¡Atrévete a ignorar! (y decir que hay muchos feminismos)

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Sapere aude! [¡Atrévete a saber!] fue el lema con el que Kant resumió el propósito de la Ilustración, periodo al que tanto debemos y que, sin embargo, hoy se desprecia. Con esta exhortación, el filósofo invitaba a los hombres (no a nosotras) a pensar por sí mismos y a que consiguieran zafarse de la heteronomía impuesta. En palabras más llanas, pero también del filósofo, invitaba a que todos saliesen de su “autoculpable minoría de edad.” Con esto, Kant defendía que los individuos pensasen por sí mismos y se rigiesen por una moral autónoma, resultado del ejercicio de la razón, y no por mandatos externos que doblegasen la autonomía moral y la libertad del sujeto. Denunciaba que no existiera pensamiento crítico y que los hombres se dejasen guiar por tutores, por autoridades interesadas en mantener a la ciudadanía incapaz de regirse por sí misma, dócil y solícita frente al poder.

Aquellos eran otros tiempos. La ilustración supuso, en efecto, la salida del hombre de la ignorancia, de la superstición, de las creencias dogmáticas y posibilitó el progreso ético, político y científico de las sociedades donde se produjo. Si bien este proceso no preveía la extensión de esa emancipación al sexo femenino, lo cierto es que supuso el caldo de cultivo para que el feminismo prosperase, motivo por el que, aunque ni Kant ni muchos otros lo desearan, sus reclamos de igualdad y libertad también se extendieron al que hasta entonces sólo consideraban el bello sexo.

Reivindicar la ilustración hoy es sacrilegio. Tiempo ha habido para imputarle la autoría de todos los males pasados, presentes y futuros. Se le acusa de eurocéntrica, blanca, burguesa, racista, capacitista, heterosexista, etnocéntrica, racista, clasista y miles de cosas más. Algunos le imputan, incluso, ser el germen de los regímenes totalitarios y genocidas del siglo XX, especialmente, del nazismo. Sigo sin ver la conexión entre esas acusaciones y la Ilustración misma, por más que las piense. El feminismo ha demostrado, de hecho, que se pueden señalar sus errores con rotundidad y vehemencia sin prescindir de ella en absoluto, ni vilipendiarla de modos tan injustos. Y sin exagerar sus males: no causó tantos ni tan graves. Más miedo da lo que le sobrevino.

Nuestra época es otra. Nos creemos mejores que los modernos y los ilustrados. Somos postmodernos. Frente a las vindicaciones de progreso e igualdad para la humanidad, pesimismo rancio y cínico; frente a la convicción de que la emancipación debe ser colectiva, individualismo; frente al pensamiento crítico y la defensa del conocimiento, científico y humanístico, el elogio a la ignorancia. Si el lema de aquellos fue: ¡atrévete a pensar! el de hoy ha resultado ser su contrario: ¡atrévete a ignorar!

Esto resulta claro a la luz del feminismo. Amelia Valcárcel dijo de él que resultó ser el hijo no querido de la Ilustración. Sin embargo, como explica, surgió de ella y gracias a ella. Peor suerte corre ahora en estos tiempos postmodernos, donde no se le combate de frente sino que, aun peor, se le vacía desde “dentro”.

Entrecomillo “dentro” porque no creo que haya feministas o corrientes del feminismo que se hayan propuesto su autodestrucción. Creo, más bien, que el patriarcado ha sabido que consigue más infiltrándose dentro que bombardeando de frente, y en eso está.

Mejor se expresa con una anécdota: hace unos días, Ángela Rodríguez Pam, asesora del ministerio de Igualdad, reivindicaba que “el feminismo es de todas.” En el mismo sentido, algo después, Irene Montero sostenía que “no hay un feminismo, sino muchos.” En el mismo medio, Twitter, yo afirmé lo siguiente: “No. El feminismo no es de todas. Es de quien se sabe su historia, comparte principios y persigue objetivos encaminados a erradicar la opresión que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres. Es decir, por su sexo. El feminismo no es del regulacionismo ni del queerismo.”

No me pareció un tweet beligerante. Ni siquiera ocurrente: no dice ni mucho ni nuevo. Más bien, sostiene una obviedad. Sin embargo, poco tiempo después pude contar que me dirigían, aproximadamente, algo más de una centena de insultos.

No es este un artículo para defenderme ni para lamentarme por ellos. Pocas cosas me importan menos. Pero de algo puramente anecdótico se pueden extraer aspectos que sí deben subrayarse. Lo que irritaba de mi tweet son dos cosas: (1) que considerase al feminismo algo concreto, algo tangible, con historia, teoría y también con objetivos claros y distintos, definidos y propios. También exasperó (2) que sostuviese que ser feminista implicaba saberse algunas cosas, siquiera básicas. Me refería, como bien se puede suponer, a que el feminismo se acerca a los cuatro siglos de historia, que se puede dividir al menos en tres olas, que cada una de ellas ha tenido su cuerpo teórico, sus objetivos y su militancia; que aunque distinguibles están conectadas por objetivos y planteamientos comunes y coherentes que van enriqueciéndose y precisándose y que, todo ello, compone una tradición política y teórica concreta, sólida y bastante amplia y exitosa, pese a todo.

Irritan dos aspectos: que el feminismo no sea cualquier cosa y que pertenecer a él implique estudiarse qué es, ver si se está de acuerdo con contribuir a sus objetivos y, en caso afirmativo, hacerlo con coherencia. Ni que decir tiene que no excluyo del feminismo a las compañeras que no han llegado a él mediante una revisión bibliográfica exhaustiva de su tradición pero que, sin embargo, detectan con lucidez las opresiones que sufren en sus carnes o que observan en sus compañeras de sexo y contribuyen activamente a impugnarlas.

Es una obviedad que la militancia es amplísima y que, compartiendo objetivos claros, no sobran ni cabezas ni destrezas para luchar por nuestra emancipación. También creo que el feminismo debe velar por la emancipación de todas las mujeres, incluidas las que no son feministas e incluso actúan denodadamente contra los intereses de su propio sexo.

Pero, no nos engañemos, quienes denuncian que el feminismo no puede ser “intelectualista” o “academicista” porque eso lo convertiría en elitista y burgués, no están pensando en que las mujeres analfabetas puedan y deban expresar y combatir las injusticias que detectan que sufren ellas y el resto de mujeres por su sexo (pienso que pueden, deben y muchas, con doble esfuerzos, de hecho lo hacen y tan compañeras las siento como a la más brillante teórica). En lo que están pensando es en que, si se decreta la inutilidad y la imposibilidad de definir un corpus teórico feminista concreto y preciso, entonces “todo vale”. Y es ese “todo vale” lo que están pugnando por incluir, con contenidos que no contribuyen, precisamente, a la liberación de las mujeres.

Se trata de una nueva estrategia del patriarcado abanderada por quienes claman en contra de los “carnets” para feministas: si aun reaccionando beligerantemente contra el feminismo no es posible acabar con él, se apostará por infiltrarse en él y vaciarlo de su contenido más transformador para substituirlo por intereses o bien ajenos a él –haciéndole asumir agendas que no le competen tal y como desde el Ministerio de Igualdad se están esforzando en promulgar–,  o bien objetivos directamente contrarios a él y eminentemente patriarcales, muchos de los cuales, dicho Ministerio también ha asumido como propios.

Ya que irrita tanto que se discierna entre quién es feminista y quién no, me esforzaré por desarrollarlo aún con más precisión y exigencia de lo que permite un tweet:

Es feminista quien conozca lo básico de su historia, no la desprecie y, sobre todo, no peque de adanismo pensando que el feminismo comenzó con él/ella hace dos días, pongamos, como por el 15M. Es feminista quien no desprecia los esfuerzos de las pasadas generaciones en las que tantos millones de mujeres se jugaron tanto para que hoy disfrutemos de los derechos de los que disfrutamos y esté dispuesta a coger humildemente –muy humildemente– tan honorable testigo, teniendo claro que es una más entre millones y que su lucha, sin menospreciar las aportaciones individuales, siempre será colectiva.

Es feminista quien sepa que las mujeres estamos injustamente oprimidas por el sistema patriarcal que nos ha situado, por nuestro sexo –por el hecho de ser mujeres, es decir, hembras de la especie humana– en una posición de subordinación y dominación respecto al sexo masculino que es profundamente injusta e ilegítima y, por tanto, digna de ser abolida.

Es feminista quien se oponga a las violencias estructurales que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres, lo que incluye, de forma absoluta y radicalmente necesaria, luchar por erradicar instituciones tan patriarcales como la prostitución, los sistemas de explotación reproductiva (todo el entramado que posibilita el alquiler de mujeres para gestar y que, además, hace de las técnicas de reproducción asistida un negocio que atenta contra la salud e integridad física y emocional de las mujeres), la pornografía, el acoso, el abuso, y tantas violencias se produzcan contra las mujeres por el hecho de ser mujeres.

Es feminista quien se disponga a abolir el género y se niegue a reconocerlo como identidad dotándolo de un estatuto jurídico que no merece. El género es el conjunto de roles, normas y estereotipos que el patriarcado, en tanto que sistema de dominación masculina, impone a los sexos con el fin de privilegiar a los hombres y mantener a las mujeres en una situación de opresión impuesta por ellos. Quien vindique en género como identidad, ignorando o, mejor dicho, ocultando el carácter opresor del mismo, no puede ser feminista.

Pero, sobre todo, no puede ser feminista quien, como sucede con la señora Ministra de Igualdad y su equipo, no cejan en su empeño de promover políticas sexistas y misóginas aun cuando miles de feministas están poniendo a disposición del Ministerio los conocimientos y la experiencia de una teoría y militancia política que supera, con bastante, los tres siglos. Sin embargo, el actual Ministerio desprecia sistemáticamente y con cada vez más beligerancia y arrogancia.

Puede ser feminista la analfabeta que detecta las injusticias destinadas a su sexo y las interpela con los medios que tiene a su alcance. Digamos claro que ella tiene el carnet por pleno derecho. Pero no lo tiene quien responde presto/a a cumplir órdenes dictadas por el patriarcado más rancio y es exactamente, y por “méritos” ya loados en otros artículos que ya he publicado en este medio, lo que este Ministerio de Igualdad, y especialmente la señora Montero y la señora Rodríguez Pam están haciendo.

Se escudan en el relativismo y escepticismo postmoderno. Parece que su lema es otro distinto al de “politizar es conceptualizar y politizar bien es conceptualizar bien”, que nos regaló Amorós. El convencimiento de este Ministerio, parece ser que desprestigiar el conocimiento y el pensamiento crítico es idiotizar, e idiotizar es asegurar que el triunfo de la reacción patriarcal, abanderada por el Ministerio.

Sin embargo, por mucho que se nos invite a la idotización, a la superficialidad, a la banalización de la teoría y de la agenda feminista, no conseguirán que eso ocurra. Han pecado de ingenuidad proponiéndose dilapidar el movimiento emancipatorio más sólido, en teoría y militancia, con mayor y mejor trayectoria, con mejor claridad conceptual y muy poco dado –por no decir que repele con significativa aversión– al escepticismo, al relativismo y a la superficialidad ética. Molestarán, y mucho. Darán quebraderos de cabeza por algún tiempo, pero sólo eso. Se plasmarán a sí mismos en la agenda feminista de nuestro país, sí: pero como una mala anécdota –no diría, sin embargo, que breve ni benigna: no hay que minusvalorar al reaccionario– pero, al fin y al cabo, como un mal trago que pasará. Las mujeres no serán borradas, pero el oportunismo de quien predica que hay muchos feminismos para hacer pasar por feministas leyes sexistas y reaccionarias, sí.

1 COMENTARIO

  1. ¿Al hilo de un debate que tuve ayer, entiendo que un hombre, que no es el sujeto finalista del feminismo, por su sexo, evidentemente, puede ser feminista? Mi opinión es que, sí pero me gustaría saber si estoy en lo cierto.

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