Que nadie te miente, Julio

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Me cuentan que ya no estás. Y que no estarás nunca más. Porque has muerto. Y justo ahora, cuando muchos pensábamos que el peligro había pasado. Y que habías vuelto a engañar a la parca como otras veces. Pero no. Parece que ahora esto es cierto y que la tragedia prometida por la que todos pasaremos algún día se ha cumplido. Aunque en tu caso eso no es así del todo. Porque tú no puedes morir de esa manera, para siempre y sin remisión. Porque tú no eras un hombre normal, Julio, y aunque la biología diga lo contrario, sigues vivo, porque formas parte de la Historia con mayúsculas de este país. Y sí. Eres Historia de España y de Andalucía, como también de la Córdoba de la que fuiste su primer alcalde de su última democracia. Un alcalde comunista además, y que siempre será recordado por su compromiso y buen hacer, incluso por sus más encarnizados enemigos políticos.

Julio, tú eres Historia de lucha, de movimiento obrero, de comunismo y de libertad. Una Historia que ya está escrita con letras de oro y que te recordará sobre todo, y por encima de cualquier otra consideración, por tu dignidad. Y es que te has ido como pocos de los que han llegado a lo más alto en ese nido de ratas que es la política podrían hacerlo. Con la cabeza alta. Muy alta. Y sin que nadie pueda mentarte para decir que hiciste algo que era contrario a lo que predicabas. Porque te fuiste como llegaste, viviendo en un piso corriente y cobrando una pensión de profesor, ya que rechazaste esa paga vitalicia a la que los diputados teníais derecho.

Que nadie te miente, Julio, para señalarte, porque no podrán. Porque te hiciste comunista cuando aquello conllevaba cárcel y te moriste comunista cuando el capitalismo nos había derrotado. Que nadie te miente. Porque exigías a todos los que te rodeaban siempre menos de lo que te exigías a ti mismo. Porque siempre huiste de la política espectáculo que ahora es ley y te acercabas al pueblo para decirle simplemente la verdad. Y le hablabas de la necesidad de organizarse frente al monstruo. De no aceptar la derrota. Y todo para hacerle comprender que con la dignidad tal vez no se come, pero que un pueblo sin dignidad se pone de rodillas y termina igualmente sin comer.

Decenas de anécdotas se me agolpan en la cabeza, Julio. Y te imagino ahora pasando revista a primera hora de la mañana a los funcionarios franquistas cuando eras alcalde y les exigías que cumpliesen las demandas del pueblo cordobés. También te imagino pilotando una nave que se hundía y que salía a reflote para que no se perdiese para siempre el espacio de la izquierda transformadora en España. Te imagino y te veo en muchos momentos, la verdad. Y también te recuerdo, como te recordaré siempre, en tu casa cuando me estuviste hablando por última vez, en aquella fría tarde de la necesidad de organizarse para vencer a la reacción. Y a no ceder al enemigo, porque asimilar la derrota no era sólo perder, sino condenarnos.

Hasta siempre, Julio. Muchas gracias, compañero y ante todo camarada.

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