La pandemia neoliberal

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Decíamos el otro día que esta crisis ha demostrado claramente que el capitalismo neoliberal es la pandemia. Entonces, ¿cómo es posible que haya sectores sociales que lo sigan defendiendo? ¿Cómo es posible que las encuestas, en plena crisis del coronavirus, estén mostrando que en España el Partido Popular o Ciudadanos crecen o el grupo fascista VOX se mantiene?

Las clases medias aspiracionales del norte, que disfrutan de parte de los beneficios de este sistema, atribuyen virtudes sociales y permanencia política a esta doctrina neoliberal que les beneficia, aunque sólo sea con las migajas. De esta forma las creencias de quienes obtienen algún tipo de privilegio se acomodan a las ideas económicas y políticas que justifican su situación.

La estabilidad de este sistema depredador se asienta así sobre esa proporción de la población que ha conseguido lo suficiente para darles la esperanza de que pueden llegar a tener más y estimularles para que defiendan un sistema que les ha proporcionado lo que ya han conseguido. Tan pronto como tienen esa esperanza y esa seguridad, tratan de que el sistema no cambie, no importa las privaciones que tengan que pasar. Es lo que Kenneth Galbraith (1992) llama Cultura de la Satisfacción, que se traduce en la “cultura del capitalismo neoliberal”.

A los que les va bien, quieren que les vaya mejor. Los que tienen suficiente, desean tener más. Los que viven con desahogo, se oponen enérgicamente a lo que puede poner en peligro su comodidad. Lo importante es que no hay dudas personales sobre su situación actual. Sus iras sólo se hacen patentes –y pueden llegar a serlo mucho, ciertamente– cuando hay una amenaza o posible amenaza a su bienestar presente y futuro; cuando el gobierno y los que parecen tener menos méritos, impiden que se satisfagan sus necesidades o exigencias, o amenazan con hacerlo. Y en especial, si tal acción implica mayores impuestos.

Kenneth Galbraith (1992) describe acertadamente dos de las características básicas de esta cultura: la ideología del esfuerzo y la tolerancia a la desigualdad y la injusticia.

La ideología del esfuerzo

La primera característica, y la más generalizada, es su convicción de que quienes son parte y defienden esta doctrina están recibiendo lo que se merecen en justicia. Lo que sus componentes individuales aspiran a tener y disfrutar es el producto de su esfuerzo, su inteligencia y su virtud personales. La buena fortuna se gana, o es recompensa al mérito y, en consecuencia, la equidad no justifica ninguna actuación que la menoscabe o que reduzca lo que se disfruta o podría disfrutarse. Es la reactualización de la ética protestante del capitalismo. Las personas ricas son recompensadas porque se lo tienen merecido. Quienes no participan, es por su propia torpeza o por pereza o porque no quieren.

Se construye así un consenso interesado cuya finalidad es olvidar todo conocimiento relativo al contexto y la estructura y, por supuesto, su participación en la producción de la pobreza y las injusticias sociales. La explicación de esta sociedad se torna en problemas individuales, en identidades problemáticas, en asuntos psicológicos o patológicos personales. El problema no está en la opresión de una clase por otra, ni en las estructuras sociales generadas para expoliar “legalmente” a la mayoría, sino en los patrones de conducta que las mismas personas pobres observan.

Y los términos se invierten actualmente incluso. Este nuevo consenso nos habla de lo indignadas que están quienes se han esforzado, quienes se lo merecen, las clases altas y medias-altas con las personas empobrecidas y con su ‘continuo lloriqueo’ por su situación de víctimas. Esto sólo sirve para generar dependencia de las arcas del Estado asistencial que les imposibilita tomar las riendas de su propia vida y cambiarla. Sólo su decisión personal para cambiar sus problemas personales y su mentalidad, logrará sacarles de esa situación de pobreza. Por consiguiente, todo lo que podemos hacer es cortar a estos pobres los servicios sociales, la educación, la formación profesional, la ayuda para estudios universitarios y la asistencia social; convertir la ayuda al desarrollo en préstamos que les estimulen a conseguir más eficiencia, los préstamos del FMI en presión para desmantelar todas estas redes estatales de asistencia que no hacen más que mantener a las personas pobres en su estado de pobreza.

De esta forma, las personas empobrecidas aparecen, en esta revolución neoliberal, como estafadoras peligrosas de la asistencia social a las que hay que hacer entrar en cintura, pues estas acciones asistenciales, al dar algo por nada, reducen la propia iniciativa de las personas pobres que llegan al extremo de no querer trabajar. Como así auguran que pasará con el ingreso mínimo vital.

La tolerancia a la desigualdad y la injusticia

La segunda característica es la tolerancia que muestran los satisfechos respecto a las grandes diferencias de ingresos. Respetan una convención general bastante plausible: cualquier ataque a los mayores ingresos de los que están arriba, puede suponer que otros, los “no tan satisfechos”, ataquen “nuestra” renta. Si se exige redistribuir los ingresos de los muy ricos, inevitablemente mediante impuestos, se abre la puerta a la consideración de impuestos más altos para los de posición desahogada, aunque menos acaudalados. Esto resulta especialmente amenazador dada la situación y las posibles exigencias del sector menos favorecido de la población. Cualquier protesta airada de la mitad afortunada sólo podría centrar la atención en la situación muchísimo peor de la mitad inferior. Actúa aquí una solidaria aceptación de la desigualdad para defenderse del enemigo común: el reparto equitativo de los recursos.

En definitiva, la clave está en que el electorado satisfecho acepta que se favorezca a los muy ricos a cambio de protección para sí mismo. Y en ese electorado satisfecho nos encontramos la mayoría de los trabajadores y trabajadoras del Norte. Por eso, la situación actual es bien distinta de la que vivieron Marx y Engels, cuando en el Manifiesto Comunista afirmaban que los trabajadores y las trabajadoras no tenían nada que perder y sí un mundo que ganar. Ahora los trabajadores y las trabajadoras satisfechos del norte, esa clase media aspiracional, tenemos mal que bien y aunque no siempre, cosas que perder: viviendas propias o hipotecadas, automóviles pagándose a plazos, televisores, expectativas de jubilación… Hemos hecho nuestro el principio de trabajar más, para ganar más, para vivir supuestamente “mejor”. Hemos hipotecado nuestra alma y quizá, buena parte de nuestra conciencia. ¿Cuándo despertaremos?

Más en: La Polis Secuestrada (Editorial Trea, 2019)

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Enrique Díez Gutiérrez
Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de Pedagogía en la Facultad de Educación de la Universidad de León. Doctor en Ciencias de la Educación. Licenciado en Filosofía. Diplomado en Trabajo Social y Educación Social. Ha trabajado también como educador social, como maestro de primaria, como profesor de secundaria, como orientador en institutos y como responsable de atención a la diversidad en la administración educativa. Especialista en organización educativa, desarrolla su labor docente e investigadora en el campo de la educación intercultural, el género y la política educativa. Entre sus publicaciones se encuentran: Pedagogía Antifascista (2022), La historia silenciada (Plaza y Valdés, 2022), Educación crítica e inclusiva para una sociedad poscapitalista (Octaedro, 2021), La asignatura pendiente (Plaza y Valdés, 2020), La educación en venta (Octaedro, 2020), Educación para el bien común (Octaedro, 2020), La revuelta educativa neocon (Trea, 2019), Neoliberalismo educativo (Octaedro, 2018), La polis secuestrada: Propuestas para una ciudad educadora (Trea, 2018), La educación que necesitamos con Alberto Garzón (Akal, 2016), Qué hacemos con la Universidad con Adoración Guamán y Josep Ferrer (Akal, 2014), Desvelando la historia. Fuentes históricas coloniales y postcoloniales en clave de género con Mary Nash (Comares, 2013), Educación pública: de tod@s para tod@s. Las claves de la “marea verde” (Bomarzo, 2013), Qué hacemos con la educación con Agustín Moreno (Akal, 2012), Educación Intercultural: Manual de Grado (Aljibe, 2012), “Decrecimiento y educación” con Carlos Taibo en Decrecimientos (Catarata, 2011), La Memoria Histórica en los libros de texto (2012), Globalización y Educación Crítica publicado en Colombia (Desde Abajo, 2009), Unidades Didácticas para la Recuperación de la Memoria Histórica (Ministerio Interior, 2009), Globalización neoliberal y sus repercusiones en la educación (El Roure, 2007), La diferencia sexual en el análisis de los videojuegos (CIDE, 2004), Investigación desde la práctica: Guía didáctica para el análisis de los videojuegos. (CIDE/Instituto de la Mujer, 2004).

2 COMENTARIOS

  1. […] También Enrique Diez  subraya la tolerancia a la desigualdad y la injusticia desde la construcción de un consenso interesado  para “ olvidar todo conocimiento relativo al contexto y la estructura y, por supuesto, su participación en la producción de la pobreza y las injusticias sociales”.  Diez defiende la necesidad de que el plan de reconstrucción educativa inclusiva, incluya bajar la ratio y aumentar la plantilla docente, afirmando que la revolución educativa pendiente no es tecnológica, es inclusiva. Estos cambios deberían ir unidos, destaca, de una reducción de la fragmentación curricular en asignaturas seleccionando el contenido relevante, el trabajo coordinado y en equipo del profesorado, la participación de las familias y unas condiciones laborales dignas, entre otras necesidades. […]

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