Malqueridos

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Los hombres se sienten solos. Lo dicen los de izquierdas, deconstruidos, llorones. Lo dicen los de derechas, entre puro y puro. Los activistas por los derechos de los hombres hacen bandera de ello, y lo rebuznan los frikis en sus foros de internet. Fue el discurso de un actor galardonado en los Goya, como preludio a su ovación. La consigna es que los hombres no tienen amor.

Las mujeres lo acaparan todo, las flores, los cumplidos y los besos. Tienen el monopolio del cariño y lo distribuyen gota a gota. Cierran el grifo por capricho y los hombres sufren, famélicos. Las mujeres han descubierto el secreto de la soledad, viven en sus pisos bien decorados, alimentándose con regularidad y siendo autosuficientes. En cambio, quien más quien menos ha sido testigo de la debacle del hombre divorciado, que yace desnutrido entre cajas de Ikea sin abrir. Quizás en la otra esquina de la habitación haya un bebé que se revuelca en un pañal sucio. Por un momento, el hombre y la criatura se miran con idéntica confusión, sin entender cómo han acabado así ni qué hacer para arreglarlo.

Es un hecho que los hombres quedan excluidos de todas las cosas bellas de la vida. No se les permiten ni los abrazos de verdad, solo ese incómodo entrecruzar de brazos y troncos que va acompañado de violentas palmadas en la espalda para disipar lo gay. Las mujeres consiguen sus quince minutos de fama cuando empiezan a vivir como hombres y constatan la enorme falta de afecto que padecen. También han hablado de la soledad los terroristas incels antes de salir a matar “Ashleys”, mujeres codiciosas que no comparten sus cuerpos con los más necesitados. Por algún motivo, ni los incels ni los malqueridos de Reddit se han dado cuenta de que tienen la solución delante de sus narices. Nada les impide amarse mutuamente, mimarse, decirse lo guapos que son y acabar con su sufrimiento. Nada excepto su propia masculinidad, que vale más que todo el amor del mundo.

Entre sollozos, estos nuevos hombres apelan a nuestro lado blando para pedir que se legalice la prostitución. Como ahora es defendida por la izquierda, desde ayuntamientos del cambio y marchas del orgullo, los puteros han decidido que la mejor estrategia es abandonar aquello de que hay mujeres que no valen para nada y que los hombres son unos violentos y que la prostitución es una estrategia de pacificación social. Ahora hay que decir que los hombres son víctimas de un poder misterioso que les impide recibir amor, así que no les queda más remedio que pagar a esas mujeres tan empoderadas que hacen la calle. Es una fantasía maravillosa. El prostíbulo sería el templo donde las trabajadoras sexuales reciben a sus feligreses, que les hacen ofrendas a cambio de bendiciones. Los hombres pagan a precio de oro cada migaja de ternura.

Será que los puteros no quieren ir de putas. En realidad, son empujados por una sociedad que les priva del amor que merecen. Y eso que los hombres lo han intentado todo, absolutamente todo, menos aprender a decir que para su cumpleaños quieren rosas blancas, una vela perfumada y un besito en la frente. Pero aún si lo hacen, se deconstruyen y piden flores, puede que sus anhelos no se vean satisfechos. El objeto de su deseo, que suele tener diez años menos que ellos, puede no corresponder a sus atenciones. Incluso entonces hay alternativas a la prostitución. Que les pregunten a las mujeres, que han dedicado tantas horas de su vida a gestionar la frustración del amor no correspondido (nunca por parte de un hombre, todos sabemos que los hombres no tienen amor). Algunas recurren a larguísimas conversaciones entre amigas el sábado por la mañana. Otras, a novelas románticas, culebrones y columnas de opinión. Si nada de esto funciona, siempre pueden dedicar años de terapia a desgranar ese deseo acuciante por encontrar una compañera de vida.

Comparando cómo sobreviven hombres y mujeres a la mala suerte en el amor parecería que a ellos no es el romanticismo lo que les duele. Uno podría pensar que, en el fondo, lo que quieren es comprar el consentimiento de las mujeres para que representen un teatro porno muy participativo. Que el único amor por el que sufren es el propio. Pero antes de juzgar a los hombres por ponerse en manos del proxeneta y desconfiar de la psicóloga, hay que poner las dos opciones en su contexto. Una cosa es ir a un antro que algunas supervivientes han comparado con campos de concentración, donde hay víctimas de tráfico humano y el ambiente está cargado de drogas duras, alcohol y violencia, para que una mujer que no conocen finja desearlos durante veinte minutos sobre sábanas de un solo uso. Otra muy distinta es sentarse en una consulta a hablar de sentimientos.  

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