A Unidas Podemos: Republicanismo no es oportunismo populista

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Instaurar la III República en España es una prioridad política. Con o sin pandemia, con o sin corrupción que afecte a la Monarquía (aun cuando la monarquía sea en sí misma una forma corrupta de poder político). Es una prioridad desde el 1 de abril de 1939. Sólo con ella se reinstaurará la democracia y la forma de Estado que precedió al golpe fascista de 1936. Por muchos avances que supusiera la Transición y la Constitución de 1978 –y de hecho, los supuso–, lo cierto es que uno de los principales vestigios franquistas sigue en pie: fue el dictador fascista Francisco Franco quien dispuso que Juan Carlos I se convirtiera en Rey y jefe del Estado, cargo que ahora ostenta su hijo.

Defender que todos los Estados han de constituirse como repúblicas laicas y progresistas es, simplemente, defender la forma de democracia más elemental, la base para la construcción de sociedades libres e iguales. Es el mínimo admisible, no el máximo deseable. Pero un mínimo crucial, un mínimo indispensable. Especialmente en España, la defensa de un Estado democrático y republicano se asienta en los principios más básicos de igualdad, justicia y libertad, escasamente respetados en nuestra historia y especialmente imposibilitados por una dictadura de cuyo lastre aun no nos hemos repuesto.

Por ello, me resulta inadmisible cómo y quién está, desde las instituciones, “defendiendo” la opción republicana. El PSOE no lo hace. Sus bases son mayoritariamente republicanas. Algunos de sus cargos también. Sin embargo, reivindican una posición republicana más sentimental que material; más formal que dotada de contenido. Como advertía Pablo Iglesias Posse, las ideas socialistas (y por tanto republicanas) no deben servir sólo para la delectación sentimental o estética –dada su belleza– de quienes las tenemos en nuestras cabezas, sino para ponerlas en práctica, para que fundamenten una sociedad y materialicen la igualdad y libertad real de la ciudadanía.

Unidas Podemos se autoproclama como el partido y la facción del gobierno nítidamente republicana. Sin embargo, ¿lo es? Sostengo que no. La “defensa” que Podemos realiza de la República, si bien explícita, es táctica, estratégica y vacía: no la vindica como realidad material y ni siquiera la contempla con delectación idealista (lo cual sería quizá igualmente inútil, pero más decente, algo más puro, al menos), pues la ha vaciado de su ética y de su teleología (aquello por lo que se persigue algo) más profunda.

La República se ha convertido, para esta formación política, en un sonajero que agitar para entretener a la ciudadanía y particularmente a su electorado, cada vez más consciente de que Podemos no es un partido de izquierda sino una suerte de producto de marketing; un experimento sociológico para la colocación laboral de sus fundadores y allegados antes que un partido y una militancia con objetivos claros y profundos o convicciones estables.

Decir que España tiene un horizonte republicano es no decir nada. Decir que muchos españoles, al escuchar en Nochebuena el discurso del Rey, se habrán planteado si son monárquicos o republicanos es no decir nada. O peor: contribuir a una infantilización de la ciudadanía al sostener que las convicciones republicanas residen en la simpatía o antipatía que produzca Felipe VI y no en una concepción precisa de los valores democráticos, políticos y éticos que un individuo concluye, y, en consecuencia, sostiene y defiende a lo largo del tiempo, con independencia de lo circunstancial, lo banal y lo anecdótico, como es un discurso.

Soy republicana y, además, socialista (vocablo que, con todo el respeto, no me gustaría que se equivocase con socialdemócrata). En consecuencia, defiendo que el mejor modelo político es una república fundamentada en una constitución que recoja principios socialistas, laicos, feministas e ilustrados, de modo que tenga vocación y de hecho promulgue una sociedad igualitaria, progresista e ilustrada que reivindique el progreso social, material y ético de su ciudadanía. Porque quiero esa sociedad, vindico la III República.

En este sentido, me parecen denunciables, e incluso ética y políticamente despreciables, las invocaciones vacías, superficiales e insulsas que desde Podemos se están realizando sobre la República. España no tiene un horizonte republicano. La teleología sin praxis, incluida en esta un buen sustento ético y teórico, no existe. La monarquía no se extinguirá por anacrónica, ni por sí misma, ni por designio divino, ni porque esté en su sino. Nada cae por su propio peso.

El horizonte republicano se construye activamente o no es. Decir lo contrario es faltar a la memoria y al respeto que merecen los hombres y mujeres que desde finales del siglo XIX y durante el siglo XX, lucharon denodadamente para que España fuese una República a la vanguardia de la democracia, y lo consiguieron con independencia de que el fascismo imposibilitase su continuidad.

En 1931 no venció el plazo de un horizonte republicano marcado en el destino. En 1931 cristalizaron los esfuerzos titánicos sostenidos durante décadas por millones de hombres y mujeres progresistas que no estaban dispuestos a seguir permitiendo que España continuase siendo un vestigio del Antiguo Régimen. Y lo hicieron a costa, como siempre, de un desgaste personal nada desdeñable. La II República se construyó con los esfuerzos de las cabezas y las manos de todos ellos: desde los escritores e intelectuales más progresistas y culturalmente elevados hasta el último campesino u obrero analfabeto consciente, sin embargo, de que resulta injusto que unos individuos vivan a costa de la explotación de terceros. Se construyó desde el Congreso de los Diputados hasta la casa del pueblo más modesta, hasta las agrupaciones comunistas, anarquistas y socialistas más recónditas y humildes repartidas por toda la geografía de nuestro país.

Siendo así, ¿cómo puede una formación que reniega de la izquierda, del sindicalismo, de la militancia clásica hablar de horizonte republicano cuando es su empeño por despolitizar a la ciudadanía lo que lo impide?

Podemos se reivindica como el partido republicano por excelencia. Pero, ¿ha favorecido debates serios y rigurosos sobre la opción republicana? No. ¿Ha hecho un esfuerzo significativo de vindicación de la Memoria Histórica más allá de las referencias de rigor en días señalados o por oportunismo táctico? No. ¿Ha planteado una acción republicana con un calendario claro en el que empezar por devolver el debate a la ciudadanía para que recupere su memoria y se conciencie para vindicar activa y progresivamente una III República? No. ¿Se ha negado a gobernar con un partido que se muestra cómodo y reivindica, al menos institucionalmente la actual Monarquía? No. Más bien ha ofrecido aplausos y reverencias al Monarca.

Entonces, ¿por qué escuchamos de tanto en tanto apelaciones a un horizonte republicano? Porque Podemos es consciente de su declive. Quizá no inmediato, pero sí a medio plazo. Y agitar la bandera republicana, tal y como lo hacen, sin ninguna trascendencia práctica, es movilizar a la “izquierda” sin comprometerse en ningún modo con unas vindicaciones y objetivos políticos materiales y concretos. Ahí reside una parte de su indignidad: en agitar la tela tricolor para ocultar con ella la vacuidad de sus convicciones y de su praxis respecto a las mismas.

Esa tela tricolor la sostuvieron campesinos, mineras, obreros, escritoras, poetas, sindicalistas, comunistas, socialistas, maestras,… gentes que hicieron advenir un mundo justo: más democrático, más libre, más igualitario. Por lograrlo, sufrieron una reacción fascista sin precedentes; una reacción criminal de violencia indescriptible. Por eso, observar ahora esta defensa de la República que mantiene Podemos tan deslavazada, tan táctica, tan desleída, oportunista, superficial, en función de la exclusiva del día y no de una honda y firme convicción ético-política, puede sumarse como una ofensa más, como una losa más a la amnesia y a la desvergüenza que este país tiene para quienes lo hicieron avanzar como nunca antes y, lo peor, nunca después, fue y ha sido posible.

Vindico una III República con una constitución democrática que posibilite un Estado basado en principios laicos, ilustrados, socialistas, democráticos y feministas. Una III República que se considere deudora moral y política de la Segunda y recupere la honestidad y la profundidad de su praxis y de su acción política, y la supere en estabilidad y radicalidad. Quiero ver la proclamación de la III República, surgiendo como surge lo justo y lo bueno: fruto de convicciones y esfuerzos progresistas que impidan, además, el oportunismo táctico. Sigo creyendo que es posible porque, más allá de lo vacío y lo populista, a la Historia la siguen haciendo avanzar las gentes honradas y de convencimientos hondos. Aunque no lo parezca.

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