La metafísica Queer

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No es el feminismo asunto metafísico ni es su objetivo principal desentrañar el sentido del predicado «ser» aplicado a la mujer, quizá porque el sexo femenino ha sido durante siglos más bien un no-ser: lo invisibilizado, lo apartado, lo excluido… De lo que sí se ha ocupado y preocupado el feminismo, como teoría crítica y como movimiento político, es de analizar el significado que para la mujer tiene ser-en-un-mundo en el que el hombre es medida de todas las cosas, incluyendo las mujeres que serán concebidas por contraposición al varón y, en el mejor de los casos, como sexo complementario.

El patriarcado ha señalado siempre esta diferencia ontológica que, en último término, es una diferencia sexual y que ya Aristóteles dejó establecida al definir a la mujer como «varón fallido», inaugurando una corriente interpretativa que perdurará hasta Freud. Al margen de cómo pensar que hombres y mujeres siendo iguales somos diferentes, el asunto es que históricamente esta diferencia se ha entendido como inferioridad. Sobre esta jerarquía sexual se erige toda la lógica de dominación patriarcal a la que lleva siglos plantando cara el feminismo.

No podemos perder de vista que esta diferencia ontológica que en la praxis se traduce en una desigualdad estructural tiene una causa material: el cuerpo sexuado. Para la mujer ser-en-el-mundo radica en esta realidad tangible que mide también su existencia. Y es precisamente este cuerpo físico, que tiene una materialidad anterior al significado, el que borra y elimina la llamada teoría queer. La propia Butler afirma que es imposible decidir si hay un cuerpo «físico» anterior al cuerpo perceptualmente percibido. En otras palabras, si el patriarcado ha desposeído a las mujeres de su capacidad racional, de su intelecto, de su autonomía, de su psique, de su condición de ciudadanas sujeto de derechos y libertades y hasta de la conciencia de ellas mismas… ahora también las despoja del punto de anclaje de su ser en el mundo negando la existencia de su cuerpo natural. Ya ni siquiera somos la otredad. La mujer, más que en ningún otro tiempo, ha devenido en un no-ser. Como mucho, ser mujer es un sentimiento que emana de una subjetividad autopercibida.

Ahora bien, si lo que es accidente ha transmutado en sustancia y el cuerpo sexuado queda reducido a un efecto perfomativo del género, si con anterioridad a este se le niega su propia entidad, el cuerpo pierde toda su consistencia ontológica y se deshumaniza. Quedando el cuerpo femenino reducido a mero espectro biológico, al que actualiza y da forma el género, en la delirante ontología queer se asientan las bases teóricas que legitiman todo tipo de opresión y explotación sobre ese mismo cuerpo: prostitución, alquiler de vientres, donación de óvulos, pornografía, trasplantes de útero, mutilación genital, histerectomías precoces, sobrecarga de cuidados, doble jornadas… hechos que, sin embargo, revelan que ser mujer es una realidad material radicada en un cuerpo sexuado.

No nos debe sorprender que prácticas como la ablación del clítoris se presenten como una suerte de acto perfomativo que tiene por resultado la percepción de lo que es ser mujer en una determinada cultura. De la forma más perversa se ha invertido la relación causa (nacer con vulva) y efecto (sufrir una mutilación genital). Tampoco es casualidad que se acuñen nuevas diadas categoriales —mujer trans/mujer cis— que no hacen sino perpetuar los dualismos jerarquizados sobre los que se erige el pensamiento occidental. No es baladí, en definitiva, la pregunta ¿qué es ser mujer? Y que tan a menudo escuchamos y leemos en los círculos transactivistas. La propia ministra de Igualdad se lo cuestiona en entrevistas y no da respuesta alguna. No se sabe qué es ser mujer.

Es claro que todo responde a la nueva metafísica queer, la transmetafísica, que niega la suficiencia constitutiva del cuerpo sexuado que ya no existe por sí mismo, sino en relación con lo otro: el género. La ley lo consagra elevando a derecho la disolución del sexo como realidad biológica y natural, convirtiéndolo en género. Sexo es género. El desmantelamiento conceptual de la categoría «mujer» ha comenzado. El siguiente paso, su desaparición como sujeto. El fin, el fin del feminismo.

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