En España no sabemos escalar

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Que nadie se confunda con el título, me refiero a esa prisa que tenemos por acabar con las crisis a base de apresurarlo todo, a sabiendas de que eso no sirve para nada y de que lo estamos haciendo mal, en un intento inútil y desesperado de no perder dinero y que, al final, nos está costando más dinero y, sobre todo, nos está pasando una factura personal que luego no seremos capaces de asumir y nos llevará a buscar culpables donde más nos convenga.

Nuestro país es una bola de nieve que rueda colina abajo y va haciéndose más grande, hasta que ha llegado a un punto en que se ha vuelto gigante y no hay quien pueda pararla.

La bola empezó a formarse con la prisa que había por abrir fronteras para que vinieran los turistas. España no podía permitirse perder la parte más importante de su economía. Los alemanes protestaban porque querían venir a sus casas en la costa y Merkel se reunió con diferentes países a ver qué hacíamos con las fronteras. Al final se decidió abrir para regocijo del sector y al poco tiempo los casos se dispararon. Ahora mismo, nuestro país está en la lista negra de Europa y prácticamente en la del resto del mundo. El sector turístico no ha funcionado como se esperaba y peligra la campaña de invierno por la imagen que hay del país en el exterior.

La bola se hizo más grande con la llegada de las vacaciones de verano, el contagio entre comunidades se multiplicó, lo que afectó al resto de sectores dejando más tocada, si cabe, la economía.

Hay individuos con cacerolas protestando por su libertad, y otros diciendo que les ahogan con mascarillas y que los más de 30.000 fallecidos se los ha inventado el gobierno por molestarles a ellos, así que da igual que el confinamiento sea, ahora mismo, lo único efectivo para luchar contra la pandemia, nosotros somos españoles y vamos a empezar por el final las cosas, abriendo todo, y luego, si vemos que algo falla, otra vez a toda prisa lo cerramos, y ahí es donde la bola se ha hecho gigante: La vuelta al cole.

He estado hablando estas semanas con profesores de distintas etapas y, la verdad, no es nada fácil dilucidar qué se puede hacer, porque tenemos opiniones contrarias y perfectamente comprensibles. Por ejemplo, hay profesores de infantil que se echan las manos a la cabeza y se preguntan qué van a hacer cinco horas con niños de tres a seis años ¿cómo les van a explicar que no pueden tocar a su compañero, ni la mesa del niño que tienen al lado? ¿Cómo les van a negar el juego en el patio con sus compañeros si precisamente, en esa etapa, lo que se fomenta es la relación? ¿Tendrán que limitarse a ser vigilantes con la misión de impedir que los niños se muevan mientras sus padres trabajan?

Por otro lado hay profesores que dicen que es imprescindible que los niños vuelvan al colegio ya, que necesitan, por salud mental, relacionarse con otros niños.

Personalmente creo que lo lógico sería hacerlo de forma escalonada, es decir, primero clases online, después clases semipresenciales y, finalmente, una vez que los casos sean anecdóticos, pasaríamos a las clases presenciales.

Pero no se puede usar esa lógica en este país porque no hay conciliación familiar y laboral, es decir, no podemos perder más dinero, los padres tienen que trabajar, y los niños no pueden quedarse solos en casa, no hay alternativas.

He oído decir que nadie llevará a sus hijos enfermos al colegio, que nadie es tan irresponsable, y ahí está el segundo fallo, los padres llevarán a sus hijos al colegio con Covid o con la peste negra, precisamente por responsabilidad, porque si se quedan sin trabajo no podrán darles comida ni un techo, y ahora mismo el que tiene trabajo se agarra a él como puede, porque la economía va mal.

Si había algún momento para cambiar nuestro obsoleto sistema educativo era este, teníamos la oportunidad acabar con el modelo que consiste en memorizar y repetir como loritos, de innovar, pero desde el gobierno se han lavado las manos y han dejado a las comunidades autónomas la decisión de cómo tratar este tema. De nuevo no se cuenta con los únicos profesionales de la educación, los que podrían cambiarlo todo, los profesores, no se les escucha, no se les dota de medios, no se les refuerza y no se les valora.

Y luego está la excusa estrella para no escalar la vuelta al colegio, que es que no se pueden dar clases online porque los niños pobres no tienen medios ¿Y si los dotamos de medios qué pasa, que dejaremos de distinguir bien a los niños pobres de los niños ricos y eso es un problema? ¿No será mejor dotar a esos niños de medios para, precisamente, que no se sientan diferentes? ¿En qué momento es mejor que todos los niños se queden sin acceso a clases online para preservar su salud que llevarlos por narices al colegio, poniendo vidas en riesgo, para igualarlos a la falta de medios de los niños sin recursos?

Y todo esto pasa no porque en este país nos falte imaginación o buenas ideas, pasa porque lo que falta es valor para llevarlas a cabo, porque no nos gustan los cambios ni tener que ser nosotros los que tomemos las riendas, nos gusta que nos mastiquen la realidad y por eso nuestra bola se va haciendo más grande.

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Gala Romaní
Gala Romaní (Vigo, 1973). Escritora independiente de género fantástico y humorístico. Ha sido colaboradora en la revista digital Culturamas, donde denunciaba los abusos en el sector literario a raíz de su mala experiencia publicando bajo un sello editorial. Publicó su primera novela, La Sombra de los Lobos, en 2011. Otras obras: “La Transmigradora”, “Portadores de Sangre I y II”, “Si te casas sé tú misma” y “Entre el amor y el sarcasmo.”

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