Claustro

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CAPÍTULO 19

   —Todo —comentó Clio— comenzó cuando divisamos en las laderas del monte Helicón a un pastor con su rebaño de ovejas. Tan humilde, tan ufano. Alguien dedicado al cuidado de un rebaño y que no parecía mostrar un pensamiento transcendente. Nos miramos las nueve y quisimos divertirnos. Una de nosotras, no me acuerdo cuál, observó cómo se desenvolvían esos seres llamados hombres y nos lo comentó en privado. Su sociedad estaba dividida por estratos muy claros, la nobleza y los demás. Sólo los nobles poseían, o decían poseer, esa cualidad humana que a nosotras nos gustaba, la areté, la virtud, el camino decidido hacia el bien. Un camino siempre difícil, como cuando te obstinas en subir una montaña y, una vez en la cima, te das cuenta de que después viene otra montaña y luego otra. Es un camino sin fin pero es un camino rebosante de belleza. Pero, ¿qué le sucedería a esa sociedad de aristócratas y pastores si uno de esos pastores pudiera competir en belleza, en bondad, en virtud con los que se llamaban a sí mismos los mejores? Quisimos desviar el destino trazado por los dioses. Nos presentamos ante él y le entregamos, sin más, una rama de laurel, señal de la misión profética que le habíamos encomendado. Ese pastor se llamaba Hesíodo y compitió en belleza, en saber y en virtud con el mismísimo Homero.

   Y eso que empezó como un juego nos transformó porque desde ese preciso momento dejamos de ser hijas de Zeus y de Mnemósine para ser nosotras mismas. Hemos inspirado a poetas y escritores, a escultores y arquitectos, a maestros y a alumnos por igual. No es que introdujésemos en sus cabezas las ideas, los axiomas, los adelantos, las metáforas, las ecuaciones, las leyes, la matemática, los pensamientos, sino que encendimos la mecha de sus mentes y de sus corazones. Les insertamos el ansia por conocer. Les presentamos un mundo de estudio, trabajo y dedicación extensiva. Les empujamos a crear aquello de lo que sus mentes eran ya capaces. Les hicimos darse cuenta de que valían para iniciar ese viaje infinito que todo artista sabe que va a ser difícil porque siempre está apoyado por el estudio, la verificación, los cimientos de la ciencia y del arte. La belleza no se crea de la nada. Es puro trabajo. Es deleite y es transformación personal, es dolor y es cuidado. Es tragedia y es comedia. Y así se inició ese camino que hoy está lleno de cascotes y de dudas. Que hoy ha dejado de significar algo y se ha truncado porque no existe el esfuerzo por lo bello, todo se encamina a un fin monetario, a una utilidad que desafía los cánones de belleza. Existimos para lo inútil y por eso estamos dejando de existir. Ya ves, nos debemos dedicar al marketing porque ya no estamos ocupadas. La mayoría de las producciones de tu mundo son copias inexactas de otras producciones, deseos de concretar la voluntad hedonista de sus autores pero sin fin en sí mismas, sin avances considerables, sin nada nuevo que decir. Son pastiches, deseos sin materia, corrientes de un mundo que se dirige al precipicio. Pasamos nuestra existencia sin nada que hacer y eso nos puede. Eso nos ha convertido en otra cosa distinta. No somos necesarias. Nos enfrentamos a nuestra propia desaparición. Estamos como desvaneciéndonos. Nos estamos borrando. Acabaremos convertidas en espejos y rompiéndonos en mil pedazos que ni siquiera volverán a juntarse jamás y cuyas partes separadas tan solo podrán provocar sangre y desilusión. —Clio se abrazó a sus hermanas y lloraron amargamente durante un rato. De repente sonó el teléfono y Calíope lo descolgó.

   —Las nueve Musas. Marketing digital e inspiración divina, dígame. 

   Mientras las hermanas enjugaban sus lágrimas y se ponían manos a la obra con su trabajo Ovidio se quedó triste y pensativo. ¿Cómo podía ayudar a las Musas y a su mundo? Se puso su mano izquierda bajo la barbilla y esperó a que acabasen de apuntar su tarea para decirles lo siguiente:

   —Me pongo en vuestro lugar y creo que necesitamos un plan para que todo vuelva a la normalidad y que vosotras sigáis desempeñando el trabajo que mejor hacéis y que mi mundo pueda seguir discurriendo y avanzando. Veréis, tenéis que venir conmigo a mi mundo para arreglar las cosas desde ahí. Es de vital importancia que volváis a poner de moda el pensamiento, la imaginación, la lógica, la poesía, la danza, la belleza y, sobre todo, la virtud. 

   —¿Pero cómo quieres que hagamos eso? —espetó Erato, la Musa de la poesía lírica. 

   —Yo os llevaré a mi mundo y haré que triunféis.

   Las nueve hermanas se miraron a los ojos y desearon hacerle caso. Sus ojos centelleaban de emoción. Su alma estaba henchida con la oportunidad de volver al monte Helicón, de aparecer a la vista de un mundo que les había olvidado. Un mundo perdido para toda esperanza.

   —¡No podemos hacerlo! ¡Será el fin de nuestra existencia! Nos van a acabar matando o, peor, acabaremos en una cárcel rodeadas de albano-kosovares neonazis que atizarán su misoginia y su desprecio por la cultura contra nosotras sometiéndonos a dolores inimaginables…

   —¡Joder, Melpómene! Ya vale con la tragedia. —dijo Euterpe—

   Las Musas se volvieron a abrazar, bajaron sus cabezas mientras discutían en voz muy baja. Ovidio observó que se agarraban fuertemente y que cerraban sus coloridos ojos. Se levantaron al unísono y dijeron todas a la vez:

   —¡Vamos!

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