Goodbye, Montero.

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La formación de un nuevo gobierno siempre deja puntos para el análisis. Podríamos empezar por la llegada a Sanidad de una persona que cobraba un bono social térmico ingresando su hogar 10000 euros cada mes, por las declaraciones de una Ministra de Vivienda que ha empezado poniéndose claramente de parte de los propietarios y no de los arrendatarios —algo que parece estar en consonancia con el patrimonio que acumula esta mandataria, nada despreciable para una persona de 42 años— o por la permanencia de dos de los componentes del anterior ejecutivo más criticados desde la izquierda en defensa e interior. Pero yo voy a hablar de una gobernante que deja el cargo. La ministra que, merecida o inmerecidamente, según a quién preguntes en la sociedad española, concentró todo el odio y la virulencia de los ataques más despiadados en la anterior legislatura. Porque esta mujer, protagonista hasta el final, dejó una de las despedidas más llamativas que se han visto en un ministro saliente. Les hablo de Irene Montero, sí.

Irene Montero me provoca sensaciones encontradas. Desde luego no ha sido una gobernante hábil, creo que en este medio tienen voces mucho más autorizadas que la mía para hablar de su labor ejecutiva. Honestamente pienso que, lo mismo que no hay nadie que nunca yerre, es muy difícil que un ministro en toda su legislatura no tenga ningún acierto. Creo que sí que ha hecho alguna cosa buena, como la ampliación de los supuestos en que una mujer víctima de violencia de género puede recibir atención o protección, pero la impresión definitiva que queda es que la suprema ingenuidad que ha demostrado en muchos momentos y el protagonismo que durante su legislatura ha adquirido el lobby queer han eclipsado todo. Su labor en el tema de la igualdad efectiva de hombres y mujeres se la dejaré a mis compañeras de cabecera que escriben sobre feminismo, no obstante. Creo que ellas son voces más cualificadas para hablar de ello, como colectivo directamente implicado que son.

A mí, personalmente, la labor de Montero me ha transmitido dos defectos muy perjudiciales en un ministro. El primero, creo que ya lo he dicho, la suprema ingenuidad que esta niña mimada ha exhibido en múltiples momentos. El segundo, el afán de protagonismo desmedido que ha mostrado hasta el final. En su punto más comentado, las rebajas de penas a violadores por su famosa ley, concentró ambas:

—La ingenuidad la puso en relieve al ignorar la existencia de un larguísimo y poderoso brazo judicial en la ultraderecha que no iba a dejar pasar la oportunidad de tomar cualquier decisión que denigrara a un ejecutivo de izquierdas o tenido por de izquierdas. Cualquier persona progresista mínimamente informada conoce desde hace años, por un lado el trato de ese conglomerado a los manifestantes, huelguistas, o colectivos de esta tendencia y, por otro, su connivencia con cualquier exceso de los extremistas reaccionarios, por lo que Montero debería haber tenido luces para guardarse de ellos.

—El afán de protagonismo lo mostró al querer ser desde el principio el rostro de la reforma legal, cuando es cierto que esta pasó por varios ministerios, entre ellos justicia e interior, que quizás estaban incluso más relacionados con la aplicación efectiva de la norma. Sin embargo, al situarse ella misma como muerto en el entierro, niño en el bautizo y novia en la boda acabó haciendo que se concentraran en su persona todas las críticas, ataques y la furia ultraderechista.

Tampoco debemos olvidar que contra Montero se han superado, desde antes incluso de que fuera ministra, todos los límites de lo que yo he visto en una oposición: se llegó a robar y publicar las ecografías de los bebés que gestaba, a acosar a estos una vez nacidos—con la aquiescencia, por cierto, del brazo judicial de la ultraderecha del que hablábamos antes, un aviso que Montero no hubiera debido ignorar unos meses más adelante— o a la superación de todo decoro parlamentario por parte de ciertos diputados, pero eso no debe confundirnos sobre la eficacia en términos pragmáticos de su gestión. Aquí radica gran parte de las sensaciones encontradas que les comentaba. El haber sufrido una persecución semejante merece al menos mi repulsa por sus saboteadores, si no simpatía por ella. Resultaría interesante haber podido cuantificar la cantidad de veces que me han calificado de fanático de la niña pija por haber dicho que yo creo que el allanamiento de morada no es admisible como método de oposición, por ejemplo. Me parecería injusto no reconocer que admiré el valor de su respuesta cuando cierta diputada del partido de las malas bestias le soltó el típico reproche de que estaba allí por ser esposa de quien era. Pero incluso aquí demostró su ingenuidad y falta de cuajo con los pucheros que soltó antes.

Con todo esto llegamos al momento actual: Irene Montero no renueva en la formación del nuevo ejecutivo y se va haciendo alusiones cargadas de rencor a su sucesora y al resto del gobierno. Por mucho que los seguidores y el fandom twittero de PODEMOS pretendan revestir estas palabras con una pátina de supuesta valentía, honestidad y claridad, cualquiera que conozca al ciudadano de a pie notaría que ese discurso de despedida va a ser percibido, yo creo que merecidamente, como la pataleta de una niña consentida que rabia cuando le despojan de lo que consideraba su juguete. Además demuestra que tampoco ha aprendido de sus errores: hablábamos de su afán de lucimiento y, hasta el final, el día de la disolución del ejecutivo, ha pecado de una desmedida y malsana ansia de protagonismo. No va a contribuir a mejorar la imagen que ha dejado estos años, y sólo sirve para encerrar más si cabe a los restos de PODEMOS en su burbuja. Porque también en este otro efecto de su gestión, en la desaparición de los morados del espectro útil del mapa político, es ella el rostro del desastre.

En cualquier caso, Montero ya es el recuerdo. La historia nos ha mostrado miles de veces su capacidad de evolución y sorpresa, pero parece poco probable que vuelvan ni ella ni los tiempos de pujanza de su partido. Así pues, el panorama del espacio a la izquierda del PSOE es, ahora mismo, desolador, toda vez que Sumar parece un sucedáneo anodino del propio Partido Socialista. Ciertas voces decían estos años que cuanto antes desapareciera PODEMOS antes se podría construir una izquierda de verdad. Pues señoras y señores: PODEMOS parece liquidado. Llegó el momento de mover el cucu, porque ya no hay ni sucedáneo de tal izquierda. Si saben cómo empezar a formarla es el momento, y más vale darse prisa en ello, porque si no, la situación actual tiene exactamente las mismas trazas de lo que ocurría antes de la irrupción del partido morado: que vamos a estar moviéndonos entre el PSOE y sus sucedáneos de un lado y la derecha «güena» y ultra por otro hasta que los cachalotes bailen por bulerías.

Momento en que Irene Montero, alcanzada por la realidad, traspasa su cartera ministerial.

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