Las chicas del radio

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Se conoce como «chicas del radio» a las mujeres que sufrieron envenenamiento por radiación entre 1917 y 1926, y que asumieron la batalla legal para señalar a los responsables, una historia tan llamativa que dio lugar a varios libros y una película. Eran operarias en diferentes fábricas de Estados Unido, aunque su trabajo era en apariencia más cómodo y estaba mejor pagado que el de las fábricas normales. Las chicas del radio eran prácticamente artesanas. Pintaban a mano los números y las manecillas de relojes que brillaban en la oscuridad, como los que llevaban los soldados americanos en las trincheras. Era un proceso meticuloso, así que era habitual que se llevaran el pincel de pelo de camello a la boca para mojarlo. ¿Por qué no iban a hacerlo? Sus jefes les habían asegurado una y otra vez que la pintura mezclada con radio era perfectamente segura.

El radio había sido descubierto por Pierre Curie y Marie Skłodowska-Curie tan solo 20 años antes. Para las trabajadoras, la pintura luminiscente era poco más que un cosmético que les daba un toque sobrenatural. Por eso se vestían con sus mejores galas para ir a la fábrica, y la usaban para pintarse los dientes y maquillarse. Antes de ser conocidas como las chicas del radio, las llamaban las chicas fantasma, por el brillo verde que irradiaba su piel, su sonrisa, su ropa y hasta su pelo. Eran obreras bien pagadas, que no tenían que hacer trabajo pesado ni peligroso, y, como bonus, literalmente brillaban en todas las fiestas.

Pero las consecuencias no tardaron en aparecer. Una tras otra, las chicas del radio empezaron a padecer síntomas similares. Dolor de encías, caída de dientes, cansancio, úlceras, fracturas, tumores y necrosis de la mandíbula. Las primeras muertes fueron atribuidas a la sífilis, para eliminar cualquier sospecha sobre su trabajo y para que la vergüenza hiciera callar a sus familiares.

Al final, la lucha para prohibir la pintura con radio y pagar reparaciones fue una batalla por la evidencia. Las trabajadoras tenían que demostrar que sufrían envenenamiento por radiación, enfrentándose a científicos corruptos que ocultaron pruebas para favorecer a las empresas. Frederick Flinn fue un toxicólogo que se hizo pasar por médico para examinar a las trabajadoras y firmar informes asegurando que no tenían ni una traza de radio en su cuerpo. Edwin Lewman, el químico que había patentado una de las marcas de pintura, era plenamente consciente de sus efectos, pero no se lo comunicó a las trabajadoras. Él mismo acabó falleciendo de cáncer en 1927.

La contribución de otro científico, el patólogo Harisson Martland, permitió demostrar la contaminación definitivamente. También fue clave el trabajo de Alice Hamilton, la primera profesora universitaria de Harvard, y experta en salud ocupacional. Pero el tiempo jugaba en su contra. A muchas de las afectadas les quedaban pocos meses de vida y se vieron forzadas a aceptar indemnizaciones a cambio de evitar el juicio. La United States Radium Corporation, una de las principales fabricantes de relojes luminiscentes, fue finalmente condenada en Illinois en 1938, pero el uso de la pintura con radio se mantuvo hasta los años 60.

La historia de las chicas del radio se ha convertido en una lección sobre prevención de riesgos laborales que no acabamos de aprender. En 2022, 711 personas murieron en accidentes laborales en España. ¿Cuántas podrían haberse evitado? Todos recordamos algún caso reciente que salto a los medios, como el de Xavi, de 19 años, que murió aplastado por una máquina en una fábrica de Cornellá; la explosión de Iqoxe, en Tarragona, que mató a dos trabajadores y a un vecino de la zona; o el derrumbe de la fábrica Rana Plaza, en Bangladesh, que suministraba a muchas marcas de ropa europeas, pero lo normal es que pasen desapercibidos. Y no debería ser así. Ahora que nos encontramos en plena celebración por la subida del salario mínimo, sería conveniente recordar que el derecho laboral más importante es el derecho a no morir en el trabajo.

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