La historia del esquiador

Paul Auster cuenta en alguna parte la historia del esquiador que, siendo niño, perdió a su padre en la montaña. Ya convertido en un hombre maduro, esquiando en la misma montaña en la que desapareció su padre, encontró el cuerpo de este congelado. El rostro de su progenitor era el de un hombre extraordinariamente joven comparado con el de nuestro esquiador, que se encontraba en el ecuador de la vida. El hijo era más viejo que el padre.

Los estudiantes que, en los años sesenta y setenta, acompañaron al movimiento obrero en la lucha contra la dictadura franquista alcanzaron las libertades democráticas, durante la Transición. Con todas las objeciones que se le puedan poner a la democracia de 1978, derivadas del anómalo siglo XX español, este sistema político fue el escenario en el que, en los años ochenta y noventa, los hijos de quienes superaron la dictadura conectaron con la juventud europea, en un proceso de convergencia social y política con las democracias occidentales. Aquellos jóvenes estudiaron en un sistema educativo en plena expansión, se formaron políticamente, lucharon por ampliar sus derechos y disfrutaron de las alegrías propias de la edad, en una especie de 68 tardío y mal digerido. Con todos los problemas económicos y conflictos sociales propios del final del pasado siglo, aquello fue una suerte de bienestar europeo que, es cierto, llegó tarde y mal a España, pero llegó en todo caso.

Muchos de quienes vivimos aquellos ochenta y noventa gestionamos el espíritu de rebeldía juvenil de los estudiantes, en las aulas actuales. Una rebeldía antisistema por parte de muchos adolescentes, pero ahora el sistema es la democracia. Se aprecia, entre muchos adolescentes, una fascinación por la exaltación nacionalista, los himnos militares y la figura de Franco. Una fascinación por lo más penoso de nuestro pasado, que en ocasiones congela el rostro del profesor ya maduro, que está en el ecuador de su vida.

Una izquierda inerme ante la pérdida de derechos laborales y sociales, desde la caída de los dos grandes modelos de referencia: socialismo real y Estado del bienestar, ha permitido que la idea de nación vuelva a movilizar a las masas como sujeto político, sustituyendo a la clase social. El conflicto en Cataluña ha convertido a Vox en el punto de referencia de la incorrección política en el resto de España.  El adolescente es irreverente por naturaleza. Pero esta irreverencia se dirige ahora contra el Estado de las autonomías, contra el feminismo, contra los más vulnerables, contra el que piensa diferente, contra la convivencia democrática en definitiva.

Vox crece entre el electorado de derechas, sobre todo en los barrios de rentas altas y en los pueblos. También empieza a estar presente en los barrios obreros. En el momento en que adopte un discurso de carácter más social, como Marine Le Pen en Francia o Matteo Salvini en Italia, crecerá en los barrios obreros. Han demostrado que tienen habilidad para ello y el actual contexto político no les puede ser más favorable. El conflicto catalán incrementa los apoyos de Vox, tanto como los del sector más duro del independentismo. Existe el riesgo de que lo más oscuro de nuestro pasado, ¡que es historia!, se convierta en un mito para muchos jóvenes. ¿Qué hacer? No tengo soluciones, este artículo es solo un diagnóstico. Pero hay caminos por recorrer que podrían permitirnos superar la situación.

Resulta clave lograr un equilibrio entre PSOE y Unidas Podemos, en el seno del nuevo Gobierno que ha de nacer. Un equilibrio que permita una proyección a largo plazo para intentar cumplir la legislatura completa. Así la izquierda podría demostrar con medidas concretas, factibles, sin brindis al sol, su capacidad para mejorar la vida de la gente. Este Gobierno que ha de nacer va a necesitar tiempo y altura de miras para abordar el conflicto en Cataluña, pero es el único Gobierno posible capaz de abordarlo. Solo así se conseguirá la estabilidad y la confianza necesarias para forjar nuevos proyectos, para reconstruir la mayoría social cuyos intereses representa la izquierda. Esta es la tarea en términos políticos.

En términos pedagógicos, los adolescentes deben superar ese estéril conflicto freudiano y comprender que, para ser español, no son necesarios los gritos y las banderas. Pero sí estudiar el siglo XIX de Riego, Prim y Galdós. Leer a Azaña, saber qué fue la dictadura franquista y cómo se desarrolló la oposición democrática. Ir al Prado y contemplar Las lanzas de Velázquez, entendiendo que el general de los tercios españoles que recibía las llaves de Breda era un italiano, Ambrosio de Spínola. Y es que nuestra historia nos demuestra que hay muchas formas de entender España.

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