La paradoja de los dos caballos

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Marx sostiene que todo sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción está condenado a desaparecer para dar lugar a un sistema superior sin propiedad privada de los medios de producción. La razón de este colapso de la sociedad capitalista y la subsiguiente aparición del socialismo hay que buscarla en la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Según esta ley, las contradicciones de clase dentro del sistema capitalista solo pueden tender a aumentar, ya que, para poder competir los unos contra los otros, los capitalistas tienen que aumentar su tasa de ganancia permanentemente. Esto solo es posible mediante una mayor explotación de los trabajadores, que se traduce en salarios cada vez más bajos y jornadas laborales cada vez más largas. No obstante, esta depauperación del trabajo asalariado choca con un límite, “el mismo capital”. Por debajo de este límite, se produce una crisis de demanda tras la que los trabajadores no pueden subsistir, ya que no pueden comprar las suficientes mercancías producidas por ellos mismos. Además, los pocos capitalistas que existen en esta fase se arruinan. Así es como el edificio del capitalismo se viene abajo y surge un sistema mejor, sostenible y sin propiedad privada de los medios de producción llamado socialismo, cuya fase superior se llama comunismo. “El desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social es lo que constituye la misión histórica y la razón de ser del capital. Es así precisamente como crea, sin proponérselo, las condiciones materiales para una forma más alta de producción”.

Nadie se tomó más en serio la obra de Marx que John Maynard Keynes. Por eso se dio cuenta de que la historia se encontraba ante una pregunta fundamental: ¿es verdad lo que dice Marx? Para contestar a esta cuestión hay que atender a la forma lógica de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. La forma lógica que toma esta ley es el modus tollens ((P→Q) ʌ ¬Q) → ¬P, si existe la propiedad privada (P) entonces el sistema colapsa (Q); si el sistema no colapsa (¬Q) es que la propiedad privada no implica el colapso del sistema (¬P).

Ciertamente, durante las décadas que mediaban entre la publicación de El Capital de Marx y la época de Keynes se habían producido acontecimientos drásticos. Si bien el capitalismo no parecía estar al borde del colapso en muchos lugares del planeta, la revolución comunista había triunfado en la Unión Soviética, en 1929 la economía de los EE.UU. había entrado en una gran recesión siguiendo los análisis de las crisis de demanda expuestos por Marx y Alemania se estaba debatiendo entre el nazismo y el comunismo. A ojos de un antisocialista como Keynes, la situación era altamente preocupante. No obstante, para demostrar la falsedad de la premisa P→Q basta con que esta premisa sea falsa en un solo caso. Esto condujo a Keynes a estudiar la que según él era la principal aportación de Marx, su análisis del circuito monetario. Si había alguna contradicción en los planteamientos de Marx, tenía que estar ahí.

Para llegar al circuito monetario, Keynes tenía que pasar primero por la teoría del trabajo de Marx. De facto, la acepta como cierta y escribe “en mi opinión, podría evitarse mucha confusión si nos limitáramos estrictamente a las dos unidades, dinero y trabajo, cuando nos ocupamos del sistema económico en conjunto”. Desde un punto de vista antropológico, Keynes no tiene inconveniente en aceptar que el trabajo humano es la única fuente de valor y que las mercancías reciben el valor del trabajo humano igual que el agua fría recibe el calor de un objeto caliente cuando dicho objeto es sumergido en ella. La contradicción la encuentra en el siguiente paso, cuando Marx analiza el circuito monetario en una economía monetaria de producción en la que se pasa de tener productores que intercambian sus mercancías por dinero con objeto de comprar otras mercancías (m – d – m) a tener capitalistas que acumulan dinero para comprar mercancías que luego venden por una mayor cantidad de dinero gracias a la plusvalía extraída de los trabajadores (d – m – D). Este paso lo explica Marx como una extensión del trueque, menciona a Robinson Crusoe y toma una postura metalista con respecto al dinero, he aquí donde Keynes encuentra la contradicción que estaba buscando, en el dinero-mercancía de carácter exógeno presentado por Marx, y es a partir de aquí de donde construye su obra.

Primero, niega el dinero exógeno y defiende el carácter endógeno del dinero fiduciario. Así, en su “Tratado sobre el Dinero” presenta la creación del dinero como parte endógena del ciclo económico y niega la teoría de los fondos prestables. El dinero lo crean en su mayor parte los bancos concediendo créditos a sus clientes independientemente de las reservas de dinero de las que dispongan, ya que siempre pueden acudir al Banco Central como prestamista de último recurso. El resto del dinero lo crean directamente los estados mediante la coordinación del Banco Central y el Tesoro para llevar a cabo el gasto público. En los dos casos el dinero está denominado en moneda nacional y proviene Banco Central, el cual no depende de sus reservas de oro ni de plata, ni de la recaudación de impuestos, ni de la emisión de deuda para emitir moneda nacional.

Esto plantea una cuestión política, nuevamente no analizada por Marx. Si en el “Tratado sobre el Dinero” la creación de dinero se presenta como una decisión tomada por los bancos cuando se encuentran ante una oportunidad de obtener beneficios, en la “Teoría General” la creación del dinero se presenta también como una decisión política de los gobiernos para crear demanda agregada mediante el gasto público vía déficit. Sin esta capacidad de los gobiernos para crear demanda agregada mediante los déficits públicos, no solamente se cumpliría la profecía de Marx sobre el colapso del capitalismo, sino que además sería imposible explicar el propio nacimiento de las economías monetarias de producción. El circuito monetario no nace del trueque, ni del oro, ni de la plata, sino del crédito concedido por los gobiernos en calidad de emisores soberanos de moneda nacional, que en las sociedades actuales pasa por la existencia de los bancos centrales.

La receta de Keynes es simple: para evitar las crisis de demanda descritas por Marx, los estados deben crear demanda agregada mediante el gasto público para mantener niveles de pleno empleo y niveles de bienestar que no conduzcan al colapso del capitalismo. Esta es la receta que aplicó Franklin Delano Roosevelt para, en contacto con el propio Keynes, poner en marcha el New Deal que sacó a EE.UU. de la Gran Recesión de 1929, y también es la receta que se aplicó en occidente tras la Segunda Guerra Mundial para construir los sistemas de bienestar y protección social. He aquí dos casos en los que P→Q no se cumple y por tanto la premisa enunciada por Marx queda refutada.



A mi entender, es fundamental que la izquierda extraiga las enseñanzas de toda esta experiencia acumulada. A mí me gusta plantear la cuestión como el final de una partida de ajedrez en el que sobre el tablero solamente están los dos reyes y dos caballos del mismo color. En estos casos, la partida se considera tablas. Sin embargo, se produce una paradoja. Teóricamente, sigue siendo posible llegar a una posición de jaque mate como la que se muestra en el diagrama. No obstante, la partida se considera tablas porque una posición de jaque mate como la del diagrama solo se obtiene si el jugador que solo cuenta con su rey colabora con el jugador que tiene los dos caballos. Si el jugador con solo el rey sobre el tablero no colabora, el jaque mate es imposible. En la cuestión que nos ocupa pasa lo mismo. Los estados que permiten la existencia de la propiedad privada de los medios de producción colapsan si se gobiernan de manera incompetente. Los estados con propiedad privada de los medios de producción no colapsan si crean la suficiente demanda agregada mediante sus políticas de gasto vía déficits públicos y si intervienen en la economía mediante una fuerte presencia del sector público que garantice elevados niveles de bienestar a sus ciudadanos. El colapso del capitalismo en Rusia y el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania solo fueron posibles por la manifiesta incompetencia del Zar Nicolás II y del Káiser Guillermo II respectivamente; asimismo el colapso del capitalismo en EE.UU. debido a la Gran Recesión de 1929 solo se evitó gracias a la intervención pública mediante el New Deal. Actualmente estamos presenciando un acontecimiento parecido en la Unión Europea. Para combatir la pandemia de la COVID, la UE ha decidido suspender sus absurdos y reaccionarios límites de déficit. Lo ha hecho porque la pandemia amenazaba la existencia del propio capitalismo en la UE. En cuanto la pandemia pase, la UE volverá a imponer sus límites de déficit para que su modelo de capitalismo mercantilista siga garantizando los privilegios de las élites exportadoras y siga condenando a la mayoría trabajadora a unos estándares de vida subóptimos.

¿Significa lo anterior que debemos renunciar al socialismo, que el intento de transformación socialista de la economía y de la sociedad en su conjunto son una pérdida tiempo? En absoluto. Renunciar al socialismo es renunciar a una vida mejor. El propio Keynes escribe: “es una característica prominente del sistema económico en que vivimos que, aun cuando está sujeto a severas fluctuaciones en la producción y la ocupación, su inestabilidad no es violenta. En verdad parece poder permanecer en condiciones crónicas de actividad subnormal durante un periodo considerable, sin tendencia marcada a la recuperación o al derrumbe total. Más aún, las pruebas indican que la ocupación plena o casi plena ocurre rara vez y tiene poca duración. Las fluctuaciones pueden empezar de repente, pero parecen agotarse antes de llegar a grandes extremos, y nuestro sino es la situación intermedia, que no es ni desesperada ni satisfactoria”. Los socialistas no podemos resignarnos a vivir bajo este orden de cosas. Para finalizar este artículo me gustaría presentar muy sucintamente una propuesta, a la que en otro sitio he llamado socialismo fiduciario, como camino alternativo hacia la transformación socialista de la sociedad y que espero que pronto tome forma de libro para poder exponerla con más amplitud.

Para empezar, los dos contrincantes han de darse la mano y firmar las tablas. Los socialistas tenemos que aceptar que no hay leyes históricas y los capitalistas tienen que aceptar que lo máximo que son capaces de ofrecer son soluciones insatisfactorias a los principales problemas sociales. A continuación, hay que proceder a colocar las piezas en su lugar para empezar una partida nueva.

Después tenemos que plantearnos qué significa que no haya leyes históricas. Las leyes históricas como la expuesta por Marx conciben la historia como el desarrollo de una ley hacia cuya esencia (idea) fluye la humanidad a lo largo del tiempo. Por tanto, la esencia (la idea) se coloca al final de un proceso hacia el cual se tiende de manera inexorable. Este esquema seguido por Marx lo adoptaron primero Aristóteles y luego Hegel en contraposición a Platón y a Kant respectivamente y debe ser abandonado por la izquierda. Esto significa que hay que volver a Kant y abandonar a Hegel. No hay leyes históricas inexorables que rijan el destino de la humanidad, el ser humano no es un actor cuya misión sea acelerar los dolores del parto de una sociedad nueva predeterminada desde el inicio de la historia. Por el contrario, debemos partir de una idea primigenia a partir de la cual se derive nuestra actividad política. Esto conlleva establecer nuestros fines como premisas de nuestra política. Nosotros creemos que esas premisas son correctas, pero no podemos estar seguros de ello y ni siquiera sabemos si llegarán a hacerse realidad. La verdad o falsedad de nuestras premisas tendrá que ser corroborada mediante elecciones libres y democráticas. En el caso concreto del socialismo tenemos que partir de una definición que no refleje ninguna ley histórica inexorable sino los fines que defendemos. Yo propongo que esos fines sean los recogidos por el economista norteamericano Stuart Chase, quien en su libro de 1942 “El camino que seguimos” [The Road we are traveling] dice que toda política económica debe cumplir cinco objetivos fundamentales: pleno empleo garantizado y permanente, utilización plena y prudente de los recursos naturales, garantía a todo ciudadano de comida, alojamiento, vestido, servicios sanitarios y educación, seguridad social en forma de pensiones y subsidios, y garantía de estándares laborales dignos.

Si nos fijamos, todos salvo el segundo punto, el que tiene que ver con la preservación de la naturaleza, han sido ejes fundamentales del socialismo en todas sus formas, desde el socialismo de la Constitución Soviética en calidad de primer documento legal vinculante que recogía el trabajo garantizado hasta el socialismo de los sistemas de bienestar, que tanto en el antiguo bloque socialista como en las sociedades avanzadas de occidente garantizaban el acceso a los servicios expuestos por Chase. De hecho, la defensa de estos cinco puntos fue lo que permitió que la izquierda sobreviviera a la desaparición de la Unión Soviética, y en lo que respecta a la protección del medio ambiente la izquierda ya ha incorporado a su ideario el Green New Deal. Además, estos cinco puntos fueron fundamentales en experiencias socialistas de carácter no sovietizante, pero de una gran importancia que no podemos olvidar, como la de Mohammad Mosaddeq en Irán, la del socialismo árabe de Gamal Abdel Nasser y del Partido Baaz, la experiencia de Olof Palme en Suecia, de Thomas Sankara en Burkina Faso, de Patricio Lumumba en el Congo, de Salvador Allende en Chile, de Evo Morales en Bolivia, de Jaime Roldós Aguilera en Ecuador, de Maurice Bishop en Granada o de Hugo Chávez en Venezuela, entre otros. Por tanto, son estos cinco puntos y su consecución a los que debemos llamar socialismo, no a un sistema en el que, independientemente de la consecución de estos cinco puntos, pero de acuerdo con una ley histórica, no exista la propiedad privada de los medios de producción o en el que la plusvalía sea igual a cero. Tanto el tamaño del sector privado como los niveles de plusvalía deben ser decididos por la ciudanía democráticamente. Habrá lugares en los que, de acuerdo con las diferentes tradiciones culturales de sus electores, las organizaciones socialistas aboguen por la consecución de estos cinco puntos mediante una mayor o menor participación del sector privado. Asimismo, los trabajadores, a cambio de tener un trabajo garantizado, buenos salarios, unas prestaciones sociales adecuadas y de no tener que asumir los riesgos que conlleva la iniciativa empresarial privada, tolerarán un mayor o menor grado de plusvalía. Lo importante es que tengan en sus manos los mecanismos democráticos necesarios para controlar dichos niveles. En mi opinión, el mejor mecanismo para ello son los planes de trabajo garantizado basados en las reservas de estabilización de empleo que defiende la teoría monetaria moderna.

Esto nos conduce al último apartado de este artículo, el dedicado al método. A mi entender, el mejor método para alcanzar los cinco fines del socialismo expuestos anteriormente sin crear una inflación descontrolada es la teoría monetaria moderna. Tal y como dice su fundador, el economista australiano Bill Mitchell, esta escuela económica no es un régimen político, sino unas lentes a través de las cuales se puede enfocar la ciencia económica de la manera correcta. La teoría monetaria moderna nos indica el método para movilizar todos los recursos reales de la economía manteniendo la estabilidad de precios. La movilización plena de dichos recursos se puede orientar hacia los objetivos que se decidan políticamente. Mi propuesta es orientar la plena movilización de los recursos reales a los cinco objetivos expuestos anteriormente y dar a esa movilización el nombre de socialismo.

Por tanto, soy de la opinión de que habría que plantear una nueva definición de socialismo. Actualmente, la Real Academia Española de la Lengua define socialismo como: “sistema de organización social y económica basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y distribución de los bienes”. Esta definición está trufada de las leyes históricas cuya existencia hemos negado anteriormente. Por consiguiente, propongo que una nueva definición de socialismo sea: sistema de organización social y económica en el que mediante la teoría monetaria moderna se garanticen el pleno empleo, la utilización plena y prudente de los recursos naturales, la garantía a todo ciudadano de comida, alojamiento, vestido, servicios sanitarios y educación, una seguridad social en forma de pensiones y subsidios, y la garantía de estándares laborales dignos.

Como he dicho, a esto lo he llamado en el pasado socialismo fiduciario, pero también podría llamarse socialismo flexible, ya que libera al socialismo de las rigideces impuestas por la ley histórica. Este socialismo tomará diferentes formas en diferentes lugares, acepta que las organizaciones socialistas no están exentas de cometer errores, supondrá diferentes niveles de participación del sector privado, así como diferentes niveles en los excedentes brutos de explotación, y está abierto a procesos de perfeccionamiento para movilizar de la mejor manera posible los recursos reales con objeto de conseguir los cinco fines del socialismo. Solo se establece una rigidez: la soberanía monetaria. La teoría monetaria moderna solo tiene validez en sistemas monetarios en los que el estado sea el emisor soberano de su moneda y en los que exista la pertinente coordinación entre el Banco Central y el Tesoro. Si el Arquímedes de la antigua Grecia dijo dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, un Arquímedes socialista diría dadme la soberanía monetaria y os construiré el socialismo. Sin el punto de apoyo de la soberanía monetaria la propuesta de socialismo expuesta anteriormente no es posible. En la mayor parte del mundo esto no supone un problema porque ya se cuenta con la soberanía monetaria, pero en la Unión Europea esto supone el principal escollo para cualquier transformación socialista de la economía. Por tanto, en España el primer paso hacia el socialismo sería abandonar la Unión Europea y el euro.

Euro delendus est.

4 COMENTARIOS

  1. […] ha cambiado clase por género y ha dejado de defender los pilares básicos de la izquierda: el pleno empleo garantizado y permanente, la garantía a todo ciudadano de comida, alojamiento, vest…. En su lugar, la izquierda posmoderna ha optado por un discurso que confunde razones objetivas (de […]

  2. […] Estas palabras demuestran que López Garrido no sabe lo que dice. Efectivamente, Roosevelt llevó a cabo reformas económicas de carácter keynesiano, pero precisamente porque desvinculó la capacidad de gasto del Estado de la recaudación de impuestos y del patrón oro en aquel entonces vigente. Keynes lo que nos explica no es la necesidad de crear un welfare state (cosa que sí hace Kalecki desde posiciones económicas parecidas) sino la necesidad de conseguir el pleno empleo mediante el gasto público en moneda nacional. Dicho de otra manera: según Keynes, si existe desempleo de recursos (ya sea humanos o materiales), es que el Estado no gasta lo suficiente, lo cual es independiente de la cantidad de impuestos que el Estado recaude. En ningún momento Keynes vincula la necesidad de recaudar impuestos para poder gastar, sino que hace todo lo contrario (traté esta cuestión en mi artículo “La paradoja de los dos caballos”). […]

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