Castigar al disidente

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Supongo que ya se habrán enterado de la que ha sido la noticia del fin de semana para nuestra izquierda patria. El Partido Feminista de España, liderado por la histórica dirigente  Lidia Falcón, ha sido expulsado de Izquierda Unida, y nada menos que con el 85% de los votos de los miembros que componen la Asamblea Político y Social de la coalición. En el centro del debate se encontraba la futura Ley de Transexualidad, que está prevista ser aprobada por el gobierno, y que ha producido rechazos en gran parte del movimiento feminista, que considera que esta ley emana de las teorías posmodernas queer que nos llegaron importadas de las universidades norteamericanas, y que para muchos y muchas, suponen el triunfo más acabado del pensamiento neoliberal dentro de la izquierda.

Pero no crean que voy a hablarles yo aquí de los postulados queer, o de la negación que propugnan del sexo biológico para suplantarlo por identidades de género. Y no. No lo haré no porque considere que esto no es necesario, sino porque yo venía a hablarles de la expulsión del PFE, y mucho me temo que en este caso la cuestión ideológica ha tenido poca importancia. Porque no se engañen. Aquí el problema no ha sido ni Lidia Falcón ni los posibles errores de comunicación que haya podido cometer el Partido Feminista. Y ni siquiera es plausible que haya sido la violenta campaña que han desarrollado determinados transactivistas lo que ha motivado el conocido desenlace. Porque esas nimiedades ideológicas pesan poco en la maldita realpolitik en la que todo queda subordinado al principio maquiavélico de que el poder corresponde al que sepa mantenerlo, aunque sea  a costa de un relativismo moral que rara vez se reconoce.

Y es que no es la primera vez que el transactivismo pone en la diana a alguien por cuestionar sus teorías, siendo acusado de tránsfobo por atreverse siquiera a dudar de alguno de sus postulados. Lo hemos visto muchas veces, con campañas de acoso brutales que yo mismo he sufrido llegando a recibir llamadas de teléfono a mi propio centro de trabajo por no aceptar que el rey desnudo va vestido. Pero, ¿Saben qué? A pesar de que incluso Izquierda Unida recibió una petición formal para que se me expulsase de la organización, jamás nadie propuso nunca nada parecido, y de hecho, no pocos dirigentes me llamaron para apoyarme -en secreto, eso sí- por los ataques de la jauría transactivista. Pero, ¿Entonces por qué a mí no y a Lidia, sí? La explicación es bien sencilla. Yo no represento nada en una organización en la que venía participando desde hace tiempo casi de manera simbólica. Y no supongo ningún peligro interno que venga a cuestionar las decisiones de una dirección que forma parte de un gobierno que va a tomar decisiones que no van a ser aceptadas por gran parte de su militancia. Así, esto no va sobre teorías queer o leyes de transexualidad, sino de algo mucho más prosaico: Esto es un aviso: En ningún caso se va a consentir la disidencia a la postura oficial.

De no ser así no habría tenido sentido tomar esa decisión justamente ahora, a apenas unos días de un congreso interno en el que las feministas -era un secreto a voces- iban  a abandonar por ellas mismas IU. Pero claro, si lo hubiesen dejado correr esto no habría tenido el efecto deseado, ¿Verdad? Porque el mensaje no habría llegado y no sabríamos que  el motivo principal en el que se ha escudado la dirección para apartar al Partido Feminista es supuestamente el incumplimiento de los acuerdos. Un tanto curioso, la verdad. Pues estoy seguro de que si se hubiese expulsado a alguien por eso siempre que se diese el caso, no quedaría ya nadie dentro de IU, más teniendo en cuenta que los primeros que suelen obviar los acuerdos colectivos emanados de los congresos y asambleas son las propias direcciones. Pero ahora parece que la disciplina importa. Una disciplina inconsciente y mecánica, claro está. Y no la emanada del debate y la aceptación de sus conclusiones. Porque la nueva política impregna ya a toda IU, y ha convertido al viejo militante que participaba activamente de toda la vida de la organización en un palmero del líder de turno para el que toda la actividad se reduce a lo meramente electoral.

Por eso, y sólo por eso, también en la organización mayoritaria de IU -que sigue siendo el PCE-, se han vivido en el último año más sanciones y expulsiones que las que han tenido lugar en los treinta anteriores, escudándose todo en una supuesta unidad de acción y disciplina interna que, sin embargo, no se ha tenido en cuenta cuando varios dirigentes comunistas se han presentado en listas distintas a las propugnadas por el partido. Porque aquí uno es indisciplinado o no, según se mire. Y porque los límites de la libertad individual no son los mismos para unos que para otros, y tienen desde luego una línea roja que no se puede traspasar: Poner en cuestión la participación o la labor de la izquierda que creíamos transformadora en el gobierno. Porque una militancia acrítica, y que no intervenga de las decisiones colectivas -recordemos que en el referéndum de entrada en el gobierno no participaron el 70% de las bases-, resulta ideal en el modelo posmoderno de organización que ellos han cimentado. Y por eso el Partido Feminista les sobra. Porque no entra en el modelo deseado. Un modelo a todas luces dañino y que condenará a la izquierda cuando todo esto acabe y volvamos al punto de partida. Un modelo inmoral hecho a medida de los aparatos en contra de las bases, y del que he decidido no ser cómplice poniendo fin a 23 años de militancia.

1 COMENTARIO

  1. Con las sucesivas direcciones reformistas/eurocomunistas a lo largo de la historia del PCE en la legalidad del régimen del 78 se ha conseguido el no tan fácil hito de ubicar más comunistas fuera del partido que dentro.

    En Valencia unos camaradas tuvimos que salirnos ante el impresentable juego sucio para colocar a Rosa Pérez Garijo en la dirección de EUPV, colofón de un sinfín de faltas de respeto democrático que fueron desde puñaladas por la espalda al que fue coordinador de EUPV, David Rodríguez, tomadura de pelo congresual en 2 fases para que el cambio en el papel de los estatutos no afectara a la elección de dirección entre los mismos de siempre, hasta un 155 antiestatutario aplicado al PCPV ya en el primer día de estrenarse el nuevo Comité Central del PCE con Enrique Santiago a la cabeza, otra vez otro Santiago.

    Todo con tal de evitar los debates internos necesarios y asegurar una estrategia electoral decidida entre bambalinas.

    Una praxis política que una y otra vez favorece a oportunistas y profesionales eternos de la política que aleja al PCE e IU de toda conexión con el mundo obrero y la realidad de la calle que pudiera darle papel protagónico a estos partidos en la contrahegemonía al sistema capitalista y el régimen del 78.

    Mientras tanto los golpes del capitalismo se suceden sin descanso, aprovechando debilidades, desuniones, desorientaciones y confusiones.

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