Feminismo: Un viaje con Final Feliz

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Mi punto de partida

Soy activista por los derechos sociales desde hace años. En 2011 fui la fundadora y coordinadora del periódico Acampada Xixón (por el derecho a la información); en 2012, cofundadora de la Plataforma de Afectados por La Hipoteca de Asturies (por el derecho a la vivienda) y de la Cooperativa de Paraes en Movimientu (un proyecto por el derecho al trabajo digno, basado en el decrecimiento y la repoblación rural).

Mi activismo feminista comenzó aproximadamente en 2013, sensibilizada con la violencia machista y harta del machismo que vi y sufrí en los colectivos sociales de izquierda. Activismo que se vio interrumpido en 2015, cuando me mudé a Sevilla. Y si no interrumpido, al menos reducido a lo que, despectivamente, algunas llamamos «activismo de sofá».

Elvira Rawson de Dellepiane,  Buenos Aires, 1865 – 1954. Médica y revolucionaria feminista (Revolución del Parque)

Puentes

Tardé algo más de un año en encontrar sevillanas feministas fuera de las redes sociales. Todos aquellos colectivos sevillanos que yo había conocido en las manifestaciones estatales, estaban desaparecidos o eran inaccesibles. Fue a través de un taller de teatro feminista en el que participé, en 2016, cuando conseguí desvirtualizar y acceder al activismo feminista hispalense. Ocurrió en La Revo, una casa ocupa feminista no mixta en la que desarrollábamos varios proyectos, políticos y culturales.

En el camino

Entonces empezamos también con movilizaciones feministas en la calle, que hasta entonces sólo se daban el 8 de marzo y el 25 de noviembre. ¡Al fin reaccionábamos! Salimos en apoyo a María Salmerón, a Susana Guerrero, a Juana Rivas, a la víctima de la manada sevillana en San Fermín… Todas ellas, y muchas otras anónimas, víctimas de la violencia machista, primero; y de la violencia institucional que se ejerce sobre las mujeres desde los juzgados, después. También tomamos las calles en apoyo a las polacas, en huelga por su derecho al aborto; en solidaridad con la marea argentina contra los feminicidios…

Las acciones cada vez eran más numerosas y habituales y yo disfrutaba con el auge del feminismo. Pero seguía echando en falta una mayor comunicación y organización entre los diversos colectivos feministas que existían. Para conseguirlas, con la ayuda de tres compañeras del grupo de teatro y de la Asociación de Mujeres Supervivientes de Violencia de Género, fundé la Asamblea Feminista Unitaria de Sevilla, (AFUS) en 2017.

Un mal atajo

En 2018 AFUS, que entonces convocaba a decenas de asociaciones feministas de la ciudad, funcionó como Comisión 8M sevillana de la Huelga Feminista; y yo como portavoz, en los medios de comunicación y en la coordinadora estatal. La falta de consenso en temas como la regulación de la prostitución y los vientres de alquiler provocó varios desencuentros durante la organización de la huelga. Tras ella, se volvieron insoportables para las que nos definíamos como feministas radicales. Fuimos víctimas de ostracismo, señalamiento, acoso, difamación…

Habíamos sucumbido ingenuamente al mantra de «apartar nuestras diferencias para luchar juntas por lo que nos une». Una bonita frase. Pero una herramienta útil únicamente para el autoengaño, porque lo que nos separaba era algo tan fundamental como el respeto por los derechos humanos. No pueden ser feministas negando el derecho a la dignidad humana a las mujeres:

En 2018, un grupo de hombres británicos que celebraban una despedida de soltero en Benidorm, compraron con 100 euros el consentimiento de un mendigo para tatuarle el nombre del novio en la frente. Al año siguiente, en Gran Canaria, otros sinvergüenzas pagaron 5 euros a un indigente para que se dejase pegar una bofetada mientras lo grababan en vídeo. En ambos casos la sociedad se escandalizó con la crueldad que supone aprovecharse de la extrema necesidad de esos hombres. Sin embargo, cuando esa misma pobreza lleva a las mujeres a consentir las relaciones sexuales y la violencia que los puteros demandan, la hipócrita sociedad responde «que las mujeres hagan lo que quieran con su cuerpo». «Feminismo pro-derechos» lo llaman (y no se ponen ni coloraos…)

Al subestimar la importancia del disenso en la abolición de la prostitución, las feministas tomamos el atajo a la unidad. Lo hicimos ilusionadas porque atrás dejábamos un feminismo minoritario por el que jamás volveríamos a transitar. Y borrachas de endorfinas hemos caminado adelante, sin darnos cuenta de que íbamos de la mano del enemigo. Haciendo camino al andar, como nos enseñó Antonio Machado. Pero sin sospechar que aquel atajo nos llevaba a un precipicio donde se despeñan los derechos conseguidos y se evaporan los que aún faltan por conquistar.

Reiniciado GPS, recalculando ruta

Desde 2018 me organizo sólo con feministas radicales, tanto a nivel local como estatal. No soy nadie, sólo soy una más, una de tantas. No tendría ningún sentido contaros mi trayectoria si mi experiencia se redujese a la anécdota personal. Mi historia cobra importancia porque es también la de cientos de mujeres en este país; la de miles de nadies, luchando por justicia social para las mujeres en decenas de países de todo el mundo.

Las feministas siempre hemos sido utilizadas para inflar los datos de la representatividad de los partidos de izquierda. Y cada vez somos más indispensables, pero nos quieren como el pan rallado en las salsas: para espesar sin dar sabor ni aroma, para aportar cuerpo sin que no se note la presencia. Antes se nos invitaba a guardar silencio «porque hay que ser muy feminazi para dividir a la lucha obrera»; y ahora que, ya desengañadas, no nos callamos ni debajo del agua, tratan de imponerlo; «porque hay que ser muy TERF para dividir el feminismo». Misma disculpa adaptada a los nuevos tiempos, idéntica traición.

En tres siglos de lucha feminista, hemos vencido o hemos dejado la lucha en herencia, pero el feminismo no conoce la derrota.

Llegada a buen puerto

El feminismo nunca ha sido un viaje de placer, sino de necesidad. Los baches en el camino a veces me han tentado de bajarme en algún apeadero, pero sigo. Seguimos, sabiendo que lo importante no es el trayecto, sino el destino final. Partiendo de la base de que las reivindicaciones feministas son un principio de mínimos, no vamos a dejar ninguna en el cajón, nunca más. Y no se puede perder aquella batalla que no se abandona. A veces el viaje se hace demasiado largo, pesado y hasta peligroso, y nos embarga la impotencia y la frustración. Para evitarlo, no olvidemos que en tres siglos de lucha feminista, hemos vencido o hemos dejado la lucha en herencia, pero el feminismo no conoce la derrota. Aún cuando transferimos a otra generación la tarjeta de embarque sin haber llegado a buen puerto, recordad que el viaje tiene un final feliz.

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