El régimen del 78

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“¿Tropezáis con uno que dice tonterías a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta? Gritadles ¡estúpidos!” (Miguel de Unamuno. El sepulcro de Don Quijote).

Diversos dirigentes de Podemos, de organizaciones extraparlamentarias y de partidos nacionalistas han dado en llamar al actual sistema democrático “el régimen del 78” por oposición a un estado de supuesta e idealiza democracia plena que no existe hoy en España.

Esa connotación impregna cualquier consideración que a continuación se haga del desarrollo de la democracia tal y como hoy la tenemos, ya que como observó Emilio Lledó “toda palabra es previa a sí misma” y por ende lo connotado está marcado.

Quienes empiezan su crítica a la situación actual con la mención “el régimen del 78” son en su mayoría quienes no han vivido más que en “el régimen del 78”, y les ha pillado de refilón el Régimen, con mayúsculas, que era como se conocía al franquismo por sus defensores y quienes lo sufrían.

Quienes tienen hoy menos de 55-50 años lo del Régimen les suena a la prehistoria y las referencias vitales son por familiares o documentales. A estos críticos hablarles de Franco es como hablarles de Tutankhamon.

Cuando oigo hablar a alguien de “el régimen del 78” me produce la misma impresión de cuando oí a Pablo Iglesias llamar exiliado a Puigdemont o a Torra hablar de “presos políticos”: estoy oyendo a unos necios que pervierten el sentido de los términos retorciendo la historia. De la misma manera que lo hacen quienes llaman a cualquier reforma social de comunista o crítica a Podemos de fascista.

Julio Anguita, y no sólo él, ya comentó esa pérdida de referencia terminológica e histórica que conlleva tildar todo de fascista o comunista según la posición en que se situé el hipercrítico de turno.

Vivimos en un momento en el que en importantes aspectos de lo público la necedad, el simplismo y la vulgaridad intelectual son la marca del discurso político. Hilary Putnam lo define como la “fascinación por las ideas incoherentes”.

Vivimos, gracias a las redes sociales, pero no sólo, una gigantesca generalización de los argumentos estúpidos, que sorprenden por su fuerza y sobre todo causan vergüenza ajena. Se repite como cantinela lo de “régimen del 78”, o “presos políticos”, o “estado opresor”, o “democracia tutelada” y los aplausos de las más bobos del lugar atruenan las redes, que son un reflejo de la incuria mental de los argumentos de muchos políticos en permanente campaña por soltarla más gorda cada vez que abren la boca.

Un ejemplo de este simplismo es la intervención de la periodista Cristina Fallarás en la conferencia “El día que la prensa dejó de leernos” durante la Universidad de Verano de Podemos. Cádiz (2017). Vídeo que circula con gran “éxito de público” por las redes.

En él aseguraba que “… la transición (ha sido) algo mucho más infame que la dictadura…” Y lo dice con tanta vehemencia y seguridad que bastantes miembros de asociaciones de la Memoria Histórica, IU o Podemos y otros grupos situados a la izquierda lo aplauden y corean con fervor, sin caer en la cuenta no sólo de la estupidez de esta aseveración, sino en la infamia que supone.

Es una infamia y un insulto para los ciento cincuenta mil asesinados que aún están en las cunetas, y para sus familiares; es un insulto para los miles de presos y fusilados a partir de 1939; es un insulto para los torturados en las cárceles franquistas hasta la muerte del dictador; es un insulto para los centenares de miles de exiliados… y lo asombroso es que personas que dicen honrar la Memoria Histórica y se declaran de izquierdas escuchen estas afirmaciones y las aplaudan a rabiar.

Dice otra simpleza, cuando no majadería, inmediatamente anterior a la de que la transición fue peor que la dictadura al asegurar que los partidos “decidieron perdonar a los asesinos”. Qué barbaridad. Si se llega a una Transición es porque ni “el Búnker” puede perpetuarse y evitar la legalización de los partidos y sindicatos, ni los partidos democráticos, agrupados en la “Platajunta”, pueden imponer su programa máximo de “Amnistía, libertad y disolución de los cuerpos represivos”. En esa situación o se pactaba o se luchaba, y repetir un 1936-39 no era lo que la mayoría quería, ni de derechas ni de izquierdas, salvo los alucinados de uno y otro bando.

¿Es mucho pedir que se conozca la historia y se evalúen las situaciones en el contexto y con perspectiva histórica? Parece ser que sí para muchos de quienes después de soltar lo de “el régimen del 78” y se quedan tan anchos, y miran con ese aire de superioridad moral que da la crítica descarnada del poder cuando el “poder” pasa de ti.

Los feroces críticos del maldito régimen ponen de relieve su limitación intelectual con esas frases grandilocuentes pero huecas, que ignoran las condiciones en que se produjeron los pactos de la Moncloa o las amnistías de 1976 y 1977, y la propia Constitución de 1978, que les permite decir sus sandeces sin acabar ante el Tribunal de Orden Público (TOP) tras pasar unos días recibiendo hostias en los calabozos de la Puerta del Sol a manos de la Brigada Político Social (BPS) de manos de González Pacheco (Billy El Niño).

Sí, ya sé que ese mismo torturador se ha muerto con sus medallas y pensión extra sin haber pisado un juzgado por sus crímenes, pero como no lo pisó Carrillo por Paracuellos. En política, como en las guerras, cuando dos bandos se enfrentan y ninguno puede eliminar al otro tienes dos vías: continuar la lucha hasta la mutua aniquilación o pactar. Y eso fue lo que sucedió entre 1975 y 1978. Se pactó y se tragaron sapos unos y otros. Fraga presenta a Carrillo en el Club Siglo XXI y el PCE pone la bandera bicolor en sus mítines, el PSOE se declara republicano y vota una Constitución con un rey que declara inimputable. Pablo Iglesias se remueve en su tumba. Y a los que se les llenaba la boca de acusaciones de revisionistas al PCE y socialfascistas al PSOE corrieron en 1982 a ponerse a la sombra del árbol que más sombra daba.

Los críticos del nefasto “régimen del 78” dicen, y tiene razón, que el TOP pasó de la noche a la mañana a ser la Audiencia Nacional, con los mismos jueces que antes perseguían a los demócratas ahora son el respaldo del Estado Derecho. Hay que tener unas tragaderas muy grandes para aceptarlo, pero qué alternativa dan cuando no hay alternativa: ¿tirarse al monte? Hace mucho frío para eso.

Hoy los críticos no podrían expresar sus ideas con la libertad con la que lo hacen de no ser por ese “régimen del 78”, mal que les pese. Que parece que se les olvida, ya que relatan la situación actual como si estuviéramos en una dictadura, que sólo han conocido de oídas. Y es por este tipo de argumentación, fuera de cualquier rigor histórico, por el que personajes tan poco sospechosos como Ariza o Sartorius o Coscubiela se indignan cuando vienen estos populistas de UP, que además tienen el cuajo de decirnos que no son ni de izquierdas ni derechas, que eso está superado, a contarnos lo mal que estamos, cuando no han pasado ni una puta hora de su vida en manos de la BPS en los sótanos de la DGS en la Puerta del Sol. Afortunadamente para ellos.

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