El movimiento escéptico ante la pseudociencia transgenerista

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Por Marina Pibernat Vila

Hace años que en España tenemos la suerte de contar con asociaciones y entidades de “escépticos” que se han preocupado por luchar contra las pseudociencias y las pseudoterapias como la homeopatía o el reiki. Muchas personas, entre ellas yo misma, las hemos seguido y difundido porque compartimos sus inquietudes y vemos un grave peligro en la difusión de esas “magufadas”, como se las conoce popularmente. Sin embargo, muchas de nosotras hemos visto con sorpresa cómo, en el mejor de los casos, los “escépticos” guardaban silencio ante el hecho de que se estuviera hormonando y sometiendo a cirugías irreversibles a personas con un cuerpo completamente sano, incluyendo la administración de bloqueadores de la pubertad a menores, bajo el precepto nada científico de una supuesta “identidad de género” sentida, innata, metafísica e incuestionable. En el peor de los casos, algunos autodeterminados “escépticos” hasta lo han apoyado.

Podemos señalar varias causas que expliquen esa sorprendente actitud por parte de quienes se hacen llamar “escépticos”. En primer lugar, podría deberse al clima absolutamente hostil a cualquier crítica que dude de la posibilidad de que una mujer nazca en un cuerpo de hombre, o viceversa. Lo sabemos bien las feministas, que hemos sido insultadas, amenazadas, boicoteadas y menospreciadas por señalar que todo esto no tiene ningún sentido ni ninguna base científica. Así que quizás los “escépticos” pensaron, como parecen haber hecho durante mucho tiempo las organizaciones de profesionales de la salud, que era mejor callar y dejar que fuéramos nosotras las que bajásemos a pelear en el barro, arriesgando nuestros puestos de trabajo y exponiéndonos ante la furia transactivista.

Pero, en segundo lugar, podríamos ir más allá. Es habitual que las organizaciones de “escépticos” no sean muy amigas de las ciencias sociales, e incluso lleguen a no considerarlas como ciencia. Y es que las ciencias sociales, así como su divulgación, son extremadamente problemáticas, mucho más que la física o la química. Las ciencias sociales no estudian átomos, partículas ni sustancias. Estudian seres humanos y las relaciones entre ellos. Esto tiene claras implicaciones a nivel político e ideológico, pero no significa en ningún caso que las relaciones humanas no pueden ser objeto de estudios científicos. Todo fenómeno social, cultural, político o económico – las identidades, la pobreza, las migraciones, la violencia, el machismo, los resultados de unas elecciones, etc. – tienen explicaciones objetivas que pueden encontrarse y debatirse científicamente, aun con todos los sesgos derivados del hecho de estar hablando de cuestiones humanas. Despreciar las ciencias sociales es despreciar el conocimiento de cómo se produce el cambio social, como si este fuera inexplicable y misterioso. Y esa sí es la mayor de las “magufadas”. 

La crítica al transgenerismo es compleja porque abarca desde lo biológico hasta lo sociocultural. Desde la necesidad de reconocer la existencia del sexo y del dimorfismo sexual de la especie humana hasta reconocer la del género, es decir, de las ideas socioculturalmente específicas de lo que debería ser la masculinidad y la feminidad. Como los “escépticos” no tienen ganas ni costumbre en andar por el campo de las ciencias sociales, quizás han preferido no meterse en la guerra de la crítica al transgenerismo. Desde luego es mucho más cómodo centrarse en la crítica a la homeopatía y cargar contra Boiron, la multinacional que produce esos caramelitos que pasan por medicamentos. Así, les habría traicionado su propio positivismo – que no significa tener una actitud positiva ante la vida -, al considerar que sólo es digno de su atención aquello que se puede medir como quien mide una extensión de terreno, como si los diversos sistemas de medición no fueran a su vez una convención social.

Con todo, y sea por lo que sea, los “escépticos” se han puesto de perfil ante una pseudoterapia infinitamente más dañina que la homeopatía o el reiki. Estas últimas no tienen otro efecto en la salud que el de perjudicar el bolsillo del paciente, a menos que sustituyan los tratamientos reales de enfermedades graves. Pero los “escépticos”, tan críticos siempre contra toda “magufada”, se han puesto de perfil ante la hormonación y medicación de menores cuyo comportamiento disentía de los roles y estereotipos sexistas con fármacos diseñados para otras enfermedades, como el cáncer de próstata. Se han puesto de perfil ante la amputación de los pechos sanos de chicas adolescentes, sobre todo lesbianas y bisexuales, que rechazan el hecho de ser mujer. Se han puesto de perfil ante las vaginoplastias y colovaginoplastias, realizadas las segundas con un trozo del colon del paciente cuando su pene no está suficientemente desarrollado como para invertirlo formando una cavidad a la que llamar vagina, porque los bloqueadores de la pubertad han impedido el crecimiento normal de sus genitales desde que en su infancia o primera adolescencia se declaró “chica trans”.

Todo esto, y muchas más cosas que conllevan las pseudoterapias afirmativas de la “identidad de género” sentida, tiene consecuencias infinitamente peores que tomarse una bolita de homeopatía pensando que así se te curará el resfriado. Los “escépticos” no han estado ahí cuando más se les necesitaba, y para colmo algunos de ellos incluso han apoyado tales delirios creyéndose los adalides del pensamiento científico, racionalista y crítico. 

Pero no desesperemos. Hace poco el periodista Luis Alfonso Gámez, una de las figuras más reconocidas del movimiento escéptico en España, recomendó en Twitter la lectura de Nadie nace en un cuerpo equivocado (2022), de los profesores de psicología José Errasti y Marino Pérez, reconociendo la aportación de la obra a la comprensión del fenómeno del transgenerismo. Desde hace años, muchas investigadoras feministas venimos haciendo aportaciones al tema desde muchos campos del saber. Está más que documentado, estudiado y probado el hecho de que algo no se considera bueno o importante hasta que lo dice un hombre, por más mujeres que lo hayan dicho antes. Seguramente no es el caso de Gámez, a quien habrá llamado la atención el más que justificado éxito editorial de Errasti y Pérez, y no podemos hacer otra cosa sino celebrarlo. Pero  es igualmente pertinente señalar que ya desde finales de los 70, con la obra de Janice Raymond The Transsexual Empire: The Making of the She-Male, hubo feministas que advirtieron de los peligros de lo que ahora llamamos transgenerismo.

Más recientemente y en nuestro país también se han publicado trabajos, investigaciones, libros y artículos de varias autoras e investigadoras feministas críticas con las muchas “leyes trans” que han invadido las legislaciones y sus nefastas consecuencias. Destacaremos aquí el trabajo más relevante hecho en España y que seguro que gustará a Gámez y los escépticos por su excelente calidad y rigor científico. El pasado 8 de noviembre de 2022 Feministes de Catalunya registró en el Parlament de su comunidad autónoma el espectacular Informe Trànsit: Dehombres adultos a niñas adolescentes: cambios, tendencias e interrogantes sobre la población atendida por el Servei Trànsit en Cataluña 2012-2021, realizado con los datos cedidos a regañadientes por el mismo Servei Trànsit, que se ocupa de atender a las personas con disforia de género en Cataluña.

Los datos de dicho informe muestran unos cambios en la composición demográfica de las personas que acuden al Servei Trànsit que deben ser explicados, cosa que no se puede hacer simplemente apelando a la mayor libertad actual para declararse “trans”. En la última década, ha habido una explosión de casos, de personas cada vez más jóvenes y cada vez más mujeres y niñas. Entre 2015 y 2021, el número de niñas de 10 a 14 años atendidas por decir ser “trans” aumentó un 5700%. La media de edad de los y las pacientes ha caído de los 35 a los 22 años desde 2012 hasta 2021. ¿Cómo explicamos estos datos procedentes de un servicio público de salud que se creó inicialmente para hombres adultos que querían ser mujer, pero que en cuestión de una década está tratando a chicas adolescentes que rechazan ser mujer?

Una vez más, la explicación está en los cambios sociales, políticos e ideológicos. Concretamente, como hemos explicado desde Docentes Feministas por la Coeducación en La Coeducación Secuestrada (2022), se debe a las políticas de identidad, hegemónicas en el Occidente capitalista, que empujan a los y las adolescentes a descubrir cuáles es su verdadera “identidad de género” como sucedáneo de la lucha social y política. Los medios de comunicación y las redes sociales son los principales agentes que están conduciendo sobre todo a las adolescentes a rechazar su cuerpo sexuado y a preguntarse si deberían modificarlo mediante medicación y cirugía. A esto se suman los protocolos educativos que dice que, efectivamente, si una alumna muestra comportamientos más propios de un chico, hay que preguntarle si no será en realidad un “chico trans”.

A estas alturas, con la ley “trans” estatal aprobada, ya no cabe escurrir el bulto como han venido haciendo las asociaciones de “escépticos”. Las graves consecuencias de una ideología y pseudoterapias anticientíficas basadas en la anacrónica dualidad del cuerpo y la mente – una suerte de alma sexuada dentro de un cuerpo del otro sexo -, así como los datos de los servicios encargados de aplicarlas, están sobre la mesa. Tampoco las asociaciones de “escépticos” podrán alegar ignorancia. 

@pivimarina

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