Gracias Errejón

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Un par de semanas antes de las elecciones del pasado 10 de Noviembre, se celebró, un lunes, en Pino Montano, el acto central de la campaña electoral de Unidos Podemos en la provincia de Sevilla. Casualidades de la vida, ese mismo día un servidor paseaba con prisa por ese barrio camino de un centro deportivo, cuando vi una pegatina del partido de Errejón que como único reclamo tenía una foto del susodicho y la palabra gracias.

Y aunque pueda ser llamativo que un señor con 40 tacos vaya camino de un centro deportivo con un balón de fútbol y una mochila con unas botas multitaco, lo relevante de esta anécdota no es que yo viese propaganda electoral pegada por militantes de un partido que no tiene militancia pero si mercadotecnia y apoyo de los medios de comunicación de la oligarquía, que ya es casualidad. Lo relevante, realmente, es ese gracias. ¿Quién es ese señor para que alguien tenga que darle las gracias por algo?, ¿qué le pasa por la cabeza a alguien que diseña un reclamo electoral dándose las gracias a si mismo?, ¿cómo se ha forjado ese rebelde?

Errejón, el oscuro burócrata gris detrás de Pablo Iglesias, se paseaba hace unos años por Sevilla con un bloc de notas, entre familias de clase obrera (hoy, él diría familia de clase media baja) en plena crisis de las hipotecas, tomando números de teléfono y viendo con sonrisa forzada como su jefe y amigos iba haciéndose fotos con las Maris del barrio y sus niños en pañales. Eran los momentos previos a la creación de Podemos y entre paseos febriles por los platos de las televisiones de la oligarquía, el muchacho de la coleta que sale con Ana Rosa se dejaba caer de vez en cuando con su séquito por algún barrio popular para hablar de la casta y contra la tiranía de la austeridad. En Sevilla, le tocó a un barrio golpeado por la desindustrialización y el binomio paro-precariedad, donde conviven una sede del Partido Comunista con personajes varios que viven del menudeo. Y allí estaba Errejón, cuando todavía declinaba loas a Hugo Chavez, más fuera de contexto que un bético en la final de la Europa League, e igual de incómodo que cuando las juega el Sevilla.

Meses después, Errejón se convertía en el Gran Capitán de la perfecta y definitiva «Máquina de Guerra Electoral» con la que los paladines de la nueva política iban a darle el sorpasso definitivo a la «casta» política corrupta y en especial al PSOE. En esto, Errejón había cambiado a Chavez y Gramsci, por Peron y Laclau. Enamorado del discurso de lo nacional-popular, como si fuese un Bombita Rodriguez pero sin gracia, iba por un lado vendiéndole burras a su electorado y por otro tejiendo una inmensa red de liberados y cuadros profesionales con el que controlar Podemos, porque ya se sabe, el discurso tiene que ser «de mayorías», las campañas electorales la hacen los voluntarios y los militantes, pero ya las cosas internas de la organización hay que dejárselas a los que saben, que para algo conjugan los grados en Ciencias Políticas con una ausencia total de capacidad organizativa y de experiencia laboral previa.

Como lo de la Maquina de Guerra Electoral salió bien a medias, y con Pablo Iglesias anclado en el discurso de las dos orillas. A Errejón le empezó a seducir la idea de divorciarse de Pablo. Total, si ya habían abandonado las partes más radicales de su programa, se habían hecho fotos con el nota de la embajada yanqui y Tsipras había demostrado en Grecia que no se podía, pues había que hacer lo que había que hacer, que una cosas son las ideas y otra la realidad, que el sentido de Estado está por encima de los deseos de uno y que todo eso la había escrito el propio Pablo Iglesias en su libro sobre Maquiavelo.

Errejón se convirtió en el principal opositante al papel de Carillo en la Segunda Transición, dispuesto a garantizar la estabilidad del gobierno del PSOE que antes era casta, pero que ahora era el dique que contenía la extrema derecha. Ordenó a sus paladines que despareciesen y dejó a Podemos huérfana de organización en las elecciones del «pacto de los botellines» y las que sucedieron. Los malos resultados electorales le iban a servir para escenificar mejor su separación y posterior ruptura con Pablo Iglesias. De aquellos lodos, surgen otros lodos mayores, Más Madrid junto a las magdalenas de Carmena y su fallido traslado al ámbito nacional.

De aquel joven cuadro que representaba lo nuevo frente a lo viejo, poco queda ya. Del rechazo a las «viejas categorías que ya no sirven» y del discurso de mayorías para asaltar los cielos, se ha pasado a reivindicar la minoría parlamentaria (que de algo hay que comer) y a abrazarse al discurso vacío de los Demócratas estadounidenses, que se puede resumir en imperialismo pero con más bicicletas, de intentar ganarse la confianza y el respeto de los currelas de mi barrio a codearse con Ines Sabanes y Joan Baldoví, dos políticos convencionales de la vieja casta de los trepas y los transfugas, curtidos en mil navajazos dentro de IU.

En fin, que si algo ha traído bueno este ciclo electoral interminable en el que vivimos es que el mejor representante de la izquierda posmoderna de urbanitas pequeño burgueses con ínfulas se ha ido por el sumidero de la historia. Por el camino, el preparado Errejón ha ido cargándose cualquier organización que ha tocado, Podemos, Equo y actualmente su propio chiringuito, azorado por intrigas y peleas internas derivas del fracaso electoral y por consiguiente financiero, porque los cuadros errejonistas sin salario no son nada. La pena es que aunque no ha pasado el jugador, sí ha pasado el balón (sus ideas) y ahora son otros los que en nombre de otra cosa, van a hacer lo mismo que planteo Errejón hace un años.

En fin, Iñigo, gracias por tanto, pero principalmente gracias por ejemplificar como no hay que ser.

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Ángel Sánchez
Ángel Sánchez (1978). Cursó estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla, donde se enroló en el movimiento estudiantil contestario y en los movimientos de solidaridad internacionalista. Militante del PCE, ha ostentado responsabilidades en las direcciones locales y provinciales durante la última década. Cree firmemente en que los trabajadores necesitan más militantes y menos activistas. Más organización y menos postureo electorero.

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