Usurpadores

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Ser mujer no es una labor fácil. Eso lo sabemos todas desde que nuestro cerebro empieza a darse cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor y se confirma en el momento que nuestros ojos miran en el espejo lo que los demás llevan años mirando. 

Vivimos en una sociedad creada intencionadamente para cubrir, deseos, necesidades y pretensiones de los hombres. Ostentan el poder en todos los ámbitos. Desde las cúpulas más altas hasta por debajo del suelo si hace falta. Cuando uno se construye un mundo en connivencia con tus iguales, lo hace para que las pegas sean las mínimas, dicta las reglas y pone los límites. Por eso el feminismo dice que vivimos en una sociedad patriarcal. Porque los patriarcas marcan los pasos, los latidos y los pulsos de los demás. 

Entonces, en las mentes curiosas y suspicaces de las mujeres surge una pregunta que va corroyendo poquito a poco hasta que toca hueso. ¿Por qué si estás en el lado privilegiado, en el que vas a poder hacer realidad todos tus sueños incluso los que te asustaría ver cumplidos, eliges voluntariamente saltar la valla que te pone en el lado de las que tienen que ganarse todo con sangre y lágrimas? ¿En qué momento decide un hombre que, aunque su situación personal se va a ver seriamente bamboleada por los azarosos caminos femeninos, ese riesgo le compensa?

Sinceramente no voy a entrar en los múltiples y variados argumentos que se sostienen en un, por desgracia, cada vez más amplio sector de la sociedad, que toman los principios rectores del género (entendido como lo que es, es decir, el conjunto de roles y estereotipos que dictan las vidas de los seres humanos que cuelgan de las cuerdas de las manos patriarcales) como base fundamental para coger la pértiga y en una carrera sin obstáculos, colocan a los hombres en nuestro lado social. Creo que en algunos o en bastantes casos, ese brinquito, porque cada vez el esfuerzo del salto es menor, se da por un motivo muy concreto. Conseguir algo. 

Antes decía que los hombres viven en una sociedad donde sus deseos se convierten en órdenes. Pero no todos los hombres son iguales e incluso en su mundo de seres perfectos, hay clases, modalidades y niveles. Los hay que valen más y los que valen menos. 

¿Qué pasa cuando te das cuenta que el listón de tu bando está demasiado lejos y que es posible que no le alcances por mucho que te estires? Pues que tomas el camino del medio y cortas un trecho tan grande, que pasas de cero a cien en pocos metros. 

No es que a las mujeres no se nos exija, básicamente el doble que a ellos, pero bueno, unas aptitudes y unas actitudes determinadas para ocupar algunas posiciones, por ejemplo en política. Si una de nosotras se levanta un día con la osada idea de ser candidata a la presidencia de una comunidad autónoma, pues sabe que tiene que recorrer un camino difícil y que su valía se va poner en tela de juicio a cada rato. Pero bueno, es una aspiración legítima y conseguible. O al menos intentable. 

¿Cómo se presenta la ecuación si la persona que se erige como candidata no es una mujer? Pues que sus estrategias no necesitarán llevar consigo una gestión política previa, un programa o una trayectoria. Usamos el comodín de la diversidad, del inclusismo y del “lo hago porque puedo”. Y lo que debería ser una mala decisión se convierte por arte de leyes aprobadas por mayorías parlamentarias, en un espléndida oportunidad personal. En un salto cualitativamente hablando, abismal. 

Como nosotros somos más quijotes que nadie y nuestro estoque es el primero en salir al igual que la cartera al pagar las cañas, pues hoy tenemos una “candidata” a la presidencia de Canarias que no se cree la suerte que le han traído unos tacones. 

El oportunismo es un defecto muy feo pero visto desde el lado del oportunista es la baza de su vida. Emma Colau se fotografía delante de la prensa, y suelta perlas como “Se nos obliga a ser hiperfemeninas e hipersexualizadas”. No es la que la frase sea falsa, es que es una redomada mentira en sus labios, lo que aumenta su falta de credibilidad en la posición donde se ha colocado. 

Utilizar una estrategia torticera es muy feo y en política no iba a ser menos, pero ya no estamos hablando de estrategias. Estamos hablando de usurpación, de ocupación ilegal con nocturnidad y alevosía. Nos encontramos con el primer caso pero ¿será el último? Es más que posible que no. 

Colocarse en el lugar de una mujer no es nuevo. El quítate que me pongo yo, porque ya sabemos que cuando un hombre se pone todo lo hace mejor que una mujer. Hasta ser ella misma si hace falta. Hace poco lo hemos visto en una piscina con un bañador para cubrir un cuerpo de más de un metro ochenta. También hemos visto las lágrimas en los ojos de las que se quedaron fuera porque como dije antes, sus deseos son órdenes. 

Ahora la siguiente pregunta es ¿todos los que desde sus púlpitos públicos clamaban por los derechos de algunos eran conscientes de que la tarta se iba a repartir muy mal y que las que nos quedásemos sin ella seríamos las de siempre? ¿va a alguien a asumir que donde antes había una, ahora habrá dos y la una será la que pierda, la que se vaya o a la que se eche?

Ser mujer no es fácil, pero desde ahora a algunos se les va a abrir un abanico de posibilidades que ni habían podido imaginar. Porque el mundo, sigue hecho a su medida. 

Por Belén Moreno

@belentejuelas

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