Claustro

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CAPÍTULO 21

   Soplaba el bóreas sobre el monte Helicón. Era una tarde soleada y algunos montañeros saboreaban un refrigerio y disfrutaban de las vistas después de una tranquila ascensión. Desde esa altura podía contemplarse el monte Parnaso donde nadie quería subir desde hacía un tiempo. Una montaña abandonada a su suerte ya sin historia que contar. Podía observarse el lago Copaide e incluso el Golfo de Corinto. Las montañeras que allí se encontraban observaban el horizonte que se abre como un telón y muchas pensaban que ese era la montaña de las Musas pero que a quién le importaban ya esas cosas mitológicas y lejanas. El grupo de senderistas bajó hasta la fuente que llamaban Makarioitissa y se pusieron a llenar sus cantimploras. Las mujeres comenzaron a sentir un extraño presentimiento. Los hombres no sintieron nada, como era habitual, por otra parte.

   —¿No sentís como un temblor extraño? —preguntó una de las montañeras—.

   —¡Claro, cariño, aquí en mi entrepierna! —señaló groseramente su pareja mientras todos se reían—.

   De repente una bruma se dibujó desde las laderas del monte Parnaso y se dirigió en un segundo hacia el grupo. 

   —Aquí el tiempo puede cambiar de un momento a otro, mejor que nos larguemos. —espetó uno de los hombres con cierta preocupación—.

   Cuando ya estaban comenzando a andar las mujeres sintieron un escalofrío y se dieron la vuelta al unísono. Los hombres siguieron a su ritmo sin percatarse de nada.

   El pequeño montón de piedras coronado por un templete minúsculo que constituía la antigua y famosa fuente y que rodeaba una pequeña apertura por donde seguía fluyendo el agua se transformó en una fuente donde el agua manaba a raudales y de ella comenzaron a surgir unas figuras altas y esbeltas, mujeres completamente desnudas con unos ojos de un color imposible. Las montañeras comenzaron a gritar a sus chicos pero estos no les podían escuchar dado que las musas impedían que aquellos hombres ignorantes y pretenciosos les vieran. 

   —¡Chicas! ¡Ha llegado nuestro tiempo! —dijeron las nueve casi a la vez—.

   Después las cosas se desenvolvieron con mucha rapidez. Un mundo que llevaba tanto tiempo sin muchos avances se volvió loco en poco tiempo. Revoluciones, cambios de poder, continentes enteros uniéndose para dar un paso de gigante en su historia, reuniones incesantes de alto nivel y mucha gente haciendo cosas impensables apenas un año antes. Pero quedaba una cosa por solucionar y que casi siempre se dejaba para más adelante. El problema de las mujeres. ¿Qué tenía que suceder para que el mundo se tomase en serio a las Mujeres? ¿Cuándo se iba a tratar el daño que los hombres les habíamos causado durante milenios? ¿La trata, la prostitución, la violencia, el ser tratadas como objetos? ¿Para cuándo la igualdad real? Por ello se empezó a constituir lo que después se llamaría el Concilio de las Mujeres.    Después de que los bloques políticos se pusieran de acuerdo para solucionar “los problemas reales de la gente” se solicitó que se tratara el problema de la igualdad pero los jefes de las confederaciones de naciones dijeron que ya tenían bastante trabajo por delante como para abordar un problema tan grande, tan complejo y con tantas aristas. En resumidas cuentas que no tocaba, que no era el momento, que si eso más adelante y en esto llegaron las Musas. 

   Se celebró en Atenas una marcha por las Mujeres del mundo y todo el planeta pudo contemplar la pancarta que abría la manifestación que era llevada por nueve mujeres realmente impresionantes. Su belleza cautivó a todos los medios de comunicación y, como siempre, un tema tan importante pasó desapercibido y todos los noticieros abrieron sus programas con las imágenes de las nueve. No importaba que pidieran la igualdad, que le dijeran a los mandatarios del mundo que ya era hora de que consideraran sus problemas con un poco de respeto, que eran la mitad de la humanidad y que había que arreglar el desaguisado que había propiciado la llegada del patriarcado. No, se abrió con su imagen, con su belleza y con la pregunta de quiénes eran esas mujeres tan extraordinariamente hermosas. 

   Todos se preguntaban que de dónde habían salido. Nadie sabía nada de ellas antes de esa manifestación. De la noche a la mañana fueron conocidas en todo el mundo. Sólo se hablaba de ellas y del magnífico abogado que estaba ganando todos los casos que iniciaba. Un grotesco ser con cara de caballo que poseía un verbo soberbio. No importaba su fealdad, solo se hablaba de su inteligencia. Todo lo contrario que con las nueve, se hablaba de su belleza y nada más.

   Las Musas, conocedoras de los secretos del marketing, aprovecharon su fama instantánea para situarse en la carrera de lo que iban a ser las primeras elecciones democráticas del Mundo entero. Por primera vez en la historia todo el planeta iba a elegir democráticamente un liderazgo mundial con poderes reales para cambiar las cosas. Ellas lo tenían claro. Se iban a presentar. Pero había alguien más que también se iba a presentar, alguien que había estado en la misma fuente que ellas pero en otra dimensión y esta fuente no se llamaba Makarioitissa, sino Hipocrene, la fuente del caballo. 

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