El feminismo está casi tan rabioso con la seudoizquierda, porque lo instrumentaliza y lo traiciona en bucle, como con los negacionistas de la violencia machista y sus cómplices
Se acerca una nueva jornada de elecciones en Andalucía. ¿Pelos de punta? Yo también. Como vivimos en una eterna campaña electoral, inmersas en la política de titulares, solo notaremos que este espectáculo placebo se intensifica temporalmente. Pero a niveles que pueden llegar a ser nauseabundos, tampoco hay que subestimar.
Más del 41% de las personas andaluzas llamadas a votar en las últimas elecciones autonómicas, se abstuvieron. Sí consiguieran ponerse de acuerdo, serían una aplastante mayoría absoluta. Pero sin esa deseada unidad, la mayor fuerza política de Andalucía, la abstención, se diluye en un porcentaje históricamente infravalorado. Nadie en la Junta de Andalucía representa a ese 41% de no votantes, casi la mitad del total.
La forma más común en que la gente cede su poder es pensando que no tienen poder.
Alice Walker
Las razones para abstenerse de votar son muy diversas. Entre el blanco de la rebeldía al sistema, y el negro de la desidia, hay un montón de colores. Entre ellos, el morado feminista: casi tan rabioso con la seudoizquierda, porque lo instrumentaliza y lo traiciona en bucle, como con los negacionistas de la violencia machista y sus cómplices, algunos tan a la derecha que no debería normalizarse su existencia en una democracia.
No escribo esto para justificar la abstención. Mucho menos para alentarla. Personalmente procuro evitarla, soy de las que ejercen los derechos conquistados, aún sin ganas, porque no conozco otra forma mejor de defenderlos y eso es una obligación. Pero reconozco que una se cansa de votar con la pinza en la nariz, así que tampoco estoy aquí para convenceros de votar. Hoy no.
El 15 de Mayo se cumplen once años desde aquel domingo en el que tomamos las calles. Bajo el lema No Somos Mercancía en Manos de Políticos y Banqueros, gritábamos NO NOS REPRESENTAN. Paradójicamente, el partido político que se autoproclamó representante de aquel movimiento y presumía de vocación de acabar con el bipartidismo que mercantiliza nuestras vidas, tras vaciar las calles de la abstención indignada, ahora vive cómodamente sosteniendo a una de esas partes. Y nosotras volvemos a ser usadas como mercancía, esta vez en manos de la industria transgenerista.
11 años desde aquella primavera de 2011 en la que nos atrevimos a soñar que otro mundo era posible es demasiado tiempo esperando lo que ya urgía entonces: Una democracia real. Y no hay democracia sin la voz de las mujeres. El índice de desigualdad, violencia y pobreza no ha dejado de subir desde entonces; y ya os lo advertíamos: La revolución será feminista o no será.
Tenemos mucha abstención que gestionar: Toma la plaza. Y tíñela de morado.