El corto camino entre el símbolo y la realidad

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Por Reis A. Peláez

Cuando nos hablan de violencia patriarcal simbólica seguro que muchas de nosotras pensamos en ese simbolismo icónico que nos mortifica a lo largo de la historia y recordamos, por ejemplo, aquella horrible publicidad de Dolce & Gabbana que reproducía una violación grupal. Sin embargo, existe un complejísimo sistema de símbolos que fija y une todas nuestras relaciones sociales: el lenguaje verbal, del que nos acordamos poco al hablar de violencia simbólica. Y esto ocurre porque, cuando la relación entre el símbolo y su realidad se hace opaca o, como se dice técnicamente, es arbitraria, la violencia ejercida puede llegar a ser mucho más sutil y se hace hasta difícil de afear cuando es institucional o sistémica. Cada vez que el poder meta sus sucias manos en el lenguaje deberíamos recordar la neolengua de 1984, de George Orwell, como mantra imprescindible para no perder la perspectiva. No digamos cuando este tipo de violencia se ejerce de forma intestina en nuestra propia lucha.

De todos los envites lingüísticos que el patriarcado lanza continuamente contra el feminismo, como obliga el calendario, hablemos del idus de marzo verbal que nos atañe y empecemos haciéndolo con la cabeza vuelta a la senda ya recorrida. En lo más álgido de la guerra fría, las feministas del bloque capitalista recogían el testigo de Clara Zetkin y buscaban instaurar ese día de la mujer trabajadora que ella reclamaba para reivindicar los derechos de lo que Flora Tristán explicó que era la clase más oprimida que el obrero: la mujer del obrero. El capitalismo, sistema de estrategias dignas de la mejor ajedrecista, despliega otra más de sus jugadas maestras y, usando como instrumento la UNESCO, decide instaurar como día internacional el día que se celebraba en gran parte del bloque comunista, el día 8 de marzo (en nuestro calendario, finales de febrero en el calendario juliano de la Rusia de entonces), en memoria de aquellas mujeres que protagonizaron una protesta contra la guerra dentro de lo que sería el principio del fin del zarismo allá por 1917. Se pretende con esta maniobra evitar que en el llamado Occidente las feministas salieran a la calle ese mismo día reclamando derechos que tenían las mujeres del mundo comunista, en una época en que los movimientos sociales se multiplicaban contra un poder que tenía inmersa a la población en una guerra que rechazaban y unas recesiones económicas que no se conocían desde hacía décadas. Por supuesto, también se le quita a la jornada el apellido de trabajadora que recordaba demasiado los tintes socialistas que tenía la propia reivindicación. Se cargaba con un único disparo, cualquier posibilidad de hermanamiento entre las mujeres de ambos bandos de la guerra fría y el reconocimiento que habían traído las radicales de la necesidad de incluir en la lucha las demás opresiones de las mujeres desde un punto de vista feminista. 

Pero detengámonos brevemente en el punto del recorrido que introduce el concepto de “mujer trabajadora” y analicemos qué referencias tiene esta frase. 

En primer lugar, para poder adoptar un punto de vista limpio y panorámico es imprescindible entender varias premisas: que la mujer trabajadora es la mujer de la clase trabajadora; que la clase trabajadora engloba a las personas que no son propietarias de los medios de producción (no un grupo de personas con un poder adquisitivo ínfimo); que el feminismo es internacionalista, con lo cual, cuando hablamos de clase trabajadora nos referimos a todo el mundo, no solo a esta burbuja de cristal biselado en la que se mantienen muchas ideólogas y muchos opinólogos; que estas mujeres representamos un altísimo porcentaje de las mujeres de la humanidad, posiblemente, más del 90%; que nuestras condiciones son mucho peores que las de nuestros homólogos varones y, finalmente, que nuestro trabajo esclavo es el que sostiene todo el sistema y sin él, esto se desmorona. 

Con este análisis, es fácil ver que intentar recuperar el nombre de Día Internacional de la Mujer Trabajadora como reconocimiento de lucha de la mujer de la clase trabajadora, que no es necesariamente mujer asalariada, ya que las mujeres aún hoy apenas están incorporadas al mundo del trabajo remunerado, no es redundar ni negar que todas las mujeres somos trabajadoras, sea este trabajo pagado o no, sino que es recordarles a los movimientos de lucha obrera que llevan siglos olvidándose de la opresión que sostiene todas las demás: la opresión por sexo. Tampoco se niega con esta pretensión que todas las mujeres son sujeto político del feminismo, pertenezcan o no a la clase trabajadora, sino que se pone el foco en dónde está la raíz de milenios de desigualdades y opresiones y se recuerda que hace más de medio siglo que ya no tiene sentido el viejo y casposo argumento de que el feminismo es blanco, burgués y europeo, falacia que ya empieza a parecer un unicornio malvado de tan insignificante por no decir inexistente. El día de la Mujer Trabajadora es el reclamo de un espacio que no tenemos el 1 de mayo, con lo cual, eliminar el adjetivo trabajadora es robarnos también este otro espacio y dejarnos nuevamente en la casilla de salida en el tablero de las luchas sociales.

Las que quieran un día que nos devuelva a hace más de medio siglo, cuando el feminismo aún no había cuestionado el sangrante olvido del movimiento obrero de la opresión por razón de sexo, un día que represente el feminismo que no cuestionó una conferencia internacional de la mujer en México en 1975 a la que acudió, por decir una, Imelda Marcos en representación de Filipinas… pueden buscar otro día, pero el 8 de Marzo es el día Internacional de la Mujer Trabajadora, con todo lo que ello implica.

Cinco décadas después de esta victoria del Capital contra el feminismo, nos enfadamos porque en muchos lugares el 8 de marzo se felicite a las mujeres e incluso se les regale flores, como si fuera el día de la madre católica. A nadie se le ocurriría regalarle bombones a su novia por el “Día Internacional de la Mujer Trabajadora”, pero parece muy lícito hacerlo el día de la mujer, en un sistema cuya herramienta de opresión es el género, lo que ocasiona que a las mujeres se nos asocie un entramado de estereotipos que nada tienen que ver con nuestra guerra por la igualdad. La palabra mujer el patriarcado la carga con nuestra propia opresión siempre que puede, solo hay que escuchar algunas declaraciones de alguna que otra ex ministra…

No es de extrañar que en estos aciagos tiempos que nos toca vivir, cuando la globalización nos sumerge en el momento histórico del capitalismo más extremo (soñemos con que sea el inicio de sus propios estertores), ya no baste con que deje de llamarse Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que ponía en el centro la mujer de la clase trabajadora, y pase a denominarse Día Internacional de la Mujer, sino que ahora se pretende llamar Día Internacional de las Mujeres, convirtiéndonos, así, en una suma de individualidades, a la que ninguna relación le quede ya con su carácter de lucha colectiva. Y, como remate final, no olvidemos que en muchas partes del mundo ya empieza a ser un día festivo, para que sea más fácil invitar a la mujer, novia, madre… a festejar su día. 

Pretende el sistema hacer con el 8 de marzo lo mismo que hizo con el 1 de mayo: despojar de cualquier base revolucionaria el propio día y, por extensión, todo el movimiento.

Mientras el Día Internacional de las Mujeres se empaña de bailes, tacones, corsés, música electrónica y demás circos que celebran nuestras opresiones, hay una resistencia feminista que cada vez con más fuerza, sale a la calle, cada 8 de marzo, reivindicando el “Día Internacional de la Mujer Trabajadora”. Búscanos y únete. 

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