Por un orgullo lesbiano

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Por Luisa Posada Kubissa. Profesora de Filosofía-Universidad Complutense de Madrid

El término “gay” se define en el diccionario como “Persona, especialmente un hombre, que siente atracción sexual hacia otra de su mismo sexo”. Su sinónimo es “homosexual” y, como adjetivo, describe “las características que se consideran propias de estas personas”. De entrada, pues, las lesbianas parecen excluidas del término y, con ello, también de su orgullo.

Nada que objetar a la celebración del orgullo en España. Es una alegría comprobar cómo se va consiguiendo romper con el autoritarismo moral y político que prescribía la heterosexualidad obligatoria como única forma admisible de relación sexual y amorosa. Sin duda la revuelta y la contestación a ese autoritarismo en un lugar donde, hasta no hace tanto, se pisoteaban los derechos de las personas con distintas orientaciones sexuales es algo por lo que felicitarse.

En España se ha logrado que ya no sea políticamente correcto, o al menos que no lo sea de manera mayoritaria, vejar y despreciar a nadie por su orientación sexual. Sin duda, habrá a quien le parezca que lo políticamente correcto resulta engorroso, pero nadie negará que, cuando llegamos a ello, es porque ya hay una importante conquista detrás. Políticamente correcto es, por ejemplo, utilizar un lenguaje inclusivo, porque el lenguaje tiene la importancia trascendental, entre otras cosas, de reflejar el imaginario colectivo.

Pero, si pedimos un lenguaje no discriminatorio, si pensamos que esto es políticamente correcto y que lo políticamente correcto es útil para disolver prejuicios, no parece que una suma de letras, que quiere representar a colectivos bien distintos como un todo homogéneo, pueda ser una expresión realmente inclusiva: me temo que el tan repetido conglomerado de siglas LGTBIQ+ vuelve a dejar fuera de hecho a las mujeres, esta vez a las mujeres lesbianas sin más.

Detrás de ese lenguaje de siglas a cualquiera se le impone la realidad de que las celebraciones del orgullo tienen una sobrerrepresentación masculina, en número y en visibilidad. Quizá parezca un dato poco grato de reconocer, pero lo cierto es que me temo que el orgullo “gay” y “trans” sigue soltando un tufillo patriarcal y jerárquico. Porque no sirve la consabida argumentación de que las lesbianas están menos dispuestas a visibilizarse: hablamos de una situación de desigualdad de partida que se corresponde con la situación de desigualdad estructural entre hombres y mujeres.

La falta de igualdad impide la visibilidad. La invisibilidad de las mujeres lesbianas está relacionada con su condición de mujeres. Por eso no cabe comprender la reivindicación lesbiana sin la reivindicación feminista, no cabe entender la libertad sexual para las mujeres sin la igualdad de estas. El orgullo lesbiano va de la mano del orgullo feminista: sólo así una orientación sexual se convierte en una opción política con un horizonte emancipatorio.

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