El patriarcado habita entre nosotras

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Por Bloque Abolicionista d’Asturies

El feminismo molesta a cada paso que da. Algunas de nuestras compañeras nos han trasladado, con preocupación, que ciertos colectivos afines al movimiento feminista asturiano y participantes de la manifestación por el Día Internacional de la Mujer de este año en Langreo, han encontrado poco respetuosas algunas de las consignas gritadas por las mujeres que formamos el Bloque Abolicionista. Mujeres que salimos a la calle este día para reivindicar nuestros derechos y también para denunciar la vulneración de éstos y la violencia que sufrimos día tras día, solo por el hecho de ser mujeres. Muchas de nosotras aprovechamos este día para gritar a los cuatro vientos lo que tenemos que callar el resto del año precisamente por miedo a las consecuencias, en muchas ocasiones, de exponer nuestra realidad, llamar a las cosas por su nombre e interpelar a nuestros agresores. Pero se nos ha dicho que nuestras consignas son irrespetuosas e hirientes para algunos integrantes de la manifestación.

Como respuesta a estas críticas, el Bloque Abolicionista d’Asturies quiere compartir su postura.

Antes de nada, podemos mirar atrás y comprobar cómo la historia feminista está plagada de denuncias contra esa supuesta izquierda aliada de las mujeres. Solo por citar algunos ejemplos, tal vez la primera escisión y origen del movimiento feminista como espacio de lucha exclusiva para las mujeres tenga lugar en la Revolución Francesa, donde los hombres traicionaron a las mujeres de su propia clase al excluirlas de su famosa Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, llevando a las mujeres a organizarse por su cuenta y presentar La Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana de Olympe de Gouges. Años más tarde, encontramos a Alexandra Kollontai enfrentándose a sus camaradas, quienes negaban la necesidad de una lucha específica para las mujeres y defendían que la emancipación de la mujer llegaría con el triunfo de la revolución. En el anarcosindicalismo también tuvo que crearse una sección femenina debido al sesgo patriarcal y al machismo de los hombres de su movimiento: Todos esos compañeros, por muy radicales que sean en los cafés, en los sindicatos e incluso en los grupos de afinidad, parecen dejar caer sus disfraces de amantes de la liberación femenina a las puertas de sus casas. Dentro, se comportan con sus compañeras como vulgares maridos» (Lola Iturbe, Mujeres Libres). Las feministas radicales de los años 70 hicieron lo propio con sus compañeros de izquierda (Robin Morgan, Adiós a todo eso), cuando comprendieron que la revolución sexual había sido un fraude y que el feminismo sólo les interesaba siempre y cuando no desafiara la jerarquía sexual. En todos los movimientos de izquierda las mujeres han llegado a la conclusión de que necesitan un espacio propio desde el que denunciar la violencia que sufrimos, incluso a manos de quienes dicen defender nuestros intereses, sin miedo a ser silenciadas, expulsadas ni tachadas de mentirosas, y ese espacio es el Feminismo. Nuestras compañeras son nuestras hermanas. Nuestra lucha es un grito común, el eco de una realidad que nos atraviesa a todas. Ningún colectivo mixto será nunca un espacio totalmente seguro para las mujeres.

Para continuar, no por obvio deja de ser necesario repetir hasta la saciedad que el Feminismo es la lucha de las mujeres contra el sistema patriarcal, y decimos lucha porque hablamos de una guerra, literal, contra las mujeres. Nuestra lucha es nuestra defensa y usamos las palabras como hacha y escudo. La descripción de la realidad y nuestros argumentos son tan potentes, tan demoledores, tan aplastantes, que muchos hombres sienten cómo su sistema de privilegios se tambalea al ser puestos en evidencia. Entonces, a nuestra lucha le llaman violencia. Aparecen críticas hacia las formas (no estamos contentas, sonrientes ni complacientes), nos acusan de irrespetuosas (no respetamos las normas patriarcales y nos mostramos ofensivas hacia sus dogmas) y herimos sensibilidades (el orgullo macho se siente atacado). No nos vamos a esconder ni a justificar: esa es nuestra intención. Pero cuando se nos acusa de irrespetuosas o hirientes contra nuestros opresores, se le está dando la vuelta a la tortilla llamando violencia a la defensa. O dicho de otra forma, se manipula la realidad, haciendo pasar por víctimas a los victimarios.

A todo esto debemos unir que, por alguna razón que se nos escapa a las feministas, hay quienes establecen una relación entre el machismo y la derecha de forma que la izquierda parece inmune y libre de sospecha de reproducir y asimilar el sistema patriarcal. De ahí lo «hiriente» de Comunistas y fachas, todos maltratan. De hecho, Comunistas y fascistas: todos machistas, fue otro de los cánticos considerados una falta de respeto contra otros colectivos que pertenecen al movimiento feminista de Asturies. De nuevo, las feministas cargamos con datos, historia y argumentos que evidencian la realidad. Todas conocemos algún -varios, de hecho- comunista impecable, comprometido con los valores de la izquierda, valiente militante, antirracista, anticapitalista, antifascista, y por supuesto «aliado feminista», que terminó destrozándole la vida a su pareja maltratándola física y psicológicamente. Estos casos suelen ser no solo complejos de denunciar legalmente, como todos, sino también públicamente, ya que la sombra de la duda sobre la víctima se multiplica exponencialmente cuando el agresor es un reconocido compañero entre movimientos políticos supuestamente afines al feminismo, de donde salen acérrimos defensores de la integridad y la honorabilidad del agresor. Es por esto que las mujeres, dentro de los colectivos o movimientos de izquierda no radicalmente feministas o en espacios compartidos con otros hombres, nos quedamos solas y sin apoyos a la hora de denunciar a nuestros agresores, porque ya se sabe: entre bomberos no se pisan la manguera.

Lo mismo ocurre cuando el feminismo pone el foco en las instituciones patriarcales aún en vigor como la prostitución o la pornografía, ambas al servicio del deseo masculino, y que reúne a hombres de toda ideología, en algunos casos incluso contrarias. Otra consigna que molesta: PSOE y PP se dan la mano en el burdel.

El patriarcado está por encima de todas las ideologías, movimientos y fronteras, ya que responde a los intereses de una sola clase social, la de los hombres. La razón misma de que exista el feminismo está en la necesidad de un movimiento propio debido a la resistencia de los hombres a priorizar nuestros intereses, porque (spoiler) sus intereses y los nuestros son contrarios bajo el sistema patriarcal. Por eso, reclamar un movimiento de clase para las mujeres donde nos unimos todas bajo el único criterio de pertenecer a la clase sexual dominada y cuyo único requisito de pertenencia es haber nacido hembra de la especie humana, también levanta ampollas entre quienes se adhieren a las normas patriarcales. Por ello también, hubo quien se escandalizó ante El 8M no tiene pene.

En suma, parece ser que es el feminismo lo que molesta en el 8M, por eso quizá deberíamos plantearnos que, si las mujeres no podemos expresarnos con libertad en nuestra propia manifestación debido a la frágil sensibilidad de los hombres pertenecientes a otros colectivos, tal vez los hombres no deberían formar parte de nuestro movimiento. Y aquí nos remitimos a otras de nuestras consignas gritadas en la mani, como Fuera machos de nuestros espacios, y Hasta los ovarios de tantos cojones.

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