Pornografía, un derecho «constitucional»

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Por Belén Moreno

La historia de las mujeres y su posición en la esfera pública y privada ha estado marcada por el sistema de casta sexual, donde nosotras permanecíamos siempre en la subordinada. Nuestro cuerpo y por extensión nosotras mismas de una forma directa o indirecta siempre estábamos sujetas a los caprichos de la casta superior, que no solo nos utilizaba para todos los fines que elegía por nosotras si no que éramos, literal, una propiedad más

Con el avance los años y la lucha feminista en una gran parte de los países de este planeta hoy, al menos de una forma legal, las mujeres no somos ya propiedad de los hombres y aunque el camino que tenemos por delante es arduo y difícil de recorrer, se ha avanzado bastante. Eso sí, nunca olvidamos a las que todavía se encuentran en un lugar muy alejado de nosotras y el afán por conseguir igualarlas, es una más de nuestras luchas. El feminismo es global le pese a quién le pese.

Ese sistema de castas sexuales del que hablaba y que por la fuerza de la razón ha ido perdiendo fuelle, se resiste a desaparecer. Ha optado por evolucionar, adaptarse a los nuevos tiempos, nuevos discursos y ha aprendido a mimetizarse en la sociedad. Está logrando difundir la idea de que las mujeres somos libres para “elegir” nuestro lado sumiso. Ya no somos oficialmente propiedad de los hombres, pero los hombres inventan sistemas para que las mujeres sigamos siendo ese objeto al que exprimir, utilizar y dejar cuando ya no satisfaga necesidades o deseos. 

Los vientres de alquiler, la prostitución o la pornografía son maneras camufladas y aunque cueste decirlo, socialmente aceptadas, de seguir estando en las manos de los que nos ven como un productor de mercado. La fuerza de trabajo que en la revolución industrial se mostró tan lucrativamente beneficiosa hoy sigue siéndolo cumpliendo otras funciones. Todas ellas basadas en nuestra sexualidad o en nuestra capacidad reproductiva. 

La pornografía se inventó para satisfacción sexual de los hombres. Todos hemos leído chascarrillos sobre las “postales eróticas” que le gustaba coleccionar a Alfonso XII y que llegó a ser el mecenas del incipiente cine porno español. Mujeres en posiciones libidinosas, con ropas sugerentes, que posaban para estimular los sentidos de los hombres. Paso a paso, lo que empezó siendo un daguerrotipo se ha transformado en una industria descomunal que cada día da un paso más en su ideal de sexualidad. Mujeres adaptadas a los hombres, satisfaciendo hombres y expuestas a la violencia sexual para excitar hombres. 

Soy una persona con unos años ya y recuerdo bien los cines X de las calles cercanas a la Puerta del Sol de Madrid, donde hombres solitarios pasaban horas masturbándose mientras la gran pantalla se llenaba de mujeres penetradas por uno o varios hombres y sus fingidos gemidos de placer resonaban en la sala gracias al sonido envolvente de los altavoces dispuestos estratégicamente. Esa parafernalia trasnochada y teñida en blanco y negro ha desaparecido con la llegada de Internet y el acceso ilimitado a la pornografía. Todo aquello que la perversa mente de un cliente, sexualmente hablando, es capaz de imaginar está ya disponible. ¿Pero qué hay detrás de esa gran industria que mueve tantos millones y que se ha convertido en la escuela de la violación?

La industria del porno es una de las más lucrativas del mundo. Los expertos hablan de unos 100.000 millones de dólares al año. Esta cifra, aunque escandalosamente alta, es solo estimativa, ya que, en la red, hay miles de servidores de pago (donde acuden los adictos al porno, que los hay) que no figuran en ningún sitio como industria legítima y que son muy difíciles de rastrear. Por lo que los datos del dinero contante y sonante son como digo, orientativos. 

¿Quién se lucra con esa industria? Antes podríamos hablar de los directores de los filmes, si es que alguien acepta la idea de que el porno es una película convencional donde trabajan muchas personas. Cuando se estrenó Torremolinos 73, Javier Cámara nos enseñó cómo se podía llenar las alforjas grabando a su señora (Candela Peña) haciendo el amor para que unos cuantos suecos se pajeasen cómodamente en su Estocolmo natal. Hoy, los que se llenan las manos de billetes, son los dueños de los servidores como Onlyfans que tienen además la caradura de incitar a las mujeres a “empoderarse” siendo lujuriosas frente a una cámara. O los que cuelgan videos de violaciones, sexo violento, pornografía sadomaso, agresiones reales, etc, en Pornohub logrando que sus usuarios llegasen a sumar la deliciosa cifra de 130 millones de visionados diarios. La pandemia desató el uso indiscriminado del porno y para no perder adeptos, fue aumentando paulatinamente la dureza de sus imágenes. Una exigencia demandada por aquellos que iban haciéndose cada vez más resistentes a ella. Muchos dirán que no es para tanto, pero pensar que en algunos países como EEUU, el acceso al porno se estima en los siete años o los doce como en nuestro país, está creando una masa ingente de jóvenes que tienen ideas completamente distorsionadas de lo que son las relaciones sexuales.

Otra de las nefastas consecuencias del porno son las actrices. Cada vez hay más mujeres que denuncian el trato vejatorio que reciben en el set de una película. Abusos constantes, indiferencia completa a escuchar cuando se niegan a rodar una escena que no quieren hacer, obligadas a jornadas interminables de trabajo, violencia física y sexual, drogas para aumentar la resistencia, formas de penetración que nada tienen que ver con la anatomía humana, etc. Hace unos meses una investigación llevada a cabo en Francia a una página de porno ilegal, destapo prácticas que hacían sangrar y llorar a las actrices. 

Todas sabemos que la pornografía está creada para satisfacer a los hombres. Hace unos días, un periódico de tirada nacional publicaba un artículo donde se podía leer textualmente: “Sin embargo, algo importante se les olvida: el porno, por muy violento y desagradable para la mujer que sea, es libertad de expresión de quién lo crea, y es derecho a la autodeterminación sexual del consumidor adulto. Derechos fundamentales, ambos, que no pueden ser restringidos en un Estado de derecho más que cuando exista un riesgo claro, real e inminente de daño para otros derechos y/o bienes constitucionalmente protegidos” 

A mi este texto me hace preguntarme si la libertad de expresión del creador de porno es mayor que la dignidad de las mujeres a las que somete. O que el derecho de autodeterminación sexual de un adulto es más importante que la humillación de una mujer a la que están violando en directo. Hacer esto a una mujer no se considera vulneración de derechos constitucionales y, por lo tanto, no es objeto de revisión por los entendidos en leyes. Los derechos de las mujeres son menos derechos o literalmente no existen. Así que no le importan a nadie. Ni tan siquiera a la que escribió el editorial. Visionado de videos donde una mujer ebria, inconsciente o drogada es víctima de humillaciones, insulto o golpes se toman como la libertad de expresión artística o como el derecho a que hay alguien que quiere verlo. 

La pornografía es la escuela de la violación, es la madre del sexo como herramienta de control, es la degradación humana, es la violencia extrema hacia las mujeres en imágenes transportables en un móvil. Cada vez más usuarios, más jóvenes, más exigentes. El porno es la cosificación femenina extrema, es la estridente feminidad, la sumisión premeditada y esperada. Las relaciones sexuales no tienen nada que ver con el porno, pero éste las está condicionando. O si no, solo tenemos que escuchar como las jóvenes relatan lo que sus parejas les piden llegado el momento. Quieren replicar lo que sus ojos han visto antes mientras esperaban el autobús. Desean mujeres que se dejen hacer todo lo que sus lujuriosas, perversas y distorsionadas mentes, exigen. Pero además con el halo de derecho constitucional envolviendo todo para acallar las voces que les quieren privar de lo que para ellos es natural.

Y sobre todo eso, planeando como un buitre esperando la muerte del animal que será su comida, el patriarcado. Ese que le dice a las mujeres que siguen siendo suyas y que será él y  solo él quien decidirá dónde, cómo y cuándo estarán a su servicio. 

@belentejuelas

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