20.000 recetas de hormonas. Crítica feminista a la película «20.000 especies de abejas»

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Por Marina Pibernat Vila


El pasado fin de semana fuimos a ver la película recientemente estrenada 20.000 especies de abejas, ópera prima de la cineasta Estíbaliz Urresola. La película aborda un tema de rabiosa actualidad, el de un niño que quiere ser una niña. Es la historia de una “niña trans” que descubre su identidad, de Aitor a Lucía, y de cómo lo vive su entorno familiar. Cabe decir que es una película bien hecha, y que cumple muy bien, incluso con sensibilidad e ingenio, con su cometido. A saber, el de naturalizar y aceptar el rechazo de una criatura de su propio cuerpo, conduciéndola así a modificarlo mediante hormonación y cirugía.


El film se basa en el falso supuesto de la existencia de niños y niñas predispuestos de algún modo indeterminado a rechazar su cuerpo sexuado, las llamadas “infancias trans”. No indaga en el cómo ni el por qué, parece que simplemente “le ha tocado”. Aparecen en él varios elementos que consiguen llevar al público hacia esa naturalización y aceptación de la “infancia trans”. El primero de ellos es el de la fe. En el transcurso de una conversación en una barca mientras buscan la desaparecida imagen de un santo, Aitor le pregunta a un hombre mayor por el concepto de fe. El hombre le responde que la fe es una certeza, una cosa que tienes dentro que sólo tú puedes saber. Esa cosa que sólo Aitor puede saber es que es una niña, y de hecho, creer que así es no deja de ser un acto de pura fe.


Esta conversación se lleva a cabo mientras los personajes navegan en barca por un entorno natural privilegiado. La naturaleza es otro importante elemento del film, porque es entre parajes verdes, imponentes montañas y ríos de agua cristalina donde Aitor descubre y comunica su identidad como Lucía. Se relaciona así el periplo del niño protagonista con lo natural, lo puro y verdadero, lo inmaculado. Tiene sentido que dicho periplo no se produzca en un entorno urbano como metáfora de lo social, porque según la ideología transgenerista la “identidad de género” existe de forma previa a lo social, y emerge de forma misteriosa y auténtica ya en la infancia. Estamos ante un pensamiento anticientífico, ya que toda identidad es siempre un constructo social, sin excepción. Si un niño, por ajustarnos al caso de la película, dice ser una niña es porque ha interiorizado el esquema sociocultural sexista según el cuál hay cosas de chico y cosas de chica, y prefiere las segundas.


En un momento de la película, una de las tías de la familia se refiere a Aitor en femenino mientras habla con la madre del niño, y ésta le espeta que lleva mucho tiempo intentando hacerle entender que no hay cosas de chico ni de chica, como para que ahora se refieran a él en femenino porque le gusta llevar el pelo largo. Su tía, desentendiéndose de esta visión feminista de la madre, le replica que ella sólo se limita a hacer lo mismo que hace Aitor al referirse a sí mismo en femenino cuando está con ella en el monte, entre abejas. El personaje de la tía practica la apiterapia, una pseudoterapia sin respaldo científico que utiliza la picadura y veneno de las abejas para supuestamente curar problemas de salud.


Resultan paradójicas, e incluso un tanto cínicas, las intenciones de la directora de relacionar la llamada “transición de género” con lo natural, porque en realidad se trata de transiciones fármacoquirúrgicas que no tienen nada de “natural” y mucho de una medicalización atroz de criaturas con cuerpos perfectamente sanos mediante bloqueadores de la pubertad, hormonación cruzada y cirugías en las que se les extirpan partes del cuerpo. Y si bien esas transiciones se inician bajo preceptos pseudocientíficos como también lo hace la apiterapia, sus consecuencias no son inocuas como una picadura de abeja, e implican graves consecuencias para su salud a corto, medio y largo plazo.


Los “cambios de sexo” o las llamadas operaciones de “reasignación de sexo” – falacias imposibles – no son otra cosa que operaciones y medicalizaciones de carácter estético para simular ser del otro sexo. Se trata de un severo modelaje médico-quirúrgico del cuerpo. La cuestión del modelaje del cuerpo también está presente en el film, pero desde el arte, a través de la profesión de la madre de Aitor, que es artista. Ante un barreño de cera de abeja solidificada, le explica a Aitor que cuando se calienta es muy moldeable, pudiendo darle la forma que se quiera. En el taller, vemos a la madre hacer con esa cera una figura humana sin genitales definidos, y cuando les dice a sus hijos que hagan un autorretrato con arcilla, Aitor hace una sirena. El niño protagonista expresa así la disconformidad con su cuerpo, sobre todo de cintura para abajo, disconformidad y modelaje que también expresa jugando mientras intenta encajar las extremidades inferiores de un muñeco con el torso de otro. Todas estas metáforas acerca de la modificación transgenerista del cuerpo son oportunamente amables. Pero fuera de lo metafórico, la realidad la pueden encontrar escribiendo “vaginoplastia” o “faloplastia” en el buscador de YouTube.


El punto álgido de la película llega casi al final, cuando Aitor se escapa del bautizo de su primo para realizar el bautizo de su nueva identidad, yendo a golpear las colmenas para contar a las abejas que se llama Lucía. Su familia lo busca desesperadamente de noche por el bosque gritando “¡Aitor, Aitor!” Pero sabemos que Aitor ya no está, y su madre empieza a asumirlo, porque le dice al padre que no es así como deben buscarlo. Él le responde que lo llamará como quiera, que sólo quiere que aparezca sano y salvo. Esta escena constituye una muy buena transposición cinematográfica de lo que sienten las familias de menores con disforia de género cuando acuden a entidades transactivistas como Naizen. Dichas entidades les ponen en la situación de escoger entre la muerte o la transición de la criatura, diciéndoles que si no realiza la transición es muy probable que se suicide. Sin embargo, sabemos que la mayor parte de menores con disforia de género la supera una vez pasada la adolescencia.

El hermano de Aitor es quien empieza a gritar “¡Lucía, Lucía!” y luego, entre lágrimas, la madre empieza a hacer o mismo. La película termina poco después, cuando la familia de Aitor, y sobre todo su madre, ha aceptado su nueva identidad como Lucía, una “niña trans”. Al modo de ver de la directora y el transactivismo, esta aceptación es lo más importante, bonito y remarcable de la historia. Deja fuera del relato lo que viene después, es decir, la realidad de la hormonación y cirugías que conlleva, que ciertamente no es tan agradable de plasmar en la gran pantalla como el tierno “descubrimiento” por parte de una “niña trans” de su supuesta auténtica identidad. Lo que no cuenta Urresola es que la secuela de su película, que nunca veremos, tendría que titularse necesariamente 20.000 recetas de hormonas.

@pivimarina



2 COMENTARIOS

  1. Muy interesante artículo. Me gustaría hacer dos observaciones.
    1.- No califico “20.000 especies de abejas” como una buena película porque, aunque se presenta con el ropaje del cine interrogativo se trata en realidad de un relato eminentemente afirmativo. No plantea dudas sino certezas, creencias. Su uso de la metáfora es ilustrativo, es la mera ilustración de una idea previa. No importa aquí la idea. Este recurso, de arte menor, es ajeno a la metáfora esencialmente poética, la que nos remite a lo inefable, al misterio. Tal y como ocurre en un filme como “El espíritu de la colmena”, verdaderamente artístico, que aquí Urresola copia con desenvoltura para reforzar dos recursos muy importantes de su película.
    2.- Según mis informaciones la niña protagonista es una niña. Así lo declaró la directora justificando la elección de una “niña cis”. También lo confirmaba en un reportaje hecho sobre la niña la periodista que habló con ella y con su familia. De ser así estamos ante una elección muy tramposa, utilizando a una niña para dar verosimilitud a un niño que dice sentirse niña. Sí coincide el dato de que Naizen colaboró en la preparación de la actriz (¿le enseñarían a ser una niña de verdad?) y del rodaje. Considero que si hubiesen utilizado a una “niña trans” lo habrían explotado debidamente en la promoción. Sospecho que tienen al respecto alguna mala conciencia. Pero no podía ser, porque de haber usado a un niño que se siente niña se hubieran confrontado ineludiblemente con la para ellos inaceptable realidad de que debían contar la historia de un niño que se siente niña. Su sexismo se hubiese visto tocado.
    Por lo demás, resaltar el acierto del artículo al subrayar el esfuerzo del film de dotar de naturalidad y arte la creencia que están promocionando. Porque estamos esencialmente ante cine de propaganda.

    • En la vida real ‘Sofia’, que así le llaman, es una ‘niña trans’, de unos 9 años durante el rodaje. En algunos medios se dijo que Sofía es una ‘niña cis’, se supone que repitiendo lo que les dijeron desde el entorno de la peli. En otros momentos, en cambio, la misma directora explica cómo conoció a Sofía a través de Naizen, una asociación vasca de ‘familias trans’ que parece muy metida en el proyecto.

      En estos momentos Sofía, de 11 años, seguramente esté tomando bloqueadores de la pubertad.

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