La política de la indefensión

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La indefensión es esa situación en la que se encuentra un sujeto sin posibilidad de huir de ella. Haga lo que haga será perjudicial para él y la consecuencia es la depresión más profunda, ocasionales ataques de ira y autolesiones o suicidio en los estadios más graves.

El sujeto siente que su situación negativa que vive es consecuencia de su irresponsabilidad, así se lo han dicho: “Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades”, “Os infectáis porque sois unos irresponsables”, “No logras tus objetivos porque no te esfuerzas lo suficiente” Y así mil mensajes más día a día en TV, prensa, RRSS, gurús, coaches, políticos y cualquier otro charlatán que pase cerca.

El sujeto llega a sentir que es incapaz de dirigir su vida. Entra en un círculo vicioso de intentos de escape de las situaciones indeseables sin conseguirlo, porque vaya en la dirección que vaya, escuche lo que escuche, haga lo que haga no sale del problema en que él, y sólo él -según le han dicho- se ha colocado por su irresponsabilidad.

Esto que os descrito es lo que se conoce como indefensión aprendida, descrita por Martin Seligman en 1967 tras sus estudios con perros sometidos a pequeñas descargas eléctricas de las que podían escapar si saltaban un pequeño parapeto, pero a donde saltaban volvían a encontrarse con esas descargas, de modo que estuvieran donde estuvieran sufrían las descargas. Actuar se mostraba inútil. El perro se abandonaba y aguantaba las descargas sabiendo que hiciera lo que hiciera no mejoraría su situación.

Eso es lo que hoy sufrimos con la pandemia, lo que sufrimos desde hace años con la política diaria. Vamos a ver cómo funciona el sistema y qué consecuencias tiene.

En el inicio de la democracia en España, en los años finales de los 70, la ilusión por la política estaba en su auge. No importaba de qué lado te posicionases. La derecha tenía a la Unión de Centro Democrático (UCD) y a Alianza Popular (AP) y la izquierda al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y al Partido Comunista de España (PCE). Luego estaban las variantes locales vasca y catalana de la derecha e izquierda. Si te decepcionaba “tu partido” tenías otra opción. Las alternativas eran nítidas sobre el papel.

Con el tiempo las diferencias se difuminaron y algunos partidos desaparecieron, como UCD cuyo electorado pasó a AP y luego al Partido Popular (PP) o se subsumieron en coaliciones como el PCE. Pasar el voto de UCD a AP-PP era inapreciable por la similitud de valores y objetivos. El cambio no existía en la práctica. La derecha se mantenía mejor en esos cambios que la izquierda.

El votante y militante de derechas no necesita saltar ningún parapeto para huir de una situación incómoda. El espacio ideológico que ocupaba sólo cambiaba de siglas y todo continuaba igual. Podía enfadarse puntualmente con Fraga o con Hernández Mancha pero no veía como alternativa al PSOE de González y ni por asomo al PCE de Carrillo o Iglesias.

El de izquierdas -del PSOE- si estaba incómodo en su lado del espectro político tenía un refugio en PCE-IU o viceversa, para darse cuenta al poco que las diferencias eran inexistentes en las malas prácticas internas. Y vuelta a saltar o a irse a casa, a engrosar la abstención.

Porque la abstención, especialmente importante en la izquierda es esa conducta depresiva por la que no viendo que sirva de nada votar a uno u otro de la izquierda te quedas paralizado. Es una respuesta autolesiva de la que te arrepientes cuando ves que la derecha, que sí va a votar, así imputen por corrupta a toda la cúpula directiva del PP o CiU, gana las elecciones y con la lógica de su mayoría te reforma la ley laboral, te recorta las pensiones, destroza la sanidad o expulsa de España a miles de investigadores. Pero para cuando te das cuenta es demasiado tarde. Tienes que esperar cuatro años tragando quina.

Entonces te das cuenta de que el “todos son iguales” es falso, por más que algunos políticos de la izquierda se empeñen en hacer cierta esa falacia, que esa “igualdad” tiene muchos matices nada desdeñables y que afectan al día a día de nuestras vidas. Pero si has llegado al convencimiento de que “todos son iguales” es porque harto de saltar de un lado a otro del parapeto y de recibir bofetadas en los dos lados ya todo te da igual. Y como mucho estarías por hacerte militante del voto útil, por aquello de si ves las orejas al lobo mejor es poner alguna medida. Pero en la mayoría de las veces muchos de los votantes de izquierda acaban engrosando las filas del fascismo, de ese que te dice que no es de izquierdas ni de derechas, sino de los ciudadanos. Ese votante ya no quiere saltar más parapetos y busca un nuevo campo de juego que consiste en romper el existente.

Ni la aparición de partidos aparentemente nuevos -Ciudadanos, VOX, Podemos- rompen esa dinámica de la indefensión. El votante y militante cree que sí, que ahora hay otros modos y campos donde jugar para descubrir que quienes iban a regenerar la democracia (‘s) se alían con los fascistas de VOX y quienes iban a expulsar a la Casta adoptan sus modos y maneras en un tiempo récord, quienes iban a asaltar los cielos no pasan de la entreplanta. Y así lo nuevo envejece a una velocidad de vértigo. La progeria de los nuevos partidos es digna de estudio.

El ciudadano se pierde en las siglas, nunca ha habido tantas en el Parlamento y nunca han actuado con estilos tan parecidos unos a otros. El aparente nuevo campo de juego sigue siendo el mismo, ya da igual a qué parte del campo saltes, tienes asegurada la descarga eléctrica de la decepción.

La pandemia ha venido a agudizar esa imagen de inevitabilidad de la descarga, a ser prisioneros de un poder que escapa a nuestra capacidad de decisión. El Parlamento es sólo el escenario sobre el que construir una apariencia de control democrático, que los medios de comunicación enfocan con todas sus luces para que sus actores creen el espectáculo de la democracia.

Asistimos atónitos al espectáculo de un Gobierno central impotente para poner en marcha las medidas más elementales de salud pública en la crisis sanitaria más grave desde las pestes de medioevo, porque 17 reyezuelos de taifas están más atentos a sus prerrogativas que a la salud de los ciudadanos.

Asistimos atónitos a medidas y contramedidas en el espacio de pocas horas, a declaraciones de unidad para que en menos de 24 horas se diga y haga lo contario de lo comunicado, a la publicación de Reales Decretos que en cuestión de un día quedan desautorizados por sus mismo emisores.

Y ante esto, los perros -nosotros-, nos damos cuenta de que hagamos lo que hagamos estamos indefensos. La atonía, el desánimo, el que todo acabe cuanto antes, el qué más da si son todos iguales, el no lo habrían hecho mejor “los otros” sea la idea dominante. La indefensión aprendida está conseguida. Ahora pueden administrar la política que quieran sin apenas encontrar resistencia. La consigna: Hagamos lo que hagamos no va a servir para nada ha triunfado. La pasividad y la abstención están aseguradas.

Con la abstención ciudadana en el día a día, encerrado en el clikactivismo, y en la denuncia de todos son iguales se igualan por lo bajo a todos, sin distingos ni matices entre ningún partido o político.

La indefensión está servida. Si todos son iguales por qué ir a votar o comprometerse en alguna acción. Y este nihilismo, además, es el mejor método que quienes te quieren sumiso han encontrado para que abandones tu compromiso político. Si las urnas ya no son la solución, ni tienes opciones de forzar un cambio en la calle ya estás listo para ser convertido en una víctima pasiva, que era lo que se buscaba.

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