Relato: El señor Tomás

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Autor: Guzmán Villardón, @GuzmanVillardon

– ¿Vamos a la calle señor Tomás? – preguntó Ángel.
– Sí claro. Además hoy te voy a contar una historia que te va a gustar mucho.

El señor Tomás era un hombre que vivía apenas a tres manzanas de la casa de Ángel. Tenía 81 años. Estaba postrado en una silla de ruedas debido a una enfermedad rara que le iba agarrotando sus músculos. Eso era lo que siempre decía el señor Tomás cada vez que alguien le preguntaba. Pero ningún médico le había diagnosticado nada. Era el mero transcurrir de los años. También su trabajo como soldador desde los 12 años no había ayudado. Por eso era tan importante que saliera a la calle todos los días y ejercitar ese cuerpo que día a día se iba deteriorando cada vez más. Ángel iba a sacarle tres días por semana, después de llegar de su trabajo. Así se sacaba un sobresueldo que le iba muy bien para poder llegar a fin de mes.

Al señor Tomás le conocía todo el barrio. El carnicero, la panadera, los barrenderos, las camareras y empezaba a conocer a los nietos de sus amigos, de los compañeros de trabajo y a los de sus vecinos. Era un barrio lleno de vida. Con mucho devenir de gente trabajadora. Con pintadas en las paredes y en los locales que estaban cerrados al público. Con mucho comercio. Multirracial. De edificios bajos de cinco o seis alturas. Donde todas las personas que eran del barrio de toda la vida se conocían. Habían conocido a los padres y a los abuelos de todos ellos.

– ¿Nos sentamos a tomar un café antes de hacer los ejercicios? – preguntó el señor Tomás intentando así ganar tiempo para intentar esquivar su actividad diaria.
– Vale. Pero luego vamos al parque a pasear un rato – contestó Ángel con tono serio.
–¡Qué pesados sois todo el mundo! ¡Mi mujer igual!

Una vez sentados en la terraza aprovechando los últimos rayos de un agosto que había sido aterrador por sus altas temperaturas, el señor Tomás empezó con la historia que le había prometido a Ángel. El señor Tomás era un hijo de la posguerra. De niño había vivido en un pueblo de Ávila donde había habido mucha represión franquista. Esas eran sus historias favoritas. Era espectacular ver cómo al señor Tomás se le podía olvidar lo que había comido, pero jamás se le había olvidado el menor detalle de cualquiera de esas historias.

– Ya sabes cómo en mi pueblo los falangistas mataron a mucha gente, ¿verdad?
– Sí – asintió Ángel rápidamente.
– Una noche mataron a un amigo de mi padre. ¡Y es más! ¡Se lo podían haber cargado si no fuera porque nos fuimos del pueblo!
– Me imagino. Como le pasó a la inmensa mayoría de las personas de izquierdas.
– Mi padre y un amigo suyo volvían a casa cuando a sus espaldas oyeron que se acercaba un camión. De repente suena un disparo y el que le acompañaba cayó de inmediato al suelo. ¡Lo habían matado aquellos hijos de puta! – dijo con rabia el señor Tomás.
– ¿Y qué pasó con su padre?
– Se detuvo el camión y le dijeron a mi padre que tenían una bala guardada para él. Pero de momento se la guardarían.
– ¿Qué hizo su padre?
– Se fue corriendo a casa, hicieron las maletas y nos fuimos del pueblo.
–¿Y usted se acuerda de esto? – preguntó Ángel con mucho interés.
– ¡Claro que me acuerdo! Yo tendría unos 10 años.
– ¡Qué barbaridad! – sentenció Ángel.

Ángel le tuvo que insistir al señor Tomás que terminara el café con leche porque se les hacía tarde para ir al parque a estirar las piernas. Así era como él lo llamaba. Llegaron al parque cuando todavía había la suficiente luz como para poder hacer sus ejercicios. Andar agarrado a las barandillas, dar vueltas con los brazos a una especie de volante gigante y sentarse para dar más pedaladas que Bahamontes, así decía todos los días el señor Tomás.

Nada más terminar los ejercicios volvieron a casa del señor Tomás y la señora Bernarda. Una vez en el portal, tenían que dejar la silla abajo porque les tocaba subir andando al primer piso. Al llegar al rellano la señora Bernarda siempre estaba esperando con la puerta abierta.

– ¡Ánimo ese gladiador! ¿Qué tal se ha portado el jefe?
– Bien. Como siempre – contestó Ángel a la señora Bernarda.

La señora Bernarda había trabajado de profesora en el colegio público del barrio. También le conocía todo el mundo. A Ángel mismo le tuvo como alumno durante sus tres primeros años de E.G.B. Una vez dentro de casa los tres, llevó al señor Tomás a la sala. Así le podía dar el dinero que habían acordado para que le diera una vuelta al señor Tomás.

–¡Ten hijo! – le dijo la señora Bernarda.
– Gracias señora.
– Hoy te doy algo de propina para que te tomes algo.
– No hace falta señora Bernarda – contestó con rapidez.
– ¡Sí hijo! Hoy es viernes y seguro que has quedado con alguien para tomar algo y terminar bien la semana – contestó argumentando su acción.

Ángel cogió el dinero y la propina. Se fue al bar Pepe a terminar la dura semana, tal y como le había dicho la señora Bernarda.

Dedicado a mi abuelo y a mi padre.

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