Píldoras históricas

Hace poco escuché a un conocido locutor de radio decir que resulta increíble que sigamos teniendo que hablar de dolor en pleno siglo XXI. Entrevistaba a un reputado doctor, que le respondió que el dolor es consustancial a la vida. Y es que realmente la vida es un combate constante, vivimos siempre en confrontación con la realidad y esto inevitablemente produce dolor. Hace casi cien años André Malraux decía que la angustia está en la esencia del ser humano, en la medida en que sabemos que vamos a morir. Era a partir de esta angustia como los personajes malrauxianos  de La condición humana cobraban vida, organizando la revolución comunista de 1927 en el puerto de Shanghái.

Nuestro tiempo, sin embargo, supone una renuncia a esa angustia existencial en la misma medida que a todo tipo de transformación social. Contamos con multitud de opiáceos con los que evadirnos de la dolorosa realidad, y las nuevas convenciones sociales rechazan el reconocimiento de esta. Multitud de series y programas de televisión insisten en el mensaje de que compartir piso a los treinta años es divertido, o de que el desplazamiento constante por motivos laborales nos convierte en cosmopolitas. Vivir en precario sin poder formar una familia es algo asumido en el ideario de los millennials y, al margen de protestas aisladas y ocasionales, no se articula respuesta social alguna ante esto. Mostrar en las redes sociales un hermoso cuerpo cuidado en el gimnasio, soportar tropecientas dietas inimaginables hace cuarenta años, presumir siempre de lo bien que uno lo pasa y no parar de hacer cosas. Viajar a lugares sobre los que jamás se ha leído nada para hacernos la obligada foto y subirla a las redes. En definitiva, falsear la realidad y esconder el dolor, esto forma parte de la esencia de nuestras actuales convenciones sociales.

Contra ellas se rebela el escritor francés Éric Vuillard, que desde hace años no para de regalarnos exquisitos relatos históricos que nos devuelven la autenticidad de la condición humana. En sus brevísimas obras, Vuillard nos transporta al pasado para vivir momentos históricos en los que el ser humano se reconocía angustiado ante el drama social, la tragedia política, los desastres de la guerra… Así sucede con La batalla de Occidente, donde nos comenta los planes bélicos elaborados por Alemania durante la Belle Époque, se detiene en el estudio de aquellos jovencísimos estudiantes serbios que cometieron el atentado del verano de 1914 en Sarajevo, y nos evoca el asesinato de Jean Jaurès en aquel café de Montmartre, en el que un nacionalista partidario de la guerra quiso apagar la voz del socialismo internacional.

Su último libro es La guerra de los pobres, recientemente publicado en nuestro país. La bonita edición española contrasta con la francesa, siempre austera y perfectamente adecuada. Ambas ediciones nos permiten sumergirnos, en todo caso, en las primeras revoluciones modernas. Las revueltas campesinas de la Europa del siglo XVI, en las que se hicieron célebres personajes como Tomás Munzer y Juan Leyden. La desesperación de los campesinos les llevó a la revuelta contra los príncipes alemanes apoyándose en la Biblia, el único recurso intelectual que tenían a mano. Tal y como se narra en los Hechos de los apóstoles, estos campesinos se hicieron protestantes para reivindicar un orden social más justo y acorde con el legado de los primeros cristianos. Pero tras aplastar las revueltas campesinas lideradas por Tomás Munzer, los príncipes alemanes volvieron a hacer lo mismo con la revuelta de la ciudad de Münster, liderada por Juan Leyden años después. Todavía hoy cuelgan del campanario de la basílica de San Lamberto, en esa ciudad alemana de Münster, las tres jaulas en las que las autoridades del Sacro Imperio introdujeron los castigados cuerpos de Leyden y los otros líderes de aquella revolución anabaptista, con la que se pretendió instaurar la igualdad social.

Historia en pequeñas píldoras, esto es lo que nos ofrece siempre Éric Vuillard en sus libros, que son un recuerdo de lo que somos: hombres y mujeres a los que no les debería dar vergüenza sufrir.

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