El tránsito del cielo. Mi pequeño diario: el hombre unidimensional

Esta misma tarde, mientras tomaba aletargado mi habitual café con leche, recordé súbitamente que tenía una cita con el club de lectura de clásicos, «Lazarillo». El texto del que trataríamos y, muy posiblemente, sobre el que discursearíamos, – el profesor Sierra, como yo le llamo y yo mismo-, no iba a ser otro que la tragedia griega de Sófocles, «Antígona».

Desde que el mundo es mundo y desde que no lo es, también, se ha especulado, debatido, historiado y ficcionado en infinidad de veces al respecto del que podría ser el verdadero significado de esta tragedia tebana. Antígona es hija del rey Edipo y, aunque sea de forma inconsciente, cree que pesa sobre su cabeza una maldición familiar que ante su difunto hermano Polinices, intenta quebrar con todas sus fuerzas.

«Cuando la desgracia está marcada por el destino, no existe liberación posible para los mortales»

En «Antígona» surgen grandes dudas, contraposiciones, como por ejemplo entre el derecho positivo y el derecho natural y, finalmente, a través de esa fuerza secular telúrica, propia de lo femenino, termina por vencer, al menos moralmente, el derecho divino.

Pero, ni mi querido profesor Sierra, ni yo, estábamos dispuestos a dejarnos vencer por el atenazante destino tebano y una vez concluida la sesión de lectura, con sus respectivos comentarios, nos dirigimos prestos y locuaces a tomarnos el último de los cafés del día.

Mientras nos debatíamos en sorber la lactosa acafeinada de turno, la conversacion viró inesperadamente hacia todo lo acontecido tras el telón de acero, y más particularmente, en lo que tiene que ver con la antigua RDA y sus misteriosos, pero siempre interesantes, dirigentes. La Stasi, la policía secreta, el paradero de Erich Honecker, la posibilidad de una revolución política y social en la Europa actual, fueron transitando, como si nada, por y entre nuestros labios y el conversatorio que manteníamos. El caso, es que finalmente, apareció por el horizonte el mismísimo Herbert Marcuse y su «Hombre unidimensional». Ambos habíamos, por cierto, concluido lo mismo después de su lectura, y es que esta obra, la de Marcuse, es un análisis de las sociedades occidentales que, bajo un disfraz pseudodemocrático, esconden una estructura totalitaria basada en la explotación del hombre por el hombre. La familia, los centros escolares, la universidad,los partidos políticos, los sindicatos del poder, las instituciones capitalistas en general, todos están orientados a desarmar a la persona, a desposeerla de su capacidad crítica, a convertirnos en hombres unidimensionales, lelos, incapaces, amputados, destruidos.

Como nota final, pero no menos graciosa, el camarero del bar en el que mantuvimos estas jugosas conversaciones, con fama de reaccionario, por cierto, así como nos oyó murmurar sobre Herbert Marcuse, debió pensar que ese individuo con tan extraño nombre teutón no sólo no era de los suyos, sino que desprendía de por sí un fuerte tufo a rojerío, así que no se dignó en despedirse, por si las moscas.

El bueno de Sierra y yo, vaya par de truhanes en un mundo dominado por la dictadura de los idiotas.

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