Por Karina Castelao
Hace 30 años se estrenó «Acoso», una película protagonizada por Michael Douglas y Demi Moore y dirigida por Barry Levinson.
Allá por el año 1994 la turbulencia liberal devoraba la sociedad y el feminismo no iba a ser ajeno a ello. El film, para quien no lo haya visto, narra la historia de un acoso laboral en el que un superior si encapricha sexualmente de un subordinado y le hace la vida imposible ante la negativa de éste a acceder a sus requerimientos sexuales, llegando incluso a causar su despido. Hasta ahí nada nuevo. Solo que, lo que podía haber sido un alegato contra la situación de violencia machista que se da habitualmente en entornos donde es muy marcada la jerarquía sexual, como es el entorno laboral, se convierte en una historia rocambolesca al plantear que el superior acosador sea una mujer ejecutiva fuerte e independiente y la víctima acosada un amantísimo padre de familia a quién la primera le arrebata un ascenso en la empresa.
Lógicamente, la película fue un éxito de recaudación, impulsado principalmente por el atractivo y popularidad de los actores protagonistas, pero un estrepitoso fracaso de crítica debido en gran parte a la inverosimilitud de su trama. Porque cualquier mujer sabe que lo peor que le puede pasar en un trabajo es que su jefe se encapriche de ella, pero que lo contrario no pasa.
El feminismo liberal, apoyado en personajes como la Meredith Johnson de «Acoso», instauró en el imaginario popular cuatro falsas creencias.
Una, que el patriarcado caerá cuando haya mujeres ocupando lugares tradicionalmente atribuidos a los hombres.
Otra, que cuando las mujeres acceden a los altos cargos laborales reproducen los comportamientos masculinos.
En tercer lugar, que con constancia, trabajo y talento una mujer puede arrebatarle un buen puesto de trabajo a un hombre.
Y, por último, que las condiciones laborales de los hombres y de las mujeres son más o menos equiparables.
El Día de la Mujer Trabajadora surgió por una necesidad.
Todas sabemos como eran las condiciones de trabajo durante la Revolución Industrial: altamente valoradas en la industria textil por sus habilidades, las mujeres trabajaban jornadas de más de 14 horas, iguales a las de los hombres, pero por menos de la mitad del salario y expuestas a productos químicos que les destrozaban los pulmones, sin condiciones de salubridad, ni bajas por partos o enfermedades derivadas. Todo ello, mientras realizaban los trabajos domésticos y parían hijos por docenas, vivos o muertos. A todo esto hay que añadir el trabajo infantil a partir de los 5 años por las mismas horas que los adultos y con salarios de miseria.
El 8 de marzo de 1857 cientos de mujeres de la fábrica de textiles Cotton de Nueva York salieron a la calle para protestar por las pésimas condiciones laborales que tenían que soportar.
Pedían cosas tan inauditas como horarios laborales razonables que les permitieran realizar las tareas de la casa y poder dormir, cobrar lo mismo que los hombres por el mismo trabajo, tiempo para amamantar sus bebés y el fin del trabajo infantil. Aquella manifestación acabó mal, con la policía dispersando la protesta y 120 de las mujeres que decidieron chillar por su derechos, muertas por la represión policial. Aun así, las trabajadoras no se dejaron amedrentar y continuaron las protestas desde ese histórico 8 de marzo. Y dos años más tarde fundaron su primer sindicato.
En el año 1909, se celebró por vez primera un día nacional de la mujer, siendo este declarado el 28 de febrero por el Partido Socialista de EEUU. La fecha sirvió de escenario para numerosas protestas bajo lo lema «Pan y Rosas», en el que el pan simbolizaba la seguridad económica y las rosas a calidad de vida para las mujeres.
«Mientras vamos marchando, traemos días mejores
nuestra lucha de mujeres es por la humanidad.
Basta ya que diez trabajen para uno que descansa,
sí a las glorias de la vida,
pan y rosas
y pan y rosas.»
El año siguiente, en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida en Copenhague, se reiteró la demanda de sufragio universal para todas las mujeres y a propuesta de Clara Zetkin, se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.
La reivindicación de un Día de la Mujer vivió su bautizo de sangre el 25 de marzo de 1911, también en Nueva York.
La fábrica de camisas Triangle Shirtwaist ardió en la madrugada con cientos de mujeres que trabajaban en el interior de aquel edificio de diez plantas y que no pudieron escapar de las llamas porque los propietarios habían bloqueado todos los accesos para evitar los robos. La dramática escena en el corazón de Manhattan que cobró la vida de 146 mujeres y 23 hombres, conmocionó a la opinión pública. La mayor parte de las víctimas eran chicas inmigrantes, de origen judío e italiano, que trabajaban precariamente en el taller textil de la firma de camisas.
La tragedia, que coincidió con las habituales protestas llevadas a cabo año tras año en el mes de marzo, sirvió para que las leyes estadounidenses comenzaran a aplicar mejoras en la seguridad en el trabajo del sector industrial. El incendio de la fábrica valió, además, de punto de inicio para la causa de las mujeres trabajadoras y del internacionalismo obrero en todo el mundo. El sindicato Women’s Trade Union League y el International Ladies’ Garment Workers Union organizaron muchas de las protestas, entre las que destacó el desfile funerario silencioso que reunió a una multitud de 100.000 personas.
No obstante, hubo que esperar hasta 1977 para que la Organización de las Naciones Unidas convirtiera la jornada de 8 de marzo en el Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional, «para conmemorar la lucha histórica por mejorar la vida de la mujer».(Y.C. El comercio)
Más de siglo y medio después, el Día Internacional de la Mujer Trabajadoras es un día de lucha por mejorar las condiciones de vida de las mujeres que trabajan, que, curiosamente, son todas, asalariadas o no.
Es el día de pedir el aumento de las bajas por maternidad; de que no se produzcan despidos o la no renovación y cancelación de contratos laborales por embarazo; de que estar en edad fértil no sea un handicap laboral exclusivamente para las mujeres; de que una jornada maternal no suponga pérdida de poder adquisitivo o de oportunidades profesionales; de que se persiga lo acoso sexual en el trabajo con la misma dureza que el robo; de que no exista brecha salarial ni techo de cristal; de que se considere a las mujeres por su talento y capacidades, no por su sexo; de que los estándares de comfort en los puestos de trabajo no sean medidos y establecidos por el patrón “hombre”; de que no se permita que las bajas por paternidad sean empleadas para otra cosa que no sea el cuidado de los hijos o el trabajo doméstico; de que no se «criminalice» la dedicación profesional de una mujer a la hora de no concederle la custodia de sus hijos; de que se revaloricen económica y socialmente las profesiones altamente feminizadas, de que se favorezca la conciliación real; de que acabe la doble jornada de las mujeres… en resumen, de que la mujer deje de ser el elemento secundario en el mundo laboral exactamente igual que en el resto de los aspectos de la vida, y que ello se logre mediante la consecución de la equidad entre sexos, que no igualdad.
No hay mujeres ejecutivas que les quiten puestos de trabajo a los hombres gracias a su valía profesional y que después se encaprichen con ellos sexualmente. Por no haber, no hay puesto de trabajo que en igualdad de condiciones se le dé a una mujer en detrimento de un hombre, a no ser que sea por medio de alguna política de discriminación positiva o por un acto de nepotismo.
El Día Internacional de la Mujer Trabajadora no fue nunca un día de reivindicación obrera sin más como si una parte del proletariado, casualmente la de sexo femenino, decidiera caprichosamente salir a luchar por mejoras laborales por su cuenta.
El Día Internacional de la Mujer Trabajadora fue siempre un día de lucha FEMINISTA. Porque cualquier opresión que sufre una persona, si es mujer, es peor. Y porque la interseccionalidad es eso: ver que en las mujeres siempre es más “el todo” que la suma de las partes.
Como dijo Ruth Bader Ginsburg: «No pido ningún favor para mi sexo. Todo lo que le pido a nuestros hermanos es que nos quiten los pies del cuello».
Así que, liberales, comumachos y posmodernos, menos «Acoso» y más «Sufragistas».