Feminismo Radfem: A favor del orgullo Trans

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Las feministas siempre hemos luchado junto a las personas transexuales. A pesar de nuestras diferencias hay algo que siempre nos ha unido: Librarnos de las imposiciones sociales asociadas al sexo que oprimen a ambos colectivos era un objetivo común.

Se habla mucho en los últimos tiempos de división en el feminismo, del conflicto interno que ha causado la ley trans, y bla, bla, bla. Entre toda la gente que se cobijan en el debate de los derechos trans para escupir desde sus redes sociales odio a las feministas, también la hay que cree proteger a las personas trans al defender la nueva ley con la que nos amenaza el Gobierno; lo hacen con la mejor intención del mundo, no lo dudo.

La misma buena intención que las personas que intentan entender ambas posturas. Al carecer de un debate público, serio y transparente, no lo tienen nada fácil. Más complicado todavía cuanto más interiorizado se tenga el «genero»; y aún más difícil si se carece de formación feminista.

Las feministas solemos sacar tiempo de donde sea y hacer un esfuerzo pedagógico cuando aparece uno de estos últimos casos, en los que se detecta un sincero interés en aprender. En un debate de este tipo el otro día me decía un amigo que «no se puede comparar a una feminista que se siente feminista y que, equivocada o no, incluya a trans en su causa, con la garrulada de forocoches y Vox».

Amigo, el feminismo no es sentimiento

Respecto a lo último, son los de forocoches y los de Vox los que aplauden públicamente la ley trans. Saben que registrar la identidad de género, en lugar del sexo, desvirtúa la ley contra la violencia machista. No se esconden para celebrar que Irene Montero se haya convertido en una inesperada aliada contra la LIVG, lucha gérmen de la formación de extrema derecha, a la que no quiero dedicar más letras de las imprescindibles.

¿»Una feminista que se siente feminista»? ¿Cuando hemos dejado de hablar de realidades para asumir como tal los sentimientos? Sí fuese así habría que tolerar como opinión feminista la de cualquiera que así se sienta, aunque defienda la explotación sexual y reproductiva o la identidad de género. Está pasando: en esa perversión se basan para introducir en la agenda feminista los deseos individuales de un minoritario colectivo que atentan contra los derechos más básicos de las mujeres. No, el feminismo no es un sentimiento, es una lucha contra la opresión de las mujeres; quien la reproduce no es feminista, se sienta como se sienta.


«No nos pedirían que consideráramos ecologista a quien se siente ecologista pero defiende la tala de árboles y los carburantes fósiles. Sin embargo parece que hay que tolerar como feminista a cualquiera que se ponga una chapita, un lazo morado o la etiqueta»

DENNYRIS CASTAÑO, PRESIDENTA DE FÓRUM DE POLÍTICA FEMINISTA DE GRANADA, COMO PORTAVOZ DE LA CONFLUENCIA DEL MOVIMIENTO FEMINISTA

Feministas transexcluyentes

Ahora nos exigen que seamos transinclusivas. Defienden convertir el feminismo en una lucha «transversal». Ya no se habla de igualdad, sino de diversidad. Pero es tan peligroso convertir el feminismo en «algo transversal»…

Es un movimiento por la liberación de las mujeres, no es un cajón de sastre dónde entran todas las violencias del sistema, aunque todas nos atraviesan. Todo colectivo oprimido lucha por visibilizar su sujeto político porque es la única manera de visibilizar la desigualdad que sufre. La diferencia entre la opresión de las mujeres y otras es obvia, aunque se empeñen en ignorarla: El funcionamiento de nuestro sistema económico depende totalmente de que las mujeres permanezcamos subordinadas. Si nosotras paramos, se para el mundo. No somos un colectivo más.

Nosotras reivindicamos a las mujeres como sujeto político del feminismo porque además de todas las violencias de este sistema, sufrimos muchas otras por el simple hecho de nacer mujeres. De la misma manera, el colectivo LGTBI+ reivindica a los gays, a las lesbianas, a las bisexuales, a las transexuales, etc; Y con orgullo, como debe ser; es la única manera de visibilizar que además de las violencias que sufre el 99% de la población, su colectivo sufre otras muchas por su orientación sexual o su identidad de género.

¿A qué viene invisibilizar la realidad trans ocultando el sujeto político de las mujeres trans (o de los hombres trans, que curioso que de ellos no se hable…) tras el mantra «una mujer trans es una mujer»? ¿Dónde queda el orgullo trans?

Una mujer trans es una mujer trans, no es una mujer. Esta frase es considerada transfobia para algunas. En 2020, Noruega ha endurecido el código penal para proteger esa «identidad de género» contra la que, no hace tanto, feministas y transexuales luchábamos juntas. Hasta el año pasado Noruega ya castigaba como delito un comentario como el que acabo de hacer: con un año de cárcel si era privado y hasta tres años si era un comentario público. ¿Protección o censura?

Los delitos de odio son delitos políticos porque están condenando expresiones

Lidia Falcón

En estos tiempos de transmodernidad* es políticamente incorrecto decirlo, pero es la pura realidad: Una mujer trans tiene una biología distinta a una mujer; y por ello, por nacer con sexo masculino, ha vivido una socialización diferente. Las feministas no negamos ni la opresión ni las violencias que sufren las mujeres trans; y claro que hay que acabar con ellas. Sólo señalamos que son experiencias vitales diferentes, sujetos políticos distintos.

Los medios están dando mucho bombo a un manifiesto que firman «feministas a favor de los derechos trans». Hasta ahí, bien. El problema no es sólo que lo firman colectivos como «stop feminazis», que muy feminista no parecen; es que nos lo cuentan como si existieran feministas en contra de sus derechos. Las feministas siempre hemos luchado junto a las personas transexuales. A pesar de nuestras diferencias hay algo que siempre nos ha unido: aboliendo los estereotipos de género ambos colectivos ganábamos en libertad. Librarnos de las imposiciones sociales asociadas al sexo que oprimen a ambos colectivos era un objetivo común. Si giran 180º para convertirlas en identidad, se autoexcluyen del feminismo, no maten al correo.

Todo iba bien hasta que una parte perdió el orgullo trans y se empeñó en secuestrar el sujeto político del feminismo, sin importar las graves consecuencias que eso tiene a favor de reproducir el sexismo patriarcal. Las feministas radicales también defendemos los derechos de las trans, los de todas las personas. Y lo hacemos de la mano de las trans, pero de las que luchan orgullosas de ser lo que son, las que derriban murallas de prejuicios. No hay nada nuevo (y mucho menos transgresor) en reproducirlos «a libre elección».

TERF es un insulto machista

El feminismo pone en jaque al Sistema porque el capitalismo se sostiene gracias al trabajo no remunerado de cuidados que ejercen la mitad de la población: Las mujeres. 
«El proletario del proletariado», nos llamaba Flora Tristán. El capitalismo no puede consentir que las feministas erradiquemos el sexismo con el que el patriarcado, el mayor aliado del capitalismo, reparte los espacios en la sociedad entre hombres y mujeres, o se les acabaría el chollo. Eso sí que sería transgresor.

Por eso últimamente las creadoras de opinión del Sistema, los medios de comunicación de masas, hablan de una división en el feminismo, en el que nos clasifican entre buenas feministas y malas feministas; y las malas somos, por supuesto, las feministas radicales: las que identificamos el sexo como el atributo en el que se basa esa división en castas.

Interiorizamos desde que nacemos la pertenencia a una u otra casta sexual, a través del género impuesto, masculino para hombres y femenino para mujeres: A nosotras nos visten de rosa, nos agujerean las orejas (como al ganado de su propiedad) y nos regalan muñecas bebés y cocinitas para que vayamos aprendiendo a cuidar; y barbies, con muchos modelitos; y bellas princesas dulces y sumisas, como referente de la adulta a la que hay que aspirar. Con el género femenino, a las mujeres nos enseñan a aspirar a complacer al género masculino. Esa es la raíz de nuestra opresión, aprender a asumirla «libremente».

Así crecemos creyéndonos educadas en igualdad, pero predestinadas a la subordinación, por haber nacido mujer (y no por sentirnos mujer). «No hay esclava más fiel que la que se cree libre». Las feministas no queremos que niñas y niños elijan a que casta sexual pertenecer; y mucho menos que se hormonen y se mutilen para tener un físico que encaje, al menos en apariencia, en la casta sexual elegida. Queremos acabar con las castas sexuales, desarrollarnos sin prejuicios, en libertad. Y sabemos como hacerlo, sin necesidad de convertir en pacientes crónicos a niños y niñas que gozan de salud. Por favor, escúchennos.

Las radfem aplaudimos cualquier disidencia de género (en inglés, queer). No puede ser de otra manera cuando nuestro objetivo final es abolirlo. No estamos en contra de las personas trans, como pretenden haceros creer para que nos enviéis a la lista negra de seres crueles a las que no merece la pena escuchar. Nosotras mejor que nadie entendemos el sufrimiento, la discriminación y la violencia que produce el género impuesto. Lo que no podemos es aceptar la llamada «Teoría Queer» que pretende naturalizar el sexismo justificándolo en cerebros sexuados, en almas rosas y azules. Personalmente no puedo aceptar ni llamar a eso «teoría».

Contra nosotras usan TERF igual que usan SWERF: Descalificativos para desacreditar la lucha feminista contra la identidad de género registral y la prostitución, respectivamente. Son los nuevos insultos machistas para intentar deshumanizar a las feministas radicales, las nuevas brujas; para deslegitimar nuestras reivindicaciones ante la opinión pública (ya con el de feminazi lo intentaron y no lo consiguieron).

Como los barcos se hunden mejor desde dentro, su estrategia es apoderarse del sujeto político de nuestra lucha. Y para la opinión pública ya lo han conseguido, minando de trampas el camino: interseccionalidad, diversidad, consentimiento… Pero todo lo que construyan sin las mujeres será destruido.

*transmodernidad: concepto de contexto social y cultural actual, tras superar la posmodernidad del siglo XX. «La Mujer Molesta» Rosa María Rodríguez Magda.





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