanzada de su compromiso podían llegar al beso en la boca, e incluso el beso con lengua, y como fuesen sorprendidos podían acabar en la comisaría y con una multa. Y el denunciante podía ser un escandalizado transeúnte o un “guardia de la porra”.

Esos besos estaban tan “cotizados” en el noviazgo y eran tan pecaminosos que la censura en el cine los cortaba sin miramientos. Y una chica decente no los daba así como así. Había que tener al menos una relación de muchísimos meses y estar presentadas las familias.

Luego estaba el toqueteo, todo un arte de urbanismo corporal: Arriba o abajo. O las dos plantas. Si sólo arriba (senos) se tenía una opción de ir abajo y llegar a “culminar”. Y eso el hombre. Que la mujer sólo tenía una opción, y una chica decente se lo pensaría muy mucho ir abajo.

Los guateques -para los de la LOGSE (Goyo Jiménez, dixit)-, fiestas en casa de un amigo con tocadiscos y refrescos, se convertían en las únicas oportunidades de intimidad más relajada para los novios. Siempre y cuando no estuviera de carabina una madre. Casi nunca un padre. Los guateques a veces permitían el “agarrao” o el escaqueo a alguna habitación. Como alternativa (años 70 y ss.) estuvo el coche, que permitía irse a lugares retirados. Opción que requería de una buena dosis de deseo -que la había- y de flexibilidad en la columna vertebral.

Llegó a ser tan popular el sexocoche que Los inhumanos cantaban en 1980 “Qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000”. Escuchadlo que no tiene desperdicio. Y esto en un Simca 1000, imaginad lo que podría ser en un SEAT 600.
https://www.youtube.com/watch?v=2AcJUaF69M0

Lo del coche era una solución habitacional, que dirían ahora, para el sexo de novios. Incluso en plan bacanal. Mecano, como Los Inhumanos, también lo cantó en La fuerza del destino.
https://www.youtube.com/watch?v=_mAmEKNqg1g

Todo esto estaba más o menos admitido en los novios formales, y más según se acercase la fecha de la boda, lo que no quitaba que las madres avisasen a sus hijas: “Cuidado, besos y abrazos no dan niños, pero ya es la víspera” (Serrano, 1971).

Porque si cedía y la mujer se quedaba embarazada podía encontrarse con el rechazo del hombre, más probable cuanto más lejos estuviese la boda y los medios para vivir autónomamente sin el apoyo económico de los padres. Y si ella se resistía temía que otra se lo llevase. Era un juego de “doble moral”, de “tira y afloja”.

El hombre tenía permitido y era empujado a ser “un hombre” y la mujer a ser “decente”. Si él no “atacaba” ¿podría su novia sospechar de su hombría? Y si ella cedía ¿Podría él creer que era una fresca e igual habría cedido ya con otros?

La miseria sexual estaba asegurada entre la represión, la contención autoimpuesta, el miedo al escándalo, el embarazo no deseado y el aborto en el código penal hicieron que los años del franquismo y primeros de la democracia dejasen un buen plantel de inseguridades y miedos en cuanto al cuerpo y el sexo, del que las revistas del destape, el cine casposo y el porno han sacado buena tajada.

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