“Arauco tiene una pena…”

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Arauco tiene una pena
Que no la puedo callar,
Son injusticias de siglos
Que todos ven aplicar,
Nadie le ha puesto remedio
Pudiéndolo remediar.
Levántate, Huenchullán

Un día llega de lejos
Huescufe conquistador,
Buscando montañas de oro,
Que el indio nunca buscó,
Al indio le basta el oro
Que le relumbra del sol.
Levántate, Curimón.

Arauco tiene una pena
Más negra que su chamal,
Ya no son los españoles
Los que les hacen llorar,
Hoy son los propios chilenos
Los que les quitan su pan.
Levántate, Pailahuán.

Así cantaba Violeta Parra la desgracia de los mapuches: “Ya no son los españoles los que les hacen llorar”. E igual se podría aplicar esto a las centeneras de etnias que desde Alaska a la Tierra de Fuego han sido invadidas, masacradas y expoliadas, primero por los españoles, y luego, por sus “libertadores” particulares con no menos salvajismo, y en muchas ocasiones más, que los conquistadores. Porque desde hace 200 años son sus oligarquías criollas quienes los usaron de carne de cañón para independizarse, y después para lo de siempre: siervos y esclavos.

Y si un reducidísimo número de invasores lograron imponerse sobre decenas de miles de nativos no fue por el mitificado valor de los conquistadores, que sí, que lo tendrían; ni por el uso de armas de fuego, escasa y de lentísima recarga como para ser útil en un cuerpo a cuerpo; ni por contar con un animal que nunca habían visto: el caballo, escaso al principio y reservado a uno o dos capitanes. Si Cortés se impuso a los Aztecas fue, sobre todo, porque contó con la ayuda entusiasta de miles de Tlaxcaltecas, Totonacas que estaban hartos de las razias de aquellos y de servirles de invitados en sus sacrificios rituales. Si Pizarro y quienes conquistaron Sudamérica pudieron dominar un imperio como el inca fue porque contó con más de 30.000 Huancas, Chankas, Muiscas, Cañaris y Chachapoyas encantados de pasar factura a sus antiguos amos.

Pero todo esto se olvida en esa línea del buenismo ilustrado que domina occidente y a las élites criollas, más blancas que un yogur. Al imperio español le toca el papel del malo y al resto de imperios: el inglés, francés, belga, alemán… un discreto pasar y aun sacar pecho por su civilizadora acción en África o Asia. Y si no hay que “nada que festejar” como escribió Eduardo Galeano, tampoco hay que arrastrar una culpa eterna por lo que hicieron hace 500 años nuestros antepasados, como no hay que vanagloriarse por lo bueno que hicieron, que también lo hubo, y más de lo que habitualmente se recuerda en estas fechas, porque el hacerlo parece que te hiciera cómplice y aun partícipe de las monstruosidades que se cometieron.

Pero, ¿no hay nada que festejar? ¿Seguro? Hay que recordar y poner en su época lo que sucedió, lejos de proclamas patrias y loas a la raza, y lejos de la autoflagelación. Y si no hay que blanquear el saqueo, el robo y la violación, contra el que se levantaron voces como las de Bartolomé de las Casas y se dictaron leyes para la protección de los indígenas -con poco éxito-, tampoco hay que cargar con más culpa de la que llevarían los aztecas por sus matanzas de totonacas o los incas por esclavizar a los cayambes o quitos. Que esa imagen idílica del buen salvaje en su arcadia feliz sólo se la creen los más tontos del lugar. Cada cosa en su momento y en su contexto.

Los guerrilleros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) lo tienen muy claro cuando le piden al presidente mejicano López Obrador –de apellidos claramente aztecas- que se deje de tonterías revisionistas con los perdones transcentenarios y se centre en los problemas actuales de miseria y corrupción que asolan a Méjico; que deje de escudarse en el pasado para endilgarle la culpa a Cortés de la golfería de hoy.

Porque este echar balones fuera, a 500 años de distancia, es la tónica de muchos presidente más blancos que la harina, que van de indigenistas mientras exterminan a las comunidades nativas en sus respectivos países. Que ya son 200 años de “independencia” como para que sigan llorando por la libertad y riqueza perdida. Que en 200 años quienes os han robado y mantenido en permanentes dictaduras, indigenistas míos, viven al norte del río Bravo, vuelan en business class entre Nueva York y Londres, y lo hacen con el visto bueno de los inquilinos de la Casa Rosada o el Palacio Nacional.

Pero no sólo tendremos que oír a los indignados decoloniales posmo de los barrios de lujo de Lima o ciudad de Méjico. También oiremos a nuestros indigenistas patrios, que a poco que les dejen sacaran a pasear a Tinguaro, Prat de la Riva o Sabino Arana y darnos la matraca con lo del genocidio, y que si los españoles son así y siempre lo han sido, y si no mira lo que hicieron el 1 de octubre de 2017 en Cataluña. Y vuelta la burra al trigo.

Y como ni mis tatarabuelos estuvieron en la batalla de Cholula -matanza para otros, ¿qué batalla no lo es?-; y es dudoso que defendieran Numancia, paso de pedir perdón a los aztecas y de darles la tabarra a los romanos.

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