Viudas trans: maltratadas sin maltratador

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Por Karina Castelao

Lo que nunca iba a pasar está pasando.
Y en una frecuencia y cantidad que ya dista mucho de poder considerarse casos aislados por mucho que los medios y tertulianos afines al gobierno lo repitan machaconamente cada vez que ocurre (¿se ha entendido la paradoja?)

La persona de la izquierda de la fotografía que ilustra este artículo es Gaby Tuft, anteriormente Gabriel Allan «Gabe» Tuft, luchador profesional retirado estadounidense, conocido por su paso por la empresa WWE bajo el nombre de Tyler Reks. A lo largo de su carrera, consiguió en una ocasión el Campeonato Peso Pesado de Florida de la FCW y el Campeonato en Parejas de Florida de la FCW junto al luchador Johnny Curtis.

Gaby, a sus 42 años, se descubrió como «mujer transgénero” porque en la infancia le gustaba vestirse con la ropa de su madre. Tiene una envergadura de 1,96 m. de estatura y 114 kilos de peso. La persona de la derecha es Priscilla Tuft, su esposa durante 18 años y de la que está divorciado desde 2021, un año después de haber comenzado la “transición”. La causa de la separación fue la falta de atracción sexual de Priscilla hacia Gaby, algo que a éste le costó aceptar pero que finalmente aceptó. Hoy son «grandes amigas». Tienen una hija adolescente.

Llevo mucho tiempo demorando escribir sobre las “viudas trans”, como ellas gustan llamarse. Pero es que, sinceramente, no me apetecía hacerlo motivada principalmente por la razón de que es un asunto sobre el que nadie habla y sobre el que casi no hay información.

Sin embargo, y después de lo ocurrido estas dos últimas semanas en las que han salido como setas excepciones de las anteriormente citadas en forma de miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado recién registrados como mujer, sin cambio físico ni de aspecto alguno, incluso ni de nombre, todos ellos lesbianas y solicitantes de su derecho a cambiarse en los vestuarios de sus compañeras, y sobre todo, el caso de los tres maltratadores coruñeses, reconvertidos oportunamente mujer y a los que no se puede juzgar bajo la Ley Integral de Violencia de Género (LIVDG) porque su delito es ya Violencia Intrafamiliar o Doméstica, me he visto en la obligación de abordar el tema intentando de paso hacer un ejercicio pedagógico.

Por poneros en contexto, el periódico El Ideal Gallego recoge la semana pasada la noticia de que un maltratador reincidente no puede ser juzgado por Violencia de Género tras haberse cambiado el sexo registral gracias a la Ley Trans. Obviamente, no ha cambiado ni el nombre ni el aspecto y deduzco que es lesbiana ya que la maltratada es una mujer. Sus penas son menores y tanto la víctima como sus hijos no tienen derecho a las medidas de apoyo y protección previstos en la LIVDG.

Según afirma el periódico, son ya tres los casos, solo en A Coruña, de maltratadores reincidentes que no pueden ser juzgados en un juzgado de Violencia contra la Mujer porque se han cambiado el sexo registral para evitarlo. La noticia recoge las declaraciones de las fuentes consultadas quienes dicen que si el delito se ha cometido una vez consumado el cambio de sexo, entonces no se puede aplicar la LIVDG (recordemos que son maltratadores reincidentes) y el mencionado juzgado se ha de inhibir derivándose el caso a un juzgado ordinario. “Sabemos que es una burla pero no podemos hacer nada. No es posible dictaminar un fraude de ley. No se le puede exigir ninguna prueba”.

Yo, que soy de Coruña, también consulté a mis “fuentes”. Y lo que averigüe se resume en dos cosas: que la noticia es totalmente cierta y que hay un secretismo total sobre el asunto. Aun así, lo que está claro es que estos tres individuos, como seguramente la soldado Francisco Javier de quien también se rumorea que puede estar en una situación similar, son unos delincuentes que no han dudado ni un segundo en utilizar los agujeros legales de una injusta ley en forma dolosa aunque indemostrablemente fraudulenta.

La noticia de los tres maltratadores que se van a ver beneficiados por la actual Ley Trans (recordemos que, por ejemplo, la suspensión de las visitas a los maltratadores de sus hijos es otra de las consecuencias de la LIVDG y que tiene como principal finalidad evitar los asesinatos de los hijos por violencia vicaria) me trae a la memoria un caso similar ocurrido hace dos años en Cataluña donde una mujer de 63 años se quedó sin el amparo de la LIVDG porque su ex pareja, con la que llevaba conviviendo desde 2011, se había cambiado de sexo registral. Los golpes, insultos y agresiones que denunció el 15 de agosto de 2022 se tramitaron como violencia doméstica. Esta mujer no tiene acceso a una orden de alejamiento porque, a ojos de la Justicia, “el conflicto que asegura sufrir es el mismo que pueda darse, por ejemplo, entre hermanos mal avenidos” y está condenada a cohabitar con su maltratador porque su pensión no contributiva no le permite escapar de él.

Sin embargo, este caso no es exactamente igual que el de A Coruña porque el cambio de sexo registral de este hombre se realizó al amparo de la anterior Ley Trans. Es decir, como contó en aquel momento el verificador de RTVE, la «transición» y el cambio en el registro no tenía con finalidad eludir una condena por Violencia de Género, sino que, al contrario, el episodio de violencia fue consecuencia de la «transición». «Quería ponerse ropa interior femenina en momentos íntimos. Pensé que podía ser fetichismo pero después me decía que se sentía mujer y me pidió permiso para hormonarse. Le dije que si él quería ese camino, yo le acompañaría pero como amiga, nunca como pareja», recordaba la víctima en una entrevista en el periódico El Mundo. Su pareja no lo encajó. Comenzaron las vejaciones y los abusos sexuales hasta que el 15 de agosto «Después de decirme ‘a callar, coño’, empezó a darme empujones, golpes, me intentó quitar el móvil. Yo tenía sangre y arañazos».

Conocedora de la existencia de un protocolo VIOGEN, la víctima fue al hospital para hacer un parte de lesiones y poder así denunciarle. Sin embargo, los Mossos d’Esquadra no pudieron cursar la denuncia al advertir que su pareja había rematado el proceso de cambio de sexo en el registro cinco meses antes, en marzo, tras presentar el correspondiente peritaje psicológico que acreditaba que llevaba dos años con la intención de modificar su «sexo» y con los informes que demostraban que estaba hormonándose. Lo hizo sin informar a nadie y mucho menos a su pareja. Es decir, que la principal diferencia entre este suceso y el de la Coruña son un informe psicológico lleno de clichés sexistas, dos años de inyecciones de estrógenos y presumiblemente, un detonante de la violencia distinto.

Hagamos un ejercicio de imaginación.
Imaginemos que llevamos casadas igual 10 o 15 años con un hombre al que amábamos y creíamos conocer y con el que tenemos 2 o 3 niños.

Imaginemos que un día este hombre, sobrepasados los 40 y con toda una vida de socialización y logros masculinos, nos dice que es una mujer y que ya no aguanta más sin vivir como tal.

Imaginemos entonces que comienza a hormonarse y nos exige mediante chantajes emocionales que le validemos sus fetiches de tratarlo en femenino, hacer con él «cosas de chicas», llamarlo “esposa” y hasta obliga a nuestros hijos menores que le llamen “mamá”.

Imaginemos que cualquier reparo por nuestra parte a formar parte de sus delirios es ninguneada por él hasta llegar al punto de intentar hacernos creer que los motivos de nuestras quejas no son válidos ni reales.
Imaginemos también que sus prácticas sexuales incluyen «performances» y fantasías en las que no queremos participar y que eso él no lo acepta.

Imaginemos que se pone violento.

Imaginemos que nos quedamos sin cobertura legal.

Imaginemos que estamos solas en esto… y además somos las malas.

Relata Nuria Salagre en un artículo la amarga experiencia de una de estas viudas trans. “Muchas viudas trans cuentan cómo fueron obligadas a participar en actividades sexuales que no son de interés alguno para una mujer heterosexual que ha contraído matrimonio con un hombre”, lo que puede desembocar si se niegan en situaciones de maltrato como el ocurrido en el caso de Cataluña citado anteriormente.

“A las viudas trans se las manipula y se les hace “luz de gas” para que pensemos que nuestra interpretación de la realidad es incorrecta, defectuosa, y para que creamos que si pudiéramos ajustar nuestra visión del mundo y de nosotras mismas, podríamos tener un futuro feliz.” Es decir, las viudas trans son víctimas de maltrato psicológico en forma de gasligth al forzarlas a aceptar modificaciones en la realidad que han vivido, como la de que los hombres con los que se han casado nunca han existido, o incluso, intentando convencerlas o convenciendo a los hijos de que quienes siempre ha sido sus padre ahora también es su madre.

“La realidad es que para la mujer es una pérdida total de la capacidad para tomar decisiones, hasta el punto de que algunas viudas trans heterosexuales que se quedan con sus maridos terminan declarándose “lesbianas. Más bien son coaccionadas a declararse “lesbianas” como parte del fetiche autoginefílico de sus “esposas noveles”.

“Es difícil para cualquier mujer que está en una relación con un hombre abusivo irse, pero las viudas trans se encuentran en la posición única en la que grandes partes de la sociedad celebran los mecanismos de su opresión como evidencia de que su esposo es impresionante y valiente, y esperan que compartan la celebración de esa opresión en lugar de escapar de ella.” O lo que es lo mismo, mientras buscan la liberación de los roles estereotipos y mandatos de género, las viudas trans ven que los clichés y obligaciones que a ellas les son impuestos son lo que hace realizarse a sus maridos como mujeres.

Porque a la desgracia de ser víctimas ignoradas de maltrato psicológico y, como hemos visto incluso, de maltrato físico, hay que unir que a las viudas trans se la “expulsa” del feminismo institucional en países como Canadá o EEUU para hacer sitio a sus maridos convertidos ahora en mujeres valientes y luchadoras. De manera que estas auténticas viudas de vivos ya no pueden acudir a entornos feministas a denunciar y buscar refugio en situaciones de violencia machista y se ven abocadas al total desamparo.

Así que sí: las viudas trans son las parias del feminismo mainstream porque ahora la situación de opresión por ser mujeres de sus maridos, unida a la de discriminación por ser trans y a veces lesbianas, las deja necesariamente fuera.

Sinceramente, no sé qué es más trágico, si que tu marido, maltratador reincidente, se cambie de sexo registral para poder seguir maltratándote con mayor impunidad, o que tu marido se cambie de sexo registral, te presione para formar parte de sus fantasías autoginefílicas, y ante tu negativa, termine maltratándote, pero como legalmente sois del mismo sexo, también goce de mayor impunidad. En cualquier caso, serás victima de un maltratador que no existe y revictimizada por un sistema que te ignora.

Viendo el Instagram de Gaby Tuft y las palizas que propina a sus contrincantes, siempre pensé lo afortunada que ha sido Priscilla Tuft de que su exmarido hubiera aceptado tan bien el rechazo. 

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