Argentina, Milei y la guerra mundial

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José Luis de Francisco

El triunfo de la derecha fanática en Argentina ha colocado al país en una situación que, de prolongarse, significará un avance sobre la institucionalidad de la Nación y sobre las bases mismas de su historia, tan rica en procesos políticos bipolares, con prevalencias alternativas de conquistas y retrocesos socioeconómicos. En el origen de esta peligrosa desmesura se encuentran la falta de un proyecto nacional compartido por la más amplia diversidad de sectores y el extravío de un norte planificado. La llegada al poder de los «libertarios» fue una opción construida desde los medios de comunicación transformados en instrumentos de propaganda, controlados por la hegemonía financiera y militar de Occidente.

Este paso en falso de nuestro país, ha ocurrido en un momento crucial del mundo. Durante décadas vivimos la posibilidad de cambiar el orden mundial como una utopía que nos indicaba el sentido hacía donde avanzar para cristalizar nuestra voluntad de transformación. Hoy, los enfrentamientos geopolíticos y militares que estallaron en el este de Europa y en Medio Oriente han transformado aquellos anhelos y deseos, tan lejanos, en algo próximo ha ocurrir, en términos históricos.

Atravesamos una Guerra Mundial, fragmentaria como señala el Papa Francisco, en la que las grandes potencias neoliberales defienden la agónica sobrevivencia del mundo actual. Unas con paciencia oriental, otras con voluntad de frenar al expansionismo de la OTAN y otras, guiadas con sabiduría, e incluso apelando a la honra del martirio, luchan por acabar con el patrón de poder supremacista, etnofóbico e imperial del Occidente colectivo.

Ambos bloques exponen y defienden sus argumentos en los organismos internacionales que, quizás al final de la disputa, terminen completamente reformulados.

Argentina está tironeada.

Javier Milei es un alfil del sionismo global junto a Zelensky y Netanyhau. Como expuso en Davos -para vergüenza ajena de los argentinos- y vemos en lo que va de su gestión de gobierno, su nivel no supera al de un apasionado estudiante. Se trata de un personaje que toma su estupidez por ocurrencia. Pero, sin embargo, tuvo la perspicacia de caracterizar el “momento mundial” mencionado arriba aunque lo hizo tomando partido por el bando que muere: el de la unipolaridad expoliadora que no para de cosechar derrotas como en Afganistan, Siria, Líbano y Ucrania; y no cesa de enfrentar resistencias que no puede doblegar como en el sur y norte de Palestina Ocupada y en Yemen. Tan importante como lo anterior, es que se muestra impotente detener el crecimiento cualitativo y numérico de los Brics: once países con realidades sociales y económicas bien diversas unidos por el objetivo de construir una multilateralidad basada en la cooperación y el respeto a la autodeterminación.

El tren de esta multilateralidad pasó por Argentina con la propuesta de Brasil para que el país se incorporase a la organización creada en primera instancia por China, Rusia, India y nuestro vecino. Membrecía rechazada por la obsecuencia libertaria a EEUU. Cabe agregar que es muy cierto y penoso que nuestro anterior gobierno transitó el tema con ambigüedad.

El General Perón decía que la política más importante a definir por una Nación es su inserción internacional y esto hoy resulta insoslayable frente a la necesidad de reencauzar el destino del país.

La toma de posición en un sentido totalmente opuesto al adoptado por el actual gobierno frente a los acontecimientos bélicos y geopolíticos que se viven, no puede faltar entre las banderas de los amplios sectores activos y movilizados para terminar esta pesadilla que nos agobia.

Sin el concurso del pueblo, dándole continuidad a la masividad del 24 de enero, no se irá Milei ni podrá avanzarse en el planteo en estas líneas.

Es factible que se produzca un nuevo vacío de poder como en el 2001 cuando una sucesión de cinco presidentes, terminó con un urgente llamado a elecciones. Si ello ocurriese y significara la vuelta al populismo liberal, esto debiera ser una breve ventana de tiempo que las fuerzas políticas, sociales, económicas, colegiadas, culturales y religiosas, podrían utilizar para apresurar el desafío de construir consensos básicos y políticas de estado.

Cualquiera sea la forma en la que se dé la superación de este presente de hambruna y destrucción geralizada, la tarea que la historia demanda, y que nos debemos como Nación, es un Proyecto para el largo plazo, con fuerza constitucional, embrión de un gran país soberano para lo que resta del siglo.

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