Conservadores y subversivos

Dice el historiador italiano Enzo Traverso que la izquierda actual, a raíz de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de las utopías, está instalada en un estado de melancolía. Una melancolía que solo se superará en el momento en que la izquierda consiga un programa de transformación social que le permita mirar de nuevo al futuro, reactivándose así la undécima tesis de Marx sobre Feuerbach, aquella en la que la izquierda encuentra su sentido histórico: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.

Entretanto, sin poder mirar al futuro, la izquierda ha de ser necesariamente melancólica y, por tanto, de alguna manera conservadora. Para defender las conquistas del pasado siglo XX, frente a una deriva neoliberal que está provocando la pérdida de derechos sociales y laborales y que está debilitando la democracia.  Las posiciones marcadas por el sindicalismo de clase en Europa durante las últimas décadas resultan clave, si se quieren entender las consecuencias sociales y políticas de este estado melancólico al que nos referimos. De una parte, se ha desarrollado un sindicalismo centrado en la negociación con Gobiernos y patronales, para atenuar los aspectos más lesivos de cada recorte de derechos. Un sindicalismo pragmático que, en esta situación de debilidad manifiesta, ha hecho lo que ha podido en las mesas de negociación, al tiempo que se ha ido alejando del sentir de los trabajadores y las calles. Que en algunos casos mantiene buenos niveles de afiliación pero carece de militancia, en un tiempo en que los servicios al afiliado van sustituyendo a las reivindicaciones. De otra parte, también se ha desarrollado un sindicalismo de confrontación, desde las huelgas mineras contra Margaret Thatcher de 1984 y 1985 en Gran Bretaña, hasta las huelgas generales que el sindicalismo francés encadenó durante el otoño de 2010, contra la reforma de las pensiones del Gobierno de Nicolas Sarkozy. Y más aún. Este sindicalismo de confrontación ha contado siempre con el apoyo y la cercanía de los trabajadores, pero sus resultados tampoco son satisfactorios. Lo cierto es que aquellas huelgas mineras de los años ochenta desembocaron en la anulación del sindicalismo británico y en Francia, aunque un sindicato tan combativo como la CGT cuenta con los apoyos y las simpatías populares, sus niveles de afiliación son considerablemente bajos.

Aun así, el sindicalismo francés sigue demostrando mucha musculatura en las calles, cada vez que los Gobiernos pretenden imponer nuevos recortes sociales. La cultura republicana que generó el nacimiento de la nación francesa como comunidad política, a partir de 1792, forjó una ciudadanía que, durante más de dos siglos, ha construido la democracia en las calles. Así en julio de 1830 y febrero de 1848. Y una vez formada una clase trabajadora con conciencia de sí misma, otra vez en junio de 1848, en la primavera de 1871 (¡la Comuna!), en el verano parisino de 1944, en mayo de 1968 y en tantas otras ocasiones, en las que los franceses han demostrado que no conciben la democracia sin la movilización social que lleva las reivindicaciones de la calle a las instituciones republicanas. Ahora con las movilizaciones que, desde el inicio del pasado mes de diciembre, tratan de impedir la reforma de las pensiones que pretende el presidente Emmanuel Macron.

Quienes se movilizan para salvaguardar la solidaridad y conservar el sistema público de pensiones, frente a una reforma que pretende un nuevo sistema por puntos, que pasa por encima de la problemática de cada sector productivo, y que supone en la práctica una nueva elevación de la edad de jubilación, adoptan paradójicamente el perfil de subversivos. Quienes tratan de proteger el Estado social y democrático materializado en la Quinta República Francesa son agredidos en las calles, mediante una represión desatada desde hace algo más de un año y que ya cuenta con centenares de heridos y tres muertos, a causa de las intervenciones policiales en actos multitudinarios.

Las huelgas y las manifestaciones en las ciudades francesas se han ido reproduciendo desde hace más de un mes, muchos trabajadores han recuperado el orgullo de clase frente a Gobierno y patronal, por lo que la izquierda, prácticamente desaparecida del escenario político francés, vuelve a aparecer en las calles a través de la movilización social. Una movilización impulsada fundamentalmente por los trabajadores de los ferrocarriles, los transportes urbanos, la educación, la sanidad, las refinerías de petróleo… Trabajadores del sector público y de otros sectores productivos tradicionales en Francia, a los que se unen los trabajadores más explotados, el “precariado” de los chalecos amarillos que, hasta el pasado mes de diciembre, se movilizaba sin programa, sin dirigentes, sin objetivos.

Esta es una de las claves del futuro del sindicalismo de clase en Europa, cómo mantener las estructuras, que permiten a los trabajadores estar organizados y lanzar con fuerza sus reivindicaciones, en un tiempo en que la propia clase trabajadora está fragmentada en múltiples estratos y atomizada a causa de la desaparición de los grandes centros de trabajo. El sindicalismo debe unir lo que el capital ha dispersado, adaptando sus viejas estructuras a las necesidades concretas de unos trabajadores precarios cada vez más numerosos. Para ello no solo resulta imprescindible la solidaridad. También es imprescindible la generosidad en el seno de las organizaciones clásicas del sindicalismo europeo, que deben ponerse al servicio de quienes tienen que convertirse en la nueva punta de lanza de los movimientos de reivindicación y protesta. Estos trabajadores precarios deben ser los protagonistas del sindicalismo del siglo XXI. De otro modo, si la fuerza del sindicalismo de clase acabara del todo circunscrita a los cada vez más escasos centros industriales, ello podría suponer su práctica desaparición.

1 COMENTARIO

  1. Bien dices que se centraron en la negociación con Gobiernos y patronales, para atenuar aspectos lesivos de recortes y que se hace lo que se puede mesas de negociación. Yo agregaría que de forma sutil y a largo plazo fueron envenenados (comprados) poco a poco por el sistema con subvenciones, devoluciones (a las que tenían derecho, no negamos), presencia institucional en palacios, ceremonias y actos ajenos a su misión… Solo les falta presencia en los desfiles miltares, ceremonias y funerales de estado.

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