Vivir en un estado de nervios constante

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Se llamaba Inma, tenía 57 años y falleció trágicamente un martes a las 12:30. Inma trabajaba como teleoperadora para una eléctrica por medio de una empresa externa y falleció mientras algunos de sus compañeros seguían trabajando.

Tristemente le sucedió a la compañera Inma pero los que conocemos el sector sabemos que le podría haber sucedido a cualquier trabajador o a cualquier trabajadora desde hace tiempo. De hecho, las condiciones de trabajo que la mayoría de los medios han descrito que sufren en esta empresa y por las que ahora parece que algunos se están llevando las manos a la cabeza, no difieren en nada de lo que lleva años sucediendo a nivel general en el telemarketing, en el que la deshumanización del trabajo, las faltas de respeto y los abusos, tanto por parte de las empresas como en muchas ocasiones por parte de los clientes, están a la orden del día. 

Y eso al final pasa factura como por desgracia ha sucedido. 

Empleos en los que a la presión de mantener tu puesto de trabajo llegando a unos objetivos en la mayoría de los casos inalcanzables hay que sumar la escasa formación que dan éstas empresas y que pretenden por ejemplo, que una sola persona realice todos los procesos a la vez durante la misma llamada que deberían de gestionarse entre varios departamentos mientras «aprendes» sobre la marcha, porque se supone que la empresa «pierde dinero» con las formaciones (aunque no te paguen) y todo para ahorrarse cuatro duros en recursos y seguir haciendo crecer su cuenta de beneficios, mientras que al teléfono eres la primera y última voz que recibe todos los golpes de quejas, reclamaciones, reproches, gritos e incluso insultos .

Trabajos en los que la gente entra con miedo, trabaja con miedo y sale con miedo, mucho miedo y en los que las bajas por depresión abundan y la rotación del personal es muy elevada porque las personas no lo aguantan. Algo que la prensa no te cuenta.

Porque no se puede ni trabajar ni vivir en un estado de nervios constante. 

Plataformas que parecen auténticos gallineros con cientos de personas aisladas entre sí, en los que no existe el trato entre compañeras y compañeros aparte del cigarrillo a «caraperro» en los cinco minutos de pausa visual para poder respirar hasta la siguiente tanda de llamadas y que en muchos casos, ni se puede hacer ni se puede recuperar para más tarde si estás en medio de una venta o atendiendo a un cliente.

Todo esto sumado a la precarización de un sector en la que la gran parte de las trabajadoras y de los trabajadores que se van incorporando lo hacen con contratos fijos discontinuos pero con períodos de prueba de uno o dos meses en los que te pueden poner de patitas en la calle sin ningún problema y contratados con las empresas de trabajo temporal en las que impera la ley de selva ya que, las trabajadoras y los trabajadores al no ser de empresa tienen que buscarse la representación sindical por su cuenta.

Y es que lo que no es normal es que la persona que marque tus objetivos y estipule tu forma de trabajar sea alguien que no haya pisado un call center en su vida, ni haya cogido un teléfono más que para apretar al coordinador de turno cuando no se está llegando al número de ventas o al TMO exigido por el cliente, únicamente en base a ganar la mayor cantidad de dinero a costa de la salud de los trabajadores y se dedique a enfrentarlos entre ellos y ellas para pretender generar un clima de «competitividad» que acaba convirtiéndose en un arma para menospreciar la labor de los agentes, crispar y crear una burbuja en torno a ellos mismos. 

Y además, todos sabemos que los golpes llegan al que está abajo con más fuerza cuando lo recibe de parte de quién está más arriba porque antes va pasando por muchos otros que se quitan el marrón de encima para dejárselo al que creen que es eslabón más débil. 

No es normal que para ellos y ellas, para los de arriba de los que depende nuestro futuro no seamos más que un número. 

No es normal tener que intentar vender a un cliente que se le ha llamado 10 o 12 veces con un marcador automático y que desde el primer momento no quiere nada y se le está molestando. No es normal tener que soportar como te cuelgan constantemente mientras que te humillan por no cumplir con las ventas. 

Y al cliente, en este caso una eléctrica, le da igual como se hagan las cosas, sólo importan también los beneficios por encima de las personas, del mismo modo que sólo le importa que le solucionen cuestiones que la persona que atiende el teléfono no puede resolver en la mayoría de los casos y que tiene que aguantar de todo por ello. Porque para eso están en muchos casos las trabajadoras y los trabajadores de estos servicios, para recibir los golpes mientras que la empresa alarga el tiempo para no aportar soluciones ni respuestas.

La falta de ética de las empresas, la importancia de los números sobre la salud de los trabajadores sumado a la precarización del sector, la escasa formación, la deshumanización de la labor de los trabajadores, la falta de la empatía de muchos clientes, la situación personal de cada uno, unos sindicatos que miran en la mayoría de los casos por hacer méritos para conseguir más delegados en lugar de preocuparse por este tipo de situaciones y la presión en todo momento independiente del puesto. Un cóctel que ha sesgado la vida de una trabajadora y que debería de poner encima de la mesa la necesidad urgente de tomar medidas contra los responsables y de cambiar. 

Pero sobre todo no voy a decir que esto debería servir para algo. Esto no debería de haber pasado y no debe suceder en ningún puesto de trabajo. Ojalá tomemos nota porque ya sea como trabajadores y trabajadoras o como consumidores, es nuestra responsabilidad hacer lo posible por acabar con estas prácticas y castigar a quienes lo permiten.

Descanse en paz Inma.

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