Rosario Porto, mujer y madre

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Por Karina Castelao

He visto la serie sobre el Caso Asunta.

Aunque dije que no lo iba a hacer, ha sido ver unos minutos y quedarme enganchada como un velcro a unas medias. He de decir que la serie es magnífica, que para nada cae en el morbo, que es lo que me temía, y que, más bien al contrario, disecciona el caso casi quirúrgicamente gracias a un guion perfecto y unas interpretaciones soberbias (incluido el histrionismo de Javier Gutiérrez que en nada desmerece el propio histrionismo del juez Vazquez Taín). Pero sobre todas las actuaciones cabe destacar en neones la de una Candela Peña en estado de gracia, emulando de tal forma a Rosario Porto que la propia actriz contaba la anécdota de que su aspecto había llegado a producir desmayos en quienes conocieron en persona a la abogada santiaguesa.

He dudado mucho si escribir o no este artículo porque del Caso Asunta han corrido ríos de tinta en su momento y, gracias al estreno de la serie de Netflix, vuelven a correr estos días. Que si las distintas teorías, que si las personalidades de los asesinos, que si terceras personas, que si trastornos narcisistas, que si psicopatías… decenas de posts y artículos rememorando cada turbio detalle e incidiendo repetidamente en la frialdad y crueldad de una madre que asesina a su propia hija. De un padre también, pero sobre todo, de una madre. Así que mis dudas giraban alrededor de si se entendería cual era mi intención al escribirlo o si se tergiversaría acusándome de intentar buscar alguna justificación al comportamiento de Porto. Nada más lejos, mi único interés en este artículo es el de analizar cómo el Patriarcado, ese modelo social en el que todos y todas estamos inmersos, mediante la socialización de género como herramienta principal para su perpetuación y con sus ingredientes en las cantidades adecuadas, consigue convertir a una persona cualquiera, por ejemplo, a un hombre común y corriente, en un psicópata capaz de asesinar con una sierra radial a sus hijas con la única finalidad de causar sufrimiento de por vida a su mujer, o, como en este caso, a una mujer de buena familia en una sociópata capaz de asesinar a su propia hija.

Dice una amiga que el asesinato de Asunta comenzó el día del nacimiento de Rosario. Yo concretaría más. El asesinato de Asunta Basterra se inició en el momento en el que a Rosario Porto bebé le pusieron los primeros pendientes que la marcaban como mujer.

Rosario Porto era la hija única del matrimonio formado por el prestigioso abogado compostelano y profesor universitario Francisco Porto Mella y la historiadora y catedrática de instituto María del Socorro Ortega Romero. La familia Porto era una de las familias más conocidas y distinguidas de la sociedad de Santiago. Para quien no sea «de provincias» puede que no sepa lo que significa ser una de estas familias emblemáticas de las ciudades pequeñas ni lo que supone pertenecer a ese círculo social: la vida de cara a la galería siempre pendientes del qué dirán. Y por supuesto las mujeres, las madres y las abuelas encargadas de mantener las apariencias, como la Tía Tula de Unamuno o la Regenta de Clarín. Porque, como a Charito le enseñó su madre, “las cosas que no se dicen y no se cuentan, no suceden”.

En este entorno artificial y reprimido creció Rosario.

Charito no debía de ser intelectualmente muy brillante, tal y como se intuye por el comentario malicioso del juez instructor del caso cuando ella dice que quiere representarse a sí misma, ni tampoco debía gozar de una buena salud mental. Era de esas personas que en mi tierra, que era la suya, se dice que “lle falta un fervor”. Niña de buena familia, fue a los más prestigiosos colegios y obviamente, estudió derecho. Y como la meritocracia no existe pero el nepotismo sí, hizo como que trabajaba en el bufete de papá de quien también heredó el Consulado Honorífico en Francia. Y digo que hizo como que trabajaba porque consta en el Ilustre Colegio de Abogados como “colegiada no ejerciente”.

Como cualquier niña bien, Charito se echó novio y se casó el 26 de octubre de 1996 con un menos que mediocre periodista, Alfonso Basterra, pero estudiado en Deusto, que eso es algo que siempre da caché, y quien paulatinamente deja su trabajo freelance para vivir del dinero de sus suegros. Desconozco si en ese casamiento alguna vez hubo amor, pero de lo que estoy segura, yo y todo el mundo, es de que no hubo pasión, al menos no con la intensidad que Rosario años después descubrió que necesitaba.

La vida de Rosario y Alfonso es casi perfecta. Solo falta un hijo para culminar el cuadro completo de felicidad familiar que acostumbra a acompañar a los miembros de las clases altas, donde la mujer que no es madre no es mujer completa. Pero un lupus eritematoso desaconseja a Rosario un embarazo y supone un gran inconveniente para cuajar su proyecto de vida. Hasta que un programa de Televisión Española trae la solución ideal.

El 19 de Octubre de 1995, Documentos TV estrenó “Las habitaciones de la muerte”, un documental que destapaba las condiciones infrahumanas de las niñas en los orfanatos chinos. Un equipo del canal británico Channel 4 accedió con cámaras ocultas a varios centros haciéndose pasar por personal de una ONG, ofreciendo por primera vez testimonio vivo de lo que sucedía. Niñas, todo niñas, abandonadas por culpa de la política de hijo único (las garras del patriarcado de nuevo destrozando niñas) malvivían entre suciedad y sus propios excrementos, atadas a las cunas, desnutridas y cubiertas de costras y escaras, y morían olvidadas por el gobierno y por toda la sociedad china.

“Las Habitaciones de la Muerte” marcó a toda una generación de espectadores con sus imágenes escabrosas y modificó el mapa mundial de las adopciones, generando en años posteriores una ola de solidaridad y de “instinto parental” en forma de adopciones internacionales. España se convirtió en el segundo país del mundo con mayor índice de menores chinas adoptadas.

Animados por unos entusiasmados y deseosos Don Francisco y Doña María del Socorro de ser abuelos y por el espíritu caritativo y misericordioso ligado a una educación católica, Rosario Porto y Alfonso Basterra se convirtieron en unos de esos padres adoptivos que ostentaba el «galardón» de haberse traído una niña china, siendo, además, los primeros en Galicia. Noticia en prensa y entrevista en televisión mediante, la felicidad de la familia extensa Basterra Porto con la llegada de Asunta Fang Yong fue completa. A este respecto hay que decir que, pese a que sí había evaluaciones de idoneidad con exámenes psicológicos para los candidatos y candidatas a adoptantes, los problemas de salud mental de Rosario no fueron ningún impedimento ya que el principal criterio para que a una pareja le dieran una niña china era la solvencia económica, algo de lo que los Basterra Porto iban sobrados, tal y como nos recordaba Alfonso en la entrevista con la que inicia la serie.

Todo fue sobre ruedas los siguientes 11 años durante los cuales, mientras los amantísimos abuelos cuidaban y “chocheaban” con una excepcional e hiperactiva Asunta que constantemente necesitaba atención y estimulación, Alfonso cubría alguna noticia que otra sin la presión de quien no se siente macho proveedor ni necesita los cuartos para vivir y Charito se dedicaba a las reuniones, charlas, eventos y compromisos propios de una consulesa honorífica y mujer de la alta sociedad compostelana.

Pero todo cambia tras la muerte de María del Socorro y, sobre todo, ocho meses más tarde, de la de Don Francisco. Desaparecen en poco tiempo los voluntariosos abuelos que cargaban de Asunta de aquí para allá de una actividad a otra. Charito está en pleno descubrimiento de la pasión y la satisfacción femenina de sentirse deseada por otro hombre que no es su marido, y tener que ocuparse constantemente de la niña le supone un gran inconveniente. Además, Alfonso ha descubierto la infidelidad y él y Rosario se van a divorciar, con lo que a él se le acaba el nivel de vida conseguido tras casi dos décadas de vivir de sus suegros, mientras que para ella el régimen de custodia es otro handicap para la liberación total. Todo son problemas para Charo y todos tienen como único origen la existencia de Asunta.

Lo que ocurre después ya lo cuenta la serie y yo no voy a abundar en ello. Solo quiero destacar que es la misma serie la que juega constantemente con los clichés de socialización de género femenino: la mujer de buena familia que vive de cara a la galería más pendiente del qué dirán que de lo que está bien o mal, la obligatoriedad de toda mujer de bien de casarse y, sobre todo, de ser madre de cualquier forma, aunque su salud física y mental no lo aconseje (ahí también está presente el frustrante y doloroso proceso de reproducción asistida de Cristina…), la validación femenina a través de los ojos de deseo de un hombre de más valor que el que se tiene en casa, la desesperación por el rechazo amoroso con intentos autolíticos incluidos como una Madame Bovary cualquiera y, sobre todo, la contención y la represión de los sentimientos como constante en la socialización de las mujeres de clase alta.

Rosario Porto Ortega era un producto cocinado a la perfección del Patriarcado pero todo lo que está mal en la socialización de género femenina. Una mujer con justa inteligencia, frágil salud mental y nula capacidad de gestionar la frustración, casada porque hay que hacerlo y siendo madre porque hay que serlo. Charito vivió entre algodones hasta que esos algodones se volvieron espinas. Porque al matrimonio Basterra Porto ninguna de sus amistades la fue a acompañar en sus horas bajas ni le fue a socorrer en sus caídas. Y así, y después de varias intentonas, Charito consiguió quitarse la vida el 18 de noviembre del 2020 en su celda de la cárcel de Brieva, no sin antes haber ayudado a decenas de presas a redactar sus recursos. Porque una señora de bien puede caer en desgracia pero nunca puede dejar de ser una señora. 

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