Las promesas de la ministra que se lleva el viento

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Por Karina Castelao

Hace unos días amanecíamos en X con un post que decía: «Aviso Coruña. Hoy poco antes de las 20:00 se coló un pervertido en los vestuarios de mujeres de la piscina del Agra. Costó echarlo a patadas, pero no avisaron a la policía. Ojo, lo volverá a intentar en esta u otra piscina. Que no se queden solas las niñas en el vestuario.»


La mayoría de los comentarios al post iban en la linea de «es intolerable», «hay que denunciar», etc. Pero lo llamativo era alguno que decía algo así como que si tal individuo se hubiera declarado mujer, nadie hubiera podido expulsarlo de allí y que, incluso, hubiera sido delito la propia denuncia.
Esto que parece tan rocambolesco resulta que, no solo puede pasar, sino que ya pasa.

Supongo que sabréis que en el País Vasco hay un ertzaina que ha realizado el cambio de sexo registral sin haber modificado en forma alguna sus caracteres sexuales primarios ni secundarios, y con quien sus 50 compañeras mujeres se ven obligadas a compartir vestuarios. Y que tras el lógico rechazo de éstas a tal situación, las medidas tomadas por los mandos superiores han sido acondicionar un espacio separado por una cortina en el vestuario de mujeres en donde el individuo se pueda cambiar pero que no es impedimento alguno para que pueda contemplar desnudas a sus compañeras. Solo dificulta parcialmente que ellas lo vean desnudo a él.

Es decir, lo que nunca iba a ocurrir tras la aprobación de la ley trans que permite la autodeterminación de sexo y que no eran más que “sospechas tránsfobas” por parte de las feministas, está ocurriendo ya en lugar y tiempo concretos.


Mes y pico atrás sonó el runrún de que las feministas íbamos a quedar muy complacidas por los fichajes que la flamante ministra de Igualdad, Ana Redondo, iba a realizar dentro de su ministerio. La razón de esta satisfacción era el nombramiento de Isabel García, una mujer con amplia trayectoria feminista y de activismo LGTBI (fue una de las impulsoras entre las filas del PSOE del matrimonio entre personas del mismo sexo), como directora del Instituto de las Mujeres.


He de decir que yo me entusiasmé. No tanto porque creyera que Isabel García por sí sola iba a revertir los 4 años de retrocesos en políticas de apoyo y protección a las mujeres perpetrados por Irene Montero y sus amigas, sino porque me parecía toda una declaración de intenciones que una feminista crítica de género ocupara un alto cargo en el ministerio de Igualdad y que quizá eso fuera un indicio de alguna futura reforma más o menos profunda sobre la Ley Trans en sus aspectos más lesivos, como son lo relativo a la autodeterminación de sexo y a la protección de la salud de la infancia.


Craso error.

Ni 24h habían pasado del nombramiento de García que, ante la consiguiente y esperable avalancha en redes sociales de mensajes de acoso y odio hacia ella por ser crítica de género venidos de sectores transactivistas y de miembros de Podemos y Sumar que exigían su inmediata destitución (aparentemente ajenos a que su nombramiento fuera una decisión colegiada de todo el Gobierno en el que hay cinco representantes de la coalición encabezada por Yolanda Díaz), la directora del Instituto de las Mujeres se descolgó con un hilo de X donde recogía cable sobre su postura antigenerista y mostraba su apoyo incondicional a la Ley Trans aprobada por el anterior gobierno.

Obvia decir que la “furia trans” no vio apaciguada su sed de sangre y que convocó “de urgencia” una movilización tres días después de Reyes (no fuera a ser que el activismo empañara las fiestas) para exigir el cese inmediato de Isabel García. Y así su líder Mar Cambrollé, ese infame personaje que se pasea por las comisarías denunciando violentos “complots antitrans y delitos de odio” a todo hijo de vecino que le lleve la contraria, junto con un par de organizaciones de las que promueven el maltrato infantil mediante el fomento indiscriminado de las mastectomías y la prescripción de bloqueadores hormonales en niños y niñas a partir de los 10-11 años, se reunieron a las puertas del ministerio de Igualdad en una concentración con mayor número de pancartas que de personas y mediante la cual pretendían infructuosamente entregar 5.600 firmas pidiendo a la ministra la cabeza de García en una bandeja.

Al día siguiente y en medio aún del revuelo mediático que provocó la concentración tricolorida, en nada reflejo de su repercusión (qué cierto es lo que dice una compañera de la parcial complicidad de los medios en la sobrerrepresentación del delirio transgenerista), saltó la noticia de que Ana Redondo se había reunido con las miembros de FEMES (Feministas Socialistas) y les había prometido contactos regulares con organizaciones feministas y la recuperación de la agenda feminista para la actual legislatura.

Informaciones posteriores me hacen sospechar que las compañeras feministas socialistas están intentando limar asperezas entre el PSOE y el feminismo (ese que ahora llaman clásico peyorativamente quienes abusan de la falacia “ad novitatum” y desconocen que “lo clásico” siempre permanece) habida cuenta de la escandalosa pérdida de voto femenino y feminista del partido de la rosa. Y es que, al parecer, todos estos movimientos no son más que “brindis al sol” por parte de una ministra que nada va a cambiar de lo deshecho por su predecesora porque ello haría peligrar la coalición de gobierno que mantiene artificialmente en el poder a Pedro Sánchez.

De hecho, ayer mismo me llegó el rumor de que la participación de la ministra Ana Redondo en la manifestación matutina del pasado 25N no fue más que parte de un pacto en el que ella acudía a la movilización del feminismo abolicionista a cambio de que en su presencia no se mentara la agenda abolicionista (como así ocurrió). Paradójico, ¿verdad?

Sin querer desilusionar a las compañeras de FEMES, algunas con las que comparto sincera amistad, el mantenimiento de la ley trans en los términos actualmente formulados y el avance en la agenda feminista es un oxímoron. No se puede desterrar de la agenda feminista su punto principal, la abolición del género como herramienta de opresión patriarcal a las mujeres, y al mismo tiempo legislar para que sea una identidad a defender.

El feminismo es un largo camino lleno de obstáculos que recorre una serie de etapas: entre ellas, el abolicionismo de la explotación sexual y reproductiva, la eliminación de la violencia sexual y machista, la reivindicación del papel primordial de la mujer en el mundo y el fin de los roles, estereotipos y mandatos que impone el género. Y el transgenerismo y las teorías queer son una enorme losa que no solo impide avanzar en él y la consecución de dichas etapas, sobre todo, la última, sino que nos devuelve al punto de partida.

No creo que sea necesario repetir que la tergiversación del concepto legal del sexo que permite la actual Ley Trans mediante la autodeterminación del mismo es el fin de las políticas de apoyo y protección a las mujeres. Mientras esté en vigor no se va a poder recuperar la coeducación, no se va a eliminar el sexismo social, no se van a respetar los espacios seguros para las mujeres, será papel mojado la agravante de género en la Ley de Solo Sí es Sí, no habrá seguridad jurídica con la Ley Integral de Violencia de Género o directamente no se podrá aplicar.

Así que, mientras la actual Ley Trans esté vigente, nada de lo que diga o haga Ana Redondo va a ser parte de la agenda feminista y ninguna feminista se lo va a creer.

Solo serán promesas que se llevará el viento.

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