Nos adentramos en el mes de agosto y entre todas las noticias de destinos de viaje masificados y degradados por el turismo basura, hay uno que parece ofrecer unas posibilidades realmente insólitas y que al menos en los últimos tiempos no aparece mucho en las recomendaciones de las agencias: les hablo de Venezuela.
En serio, estoy alucinando desde hace varias semanas con todas las posibilidades de ocio extravagantes que ofrece el país sudamericano. Se basan en un principio realmente extraño, pero que para algunos tiene un atractivo ineludible: jugar a experimentar lo que se siente siendo un perseguido, represaliado o preso político.
Sí, claro, esta aventura es mucho más llamativa para la gente que no ha doblado el lomo en todo el año, que se ha pasado los meses laborales contando billetes en un despacho mientras la filipina cuidaba a su prole, de la que ellos se olvidan, y que acudía a clases de zumba o a beber en el after después. Sí, esa capa de la sociedad que nunca sufre consecuencias por nada en los países europeos —ni las sufría en la Venezuela prechavista—, que están blindados ante cualquier perturbación por las leyes y el sistema social y económico, experimentan una curiosidad muy propia de los pocos rasgos humanos que les quedan por conocer lo que se siente cuando alguien te niega cualquier petición, o te pone la más mínima traba para desarrollar tu política o tus planes económicos.
Ya en su día, Albert Rivera, cuando a base de inyecciones económicas de varios bancos se convirtió en joven político emergente, abrió el camino para este extraño turismo, en un esperpéntico viaje en Venezuela donde exhibió lágrimas y repertorio cuñao —«Os van a cortar la electricidad, pero no os van a quitar la luz, porque vosotros sois la luz de Venezuela» llegó a decir— tras no haber pasado en el país más que tres días en los que no salió del circuito que la oposición escuálida venezolana le había diseñado. Pero sus diatribas a su vuelta y su aura de caudillo libertario cautivaron a la derecha.
Así que parte de la capa más alta de la sociedad, la que dirige el mundo y dirigía Venezuela hasta que les plantaron cara, la que precisamente suele costar derechos y libertades a los demás, como por ejemplo diez diputados del Partido Popular, han encontrado en el país caribeño un lugar donde experimentar la asombrosa sensación de que te nieguen la entrada en el aeropuerto por no haber cumplido los trámites necesarios para la acción que pretendieras realizar en el país. Sí, sí, ellos no han corrido el riesgo de ser devueltos a un país en guerra o acabar en una cárcel marroquí sin ninguna garantía, como muchas veces dicen que hay que hacer con los inmigrantes ilegales que pretendan entrar en su país, pero tuvieron que esperar en un aeropuerto a que los funcionarios venezolanos los devolvieran sanos y salvos a sus casas. Se hicieron fotos de perseguidos políticos y todo, tía. ¡Qué superguay! O sea, retenidos por la libertad, la democracia y esas cosas, colega. Cuando se lo contaran a Chuchi, Bosko y Fefe, seguro que fliparon.
Pero la diversión en el país sudamericano no acaba allí. A veces si uno tiene los apoyos adecuados puede jugar a decir que es el presidente legítimo de un país y creérselo, porque sus amiguitos del resto del mundo le dan la razón. Juan Guaidó fue el primero que probó esta extraña diversión y ahora la oposición en pleno ha cogido el gusto tras las últimas elecciones en el país sudamericano. Esto es muy divertido para gente como los habitantes del barrio de Salamanca de Madrid, porque les permite jugar al héroe demócrata desde la distancia. Claro, se lo contaron sus nuevos vecinos provenientes de Venezuela, como Enrique Capriles o Leopoldito Gólpez que llevaron tan lejos el juego que tuvieron problemas serios en su país natal. Total, por unos cuantos chavistas quemados vivos. El caso es que ahora Leopoldito, entre las útiles actividades que desarrolla en España, como violar la cuarentena en los tiempos de la pandemia de COVID o ser rostro de la estafa de las criptomonedas, también ha instruido a las élites autóctonas en este tipo de entretenimientos.
El caso es que en Venezuela uno puede llamar a que el ejército de golpes de estado, inventarse que ha ganado las elecciones sin presentar pruebas, o en el colmo de la desvergüenza, invirtiendo la carga de prueba y exigiendo a los ganadores que demuestren ellos su victoria, y después de una breve estancia en prisión, como pasó Leopoldito, puede ser rescatado por los poderes imperialistas americanos y raro será que no te dejen sano y salvo en una vivienda de lujo desde la cuál puedes convertir el hecho de insultar a Maduro en un negocio. Porque ¿alguien sabe a qué se ha dedicado, aparte de eso, este preso político de diseño desde que reside en España?
Ahora el negocio del turismo de pseudorebeldía está en auge en Venezuela, y es muy comentado en redes sociales y otras plataformas por autoridades morales y académicas como El Xhokas, Alejandro Sanz, Nacho Cano, etc.
De modo que no lo duden las Sonsoles, Jimenas, Borjamaris y Pocholos: el destino del verano para ellos, si buscan la aventura, está en Venezuela. Recuerden no llevar la documentación necesaria ni ropa para más de un día, porque eso es lo que durará su estancia. Y recuerden también cuidar este destino: mantengan todo como está, porque si algún día lo masifican y sus amigos venezolanos vuelven a dirigir el país, se les acabará esta experiencia tan emocionante.