Preguntas sobre el Manifiesto (II)

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Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de luchas de clases.

Continuamos con la segunda parte de la serie de preguntas sobre el Manifiesto del Partido Comunista. En la entrada anterior, nos preguntábamos sobre el origen del Manifiesto y desglosábamos su introducción. En esta nos haremos preguntas sobre su primera parte, Burgueses y Proletarios.

Tras la breve y contundente introducción, con la famosa frase del fantasma que recorre Europa, continúa el manifiesto realizando en su primer capítulo un vuelo a lo largo de la historia de la humanidad.

En ese vuelo observamos distintos hitos históricos, pasamos de la Roma antigua al descubrimiento de América, contemplamos los distintos grupos humanos de todas las épocas, esclavos, señores feudales, maestros artesanos, propietarios de fábricas… Es un resumen histórico de la historia de Europa desde la Edad Media. Se narra cómo la nobleza ha dejado su lugar a la burguesía y cómo esta a su vez ha generado al proletariado que dará fin a ese orden. Este capítulo es de gran importancia porque en él se explican las bases del materialismo histórico.

¿Qué sentido tiene ese vuelo de reconocimiento sobre la Historia? ¿Y por qué su lectura nos parece tan diferente de la Historia que nos enseñan en las escuelas? Tratemos de entenderlo.

¿Cómo entendemos las sociedades?

Todas las sociedades tienden a creer que su orden (sus instituciones, sus normas y reglas) son inalterables y que son eternas. Esto debieron creer hasta el último momento Cleopatra en el Antiguo Egipto, Carlomagno en el Sacro Imperio Germánico o Nicolás Romanov en Rusia.

Muchos de los seres humanos que viven en la actualidad consideran del mismo modo que nuestra sociedad, fundada en el capitalismo, es la única posible, y que es utópico plantear un sistema diferente. Incluso reputados e influyentes politólogos aseguran que nos encontramos ante el «fin de la Historia».

Nuestro concepto del mundo, el conjunto de ideas y valores que guían nuestra vida (la ideología, la filosofía), viene determinado por una visión fundada en el sentido común, es decir por el conjunto de opiniones cotidianas, informaciones de los medios, publicidad, etc. Todo ese conjunto no es «neutral», sino que está cargado de mensajes ideológicos. Esos mensajes son tan repetitivos y masivos que acaban formando parte de lo cotidiano y, por eso, se aceptan de manera pasiva, sin que meditemos sobre ellos en profundidad.

Debido a esto a menudo la realidad nos presenta situaciones contradictorias en las que apreciamos aspectos que nos chocan, que parecen ocultos y que no se presentan con claridad.

¿Por qué ese repaso a la Historia en el Manifiesto?

Cuando nos hablan de historia en los medios o en los documentales para TV, ésta parece ser un conglomerado de acontecimientos que se suman unos tras otros formando una gran masa de contradicciones: un laberinto de guerras, revoluciones, periodos de paz y de conflictos.

Julio César cruzando el río Rubicón, ejemplo de gran hombre que decide un cambio en la Historia: «la suerte está echada».

Las versiones que nos enseñan cuáles son los motivos que gobiernan nuestras sociedades suelen estar fundadas bien en razones sobrenaturales (fuerzas divinas, caminos predestinados por lazos astrales), bien en la influencia de «grandes hombres» (héroes, aristócratas, genios de la estrategia militar) de talla mundial que deciden los destinos de países e imperios.
Para nuestra sociedad capitalista es interesante explicar la Historia de esta manera sesgada, pues de este modo se sostienen los mitos de que los pilares que la sostienen, como la propiedad privada, son propios de la naturaleza humana y por tanto eternos e inevitables.

Si en la biología Darwin explicó que las especies no permanecen inalterables en el tiempo sino que varían, evolucionando, Marx y Engels observaron -mediante la aplicación de un método científico al estudio de la Historia- que las sociedades cambian en adaptación a sus circunstancias materials, pero además esos cambios se producen de manera gradual, con periodos breves de conflicto, ruptura y transformación acelerada. Esos momentos de conflicto son los que «mueven» la Historia.

¿Cómo se producen los cambios en las sociedades?

Como hemos comentado, la Historia necesitaba explicarse usando otro método que permitiera aflorar esos aspectos escondidos. Marx y Engels plantean entonces aplicar los métodos de la filosofía materialista, la dialéctica, uno de cuyos principios básicos es precisamente que las leyes que gobiernan la naturaleza y la sociedad no se manifiestan directamente, es decir, la realidad de un hecho y su apariencia no siempre coinciden y pueden ser diferentes.

La ciencia tiene como fin desvelar esas leyes que rigen la esencia de los fenómenos y explicar por qué se manifiestan de otro modo. Es por eso que la aplicación de este método dialéctico desarrolla el materialismo histórico que nos permite aclarar la realidad desde una perspectiva más certera.

Al observar desde el materialismo las distintas fases de la Historia, Marx y Engels llegaron a una serie de conclusiones, entre las cuales una de las fundamentales es que son las actividades de producción -las actividades económicas- las que determinan las demás actividades -sociales, legales, artísticas, ideológicas-. Las acciones que los seres humanos realizan en cuanto al nivel social o ideológico y toda su estructura están basadas en una estructura primera y necesaria que es la estructura productiva. La base económica de una sociedad condiciona a todo el conjunto de sus relaciones ideológicas.

Por tanto, los cambios en las sociedades vienen determinados por cambios en su base económica. Cuando se analiza cualquier sociedad debe distinguirse, en consecuencia, entre la parte económica que forma su esencia y las estructuras superiores que expresan el modo en el que esa sociedad se muestra.

En el Neolítico (imagen izquierda), el desarrollo de la agricultura y la ganadería
-economía productiva y ya no recolectora- trajo consigo otra forma de vida diferente
a la nómada anterior, la vida sedentaria. Tras los inventos en transportes y maquinaria
de la Revolución Industrial (imagen derecha) la sociedad campesina se trasladó a las ciudades,
que necesitaban mano de obra en las nuevas fábricas; este cambio económico
trajo también consigo un cambio en la forma de vida, costumbres y demás estructuras

¿Qué significa la frase «toda la historia de la sociedad humana es una historia de lucha de clases»?

Continuando con este método, la interpretación materialista de la historia nos indica que las sociedades no son una simple suma de individuos aislados unos de otros ni se modifican como producto de las decisiones individuales de una serie de «grandes hombres».  

Tampoco pueden explicarse las transformaciones de las sociedades a través de simples cambios en las mentalidades de las personas, producidos a su vez por cambios políticos, pues ¿de dónde proceden esos cambios políticos y qué causas los motivan?

A partir de Marx se demuestra que esos cambios y sus luchas políticas, por complejas que parezcan, giran en torno al poder social que unas clases tienen sobre otras, las clases viejas para conservar su poder y las nuevas para conquistarlo. Y como hemos explicado antes, lo que hace que existan esas clases son las condiciones materiales, económicas, que cada sociedad posee. Al surgir las ciudades, por ejemplo, aparece una industria y un comercio que formó una nueva clase social, la burguesía, que luchó por conquistar el poder que controlaba como estamento privilegiado la nobleza. La industria artesana fue cediendo terreno progresivamente a la industria fabril (en fábricas) y a la gran industria, favorecidos por los grandes inventos (ferrocarril, máquinas textiles) y concentrando en manos de los burgueses propietarios de los nuevos medios la riqueza y el poder, aunque le costó conquistar el poder político en manos de los nobles. Al llegar a cierto punto, esta nueva clase burguesa se convirtió a su vez en clase dominante frente a la mano de obra de sus fábricas (proletariado) y los pequeños campesinos.

Por primera vez se erigía la historia sobre su verdadera base; el hecho palpable, pero totalmente desapercibido hasta entonces, de que el hombre necesita en primer término comer, beber, tener un techo y vestirse, y por tanto, trabajar, antes de poder luchar por el mando, hacer política, religión, filosofía, etc.; este hecho palpable, pasaba a ocupar, por fin, el lugar histórico que por derecho le correspondía.

Para la idea socialista, esta nueva concepción de la historia tenía una importancia culminante. Demostraba que toda la historia, hasta hoy, se ha movido en antagonismos y luchas de clases, que ha habido siempre clases dominantes y dominadas, explotadoras y explotadas, y que la gran mayoría de los hombres ha estado siempre condenada a trabajar mucho y disfrutar poco. ¿Por qué? Sencillamente, porque en todas las fases anteriores del desenvolvimiento de la humanidad, la producción se hallaba todavía en un estado tan incipiente, que el desarrollo histórico sólo podía discurrir de esta forma antagónica y el progreso histórico estaba, en líneas generales, en manos de una pequeña minoría privilegiada, mientras la gran masa se hallaba condenada a producir, trabajando, su mísero sustento y a acrecentar cada vez más la riqueza de los privilegiados. (Federico Engels en el texto Carlos Marx, de 1877).

¿Quiénes son los burgueses y los proletarios?

Esta es una pregunta interesante, pues supone una de las cuestiones más controvertidas del marxismo, cuyo debate sigue muy vigente en nuestros días.

Lenin escribe que las clases sociales son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por su situación con respecto a los medios de producción, por el papel que desempeñan en la organización del trabajo y, por consiguiente, por la proporción que reciben de la riqueza social.

La clave para determinar a las clases sociales es la posición de las personas respecto a la estructura económica. Un mismo puesto en esa estructura une a los demás individuos situados al mismo nivel con respecto a los que se sitúan en niveles diferentes. Podríamos decir que proletariado es el grupo social que necesita del trabajo que pueda producir por sus propios medios para sobrevivir en la sociedad burguesa si no quiere verse marginado en la ruina total. Y burguesía el grupo social de personas que por poseer medios de producción puede permitirse vivir del trabajo de otros.

Ya les llamemos burgueses y proletarios (o si esta denominación nos parece anticuada y preferimos los de arriba y los de abajo, o privilegiados y oprimidos, en definitiva, capitalistas y clase trabajadora), estas clases sociales son siempre contradictorias: los poseedores de los medios aumentan su riqueza a costa de contratar la fuerza de trabajo de los que no poseen.

¿Pueden moderarse o pacificarse esas diferencias entre clases sociales?

En una preciosa metáfora, Marx escribe en este capítulo del Manifiesto:

«La moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró.»

El materialismo histórico concluye que la historia de la humanidad es un continuo cambio. De la misma forma que el feudalismo apareció y creó la burguesía que habría de destruirlo y desapareció, el capitalismo también desaparecerá algún día, ya que como todo sistema social desde el momento en que aparece lleva comprendido su futura destrucción.

En este momento del Manifiesto empieza a entenderse quién era ese fantasma que se cierne sobre Europa. De la misma forma que la nobleza feudal creó la burguesía que posteriormente la destruyó, la burguesía industrial está creando el proletariado que ha de destruirla.

Ese aumento de la riqueza de los poseedores -que mencionábamos en la pregunta anterior- viene asociado de manera inevitable a una disminución de la riqueza de la no poseedora, aunque sea de manera relativa en tiempo, esfuerzo, calidad de vida, etc.
A su vez esa riqueza obtenida por la clase dominante es invertida en la adquisición de nuevos medios materiales (terrenos, máquinas, patentes, acciones) que permiten la acumulación de más y más riqueza.

El empresario que no dedica parte de la riqueza obtenida del trabajo de los obreros a obtener más medios acaba sucumbiendo en la sociedad competitiva frente a los empresarios que sí acumulan medios.

Así pues, este enfrentamiento no depende de la bondad o la buena voluntad de un empresario particular, sino el conjunto de toda la clase capitalista frente al conjunto de la clase trabajadora. La base de la sociedad capitalista es la explotación de una clase por otra. No existe la posibilidad de un capitalismo moderado o de «rostro humano». La acumulación del capital en una de las partes, de todas las riquezas, recursos naturales y valores producen la misera en la otra.
Esto se hace palpable en la evidencia de que en la sociedad capitalista el beneficio económico tiene más valor que cualquier otro aspecto, incluida la vida humana. Todo se compra, todo tiene un precio.

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En la siguiente entrada, que dedicaremos a nuevas preguntas sobre el manifiesto, responderemos a otras cuestiones igualmente interesantes.

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