De cómo la ocultación de sus símbolos, conlleva el engaño a la Clase Obrera

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El simbolismo que una sola imagen puede transmitir es muy importante, el refranero nos dice que “vale más una imagen que mil palabras” y es que hay que reconocer que los símbolos han servido de manera inequívoca para reflejar aspiraciones de libertad para los obreros.

Los símbolos clásicos de la Clase Obrera tienen una importancia que hoy en día es políticamente minusvalorada y desdeñada en público por aquellos interesados en su invisibilidad, siendo estos conocedores precisamente de todo lo contrario.

De ahí que no sea baladí el empeño surgido de las reuniones del 15-M y similares, de que a las distintas movilizaciones que de esos ámbitos surgían,  se acudiera sin “banderas” o cualquier otra reseña que hiciera visible la opción política de quienes iban a participar en cualquiera de esos actos, pero sobre todo, estaba destinado a que no aparecieran banderas con la hoz y el martillo o republicanas, esgrimiendo que eso “dividía o restaba, más que sumar”.

Es lo que tiene el posmodernismo de izquierdas, que se empeña en enterrar los símbolos, no porque dividan o resten, sino porque a ellos les recuerda de dónde vienen y no les es agradable y por supuesto, porque restan votos (que a fin de cuentas es el único objetivo de todos estos movimientos políticos que hablan de nuevos “sujetos revolucionarios” y de “correlación de fuerzas” ganar votos y no conciencias) cuando hace décadas que han abandonado cualquier línea de acción dirigida al cambio radical de sistema a través de la Lucha de Clases, que es lo que se supone que las fuerzas de izquierda deberían perseguir para tener implantación entre los trabajadores.

Y es que desgraciadamente la Lucha de Clases sólo está presente para la burguesía, porque son los miembros de esta Clase los que sí tienen plena consciencia de pertenencia a la misma y saben que sólo actuando como tal, podrán hacer perdurar sus privilegios y beneficios, obtenidos de la explotación laboral de la Clase Obrera.

La historia nos cuenta que sólo cuando el pueblo ha tenido Conciencia de Clase, ha sido capaz de organizarse para cambiar radicalmente sus condiciones de vida, desde la Comuna de París a la Revolución de Octubre o desde la Larga Marcha hasta la Sierra Maestra, sólo a través de la conciencia de la Clase Obrera, de pertenencia a esa Clase y de asunción de su situación por ello, es posible un cambio revolucionario, pero claro, esa estrategia sería válida si los dirigentes de esas organizaciones buscaran un cambio revolucionario y por desgracia para la Clase Obrera no es así.

Lo que buscan es desnaturalizar los procesos de cambio, creando una maraña de reivindicaciones en donde se sustituye de manera interesada el concepto obrero o trabajador, por ciudadano o gente. Y no, no es lo mismo hablar de la ciudadanía de un país, que engloba a todos los habitantes con derechos en el mismo, a hablar de los obreros, que son aquellos que producen, aquellos que son explotados en condiciones cada vez más precarias, aquellos que con su esfuerzo llenan las arcas de los empresarios. No es lo mismo hablar de “la gente” que de los trabajadores, porque cuando hablan de la gente o la ciudadanía lo hacen de manera premeditada para vaciar de cualquier contenido de Clase a sus reivindicaciones y hacer así su mensaje asumible para cualquiera, porque en el fondo lo que buscan todos estos movimientos y “líderes” no es un cambio radical de la sociedad en la que viven, es un cambio radical de sus condiciones socioeconómicas a través de su llegada a las instituciones burguesas.

Desgraciadamente este proceso no es nuevo, lleva vigente desde el mismo momento en que la socialdemocracia asume el papel de freno de los movimientos revolucionarios, como herramienta del sistema para mitigar las aspiraciones de la Clase Obrera de un cambio radical, ofreciendo reformar el capitalismo para darle “un rostro humano” a la explotación derivada del mismo.

En nuestro Estado, esta situación ya se hizo clara y evidente desde los tiempos de la mal llamada Transición, en dónde el régimen franquista accedía a dar cierto halo de reformas democráticas a cambio de que ninguno de los partidos que se legalizaran cuestionara los fundamentos del sistema.

Lo más grave de la cuestión es que cuando por fin (décadas después del congreso de Suresnes, donde el PSOE eliminaba el término “marxismo” de sus estatutos o de que Santiago Carrillo legalizara un PCE eurocomunista) las movilizaciones llegaban a las calles de manera masiva con las “mareas” y el  22M, el sentimiento político resultante de esas movilizaciones sostenidas en el tiempo ha sido de nuevo traicionado por aquellos que, teniendo una oportunidad histórica para la organización de la Clase Obrera en torno a sus justas demandas, han utilizado toda esa fuerza e indignación de la Clase Obrera, para obtener sus aspiraciones personales, denostando el esfuerzo de quienes llevan toda su vida luchando por cambiar de raíz el sistema.

Es por ello que el nombre de mi columna es el Cuarto Estado, en reconocimiento al cuadro del mismo nombre de Pellizza da Volpedo. Un cuadro cargado de simbolismo, cargado de Lucha de Clases, de heroísmo, de sacrificio, de organización y de futuro por muy anticuados que algunos les parezcan los ropajes de sus protagonistas o el “obrerismo” reinante de esa obra. Para mí, esta obra resume la historia de los obreros, sus vidas, su esfuerzo, su fuerza. Por eso lo reivindico, por eso reivindico los símbolos y su valía, porque por ellos, millones han luchado a lo largo de la historia y gracias a ellos, se han hecho revoluciones y se ha podido demostrar que cuando la Clase Obrera está unida, organizada y tiene claros sus objetivos, es imparable, lo otro, el desconcierto, la colaboración con el poder, el ego de los dirigentes y la vacuidad de sus propuestas, sólo traerán la derrota.

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