Jesús Carretero Ajo
Una mujer grita. Un niño llora.
Miradas que espían cobardes,
a salvo en sus madrigueras.
Puertas que se abren, puertas que golpean.
Insultos con voz de trueno.
La sangre, la sangre es de mujer
y es un río que va a dar a la mar que es el morir.
El niño es muy pequeño
para morirse de orfandad.
Y la muerte es una gran talladora de huesos.
Un niño llora, pero lo que pesa
es un silencio atroz y la puta vida.
Corazón risueño te recuerda
la madre que te parió,
que te sabía poderosa
para mitigar el dolor
repartiendo besos de esperanza
como un vivaz y amoroso lagarto.
Ya da lo mismo el calor que el frío.
Eres una mujer tendida
como una concha,
carne que yace inerte
después del ahogo permanente en el pecho.
Estuviste en vida a merced del ladrón
que te arrebató la voz,
del rayo de ira que convirtió tu carne
en tierra calcinada, en sollozo de un niño.
Cuando un rumor de clamores asesinos
como un cuchillo se adueñó de tu corazón,
mudaste, mujer dulce de risa fácil
y precio sobrehumano,
en terrible dato que pronto caerá
en el desesperante vacío de la noche ciega,
tras el vacuo minuto de silencio
que solo calma la mala conciencia
de abúlicos dirigentes.
¿Cuándo se acabarán todos los minutos de silencio?