Todo mal

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Es realmente curioso lo agotador que es ser mujer y por qué nos preocupa tanto hacer bien esto de la mujeración, si total vamos a fallar siempre y a tener la culpa de todo.

Desde Eva hasta Yoko Ono hay una lista infinita de mujeres que no han sido lo suficientemente sumisas, ni lo bastante atractivas, que han parido hijos muertos o, lo que es peor, hijas; que han quemado la cena de sus maridos, que tenían demasiada afición al sexo o demasiado poca; que eran muy calladas o hablaban de más; que eran unas igorantes o pretendían, las muy asquerosas, ser más inteligentes que los hombres; que se murieron antes de tiempo y dejaron al pobre marido solo. 

Ser hombre es ir por la vida con la flor de la masculinidad clavada en el culo. Si estudian bien y si no, también; si se emborrachan y se meten en peleas, es que es lo que hacen los hombres; con agitar un poco la polla ya son los mejores amantes del mundo; no saben ni en qué curso están sus hijos pero les compraron un helado una tarde y son los mejores padres; leen cuatro pies de foto en un periódico y son expertos en medicina, deporte, ciencia, política… y lo que se tercie. 

Nosotras no, nosotras hacemos todo mal y encima somos unas desagradecidas. Ellos, después de diez mil años aguantándonos, en algunos países del mundo como este nos han concedido graciosamente la igualdad. Nos dejan votar, estudiar, trabajar, manejar nuestro dinero, divorciarnos… sobre el papel vivimos en Jauja y resulta que ¡somos unas desagradecidas que seguimos dando la murga con el feminismo!

Joder, es que no tenemos límites y nuestros lloriqueos por el centenar de mujeres asesinadas cada año, por las mil violaciones anuales, por las maltratadas, por las prostituidas, ¡les distraen de lo importante!. Unos meses en Afganistán y aprenderíamos a apreciar lo que sus graciosas majestades han tenido a bien concedernos. Tendríamos que aprender de ellos, que pasan temporadas en Bangladesh y Somalia para curtirse. 

Es tan evidente nuestra ineptitud, que han tenido que tomar cartas en el asunto: ahora los hombres no son solo el estándar de la humanidad, ahora son el estándar de las mujeres. No sé muy bien cómo funciona porque como mujer que soy no ando muy espabilada, pero creo que a más pelos en los huevos mejor mujer, o algo así. Y por si no nos había quedado clara su enorme generosidad para con nosotras, ahora que son las auténticas y mejores mujeres, nos van a enseñar lo que es el feminismo y cómo hacerlo bien. Para eso tienen que liderarlo, obviamente, y luego tienen que conseguir que nos entre en nuestras locas cabecitas que el feminismo bueno, el de verdad, es el que prioriza todo antes que a las mujeres, pero sobre todo y por encima de todo a los hombres y sus fetichismos sexuales y necesidades reproductivas. Teníamos un fallo tan enorme de base en el feminismo y no nos dábamos cuenta, claro, porque lo hacemos todo mal y han tenido que venir ellos a enseñarnos. Los hombres son lo más importante en el feminismo y nosotras a callar que si no metemos la pata. Por eso este 8 de marzo van a darnos una auténtica lección (y gratis) gritando en primera fila contra las malas mujeres que les quieren quitar su derecho al sexo, a los hijos, a tocarse los huevos y a ser los amos de la creación. Si no me creéis ved los carteles de las marchas de muchas ciudades de este país: fregonas, diosas desnudas cuidando de los hijos, paraguas proxenetas para acogerlos a ellos… Qué afortunadas somos las que tenemos siempre cerca un hombre que, en el momento oportuno, nos dice un educadísimo “es que yo no comparto tu feminismo”. Porque, como el ideal de hombre (y de mujer) que es podía limitarse a darnos con una banqueta en la cabeza a ver si así espabilamos de una vez, pero no, con una pedagogía sin límites se dedican a explicarnos lo que es el feminismo de verdad. ¿Que alguna vez se les escapa un zorra? Bueno, ya nos han explicado hasta la saciedad que ahora eso es empoderante para nosotras, ¿qué más queremos?

Pues ya me diréis qué queréis vosotras, compañeras, pero yo soy la feminista que soñaba con un bidón de gasolina y una cerilla, y unas tijeras de podar desafiladas y, cómo no, con una buena licuadora

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